«El polaquito» (Argentina-España., 2003, habl. en español). Dir.: J.C. Desanzo. Guión: A.O. Espinosa, J.C. Desanzo. Int.: A. Ayala, M. Glezer, F. Roa, R. Serrano.
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Dicen que el pibe que inspira esta historia se llamaba Víctor Escalante, era natural de Monte Grande, y mantenía a la madre y los hermanos cantando a la manera de Roberto Goyeneche en los trenes suburbanos de la línea General Roca. Hasta que se enamoró de una chica algo mayor, obligada a prostituirse por un fulano apodado El Zapatero. El pibe quiso sacarla de ese ambiente, y lo encontraron, día 13 de junio de 1994, ahorcado en el andén 7 con su propia bufanda.
El entonces titular del Consejodel Menor y la Familia acusó a «la mafia que rodea al submundo de los chicos de la calle». Como suele pasar, no pasó nada. La causa se caratuló como suicidio. ¿Cuántos chicos de la calle se suicidan a los 14 años? En la película, las cosas cambian un poco, y el hecho policial se enriquece con crónicas menos graves, incluso un poquito luminosas. Debe haber algo de luz para esas vidas, y también para el espectador, impactado por una película que corrobora sus propias sospechas en materia de mendigos, policías, lustrines, chicas baratas, servicio de trenes y cantores de tango.
Autor de obras fuertes, Juan Carlos Desanzo hace aquí su película más fuerte (aunque «no se ve nada») y más riesgosa. Se juega a decir las cosas por su nombre. Y también se juega a mostrar un personaje contradictorio. Porque El Polaquito es contradictorio, tanto en la complejidad de sus sentimientos afectivos, como en la lucha amoral de la sobrevivencia, donde aplica como cualquier otro la ley del gallinero. Una cosa lo salva a nuestros ojos: su fragilidadde niño, frente a la aprovechadora dureza de los grandes.
Impresiona, la comunicativa mirada del protagonista Abel Ayala, él mismo un ex-chico de la calle. Y la riqueza actoral de Marina Glezer, componiendo esa «chiruza teñida» tan distinta de la maestra que hizo en « Valentín», y de la modelito fashion de «Natural». La mano y la franqueza de Desanzo. Y la fotografía dura, pero no «sucia». La música, un poco menos.
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