20 de enero 2003 - 00:00

El público continúa eligiendo "Copenhague"

Carlos Gandolfo
Carlos Gandolfo
El Teatro General San Martín repuso el jueves último «Copenhague», de Michael Frayn, la obra más exitosa de su temporada del año pasado. «Copenhague», acerca de contradicción entre la ciencia y la ética, no sólo ganó casi todos los premios que otorgan las distintas agrupaciones de teatro durante 2002 sino que, como más llamativo y estimulante, tuvo una sostenida repercusión en el público. Esto no sólo determinó que se prolongaran las fechas de sus representaciones sino, además, haber sido elegida por Kive Staiff para inaugurar su temporada de verano.

La obra gira alrededor de un encuentro entre dos físicos distinguidos con el Premio Nobel, Niels Bohr y Werner Heinsenberg, cuyos descubrimientos llevaron a la fabricación de la bomba atómica. Heisenberg siguió trabajando en Alemania, mientras Bohr colaboró con los aliados. El dilema ético los enfrentó tan duramente como la defensa de sus teorías.

A pocos días de su reestreno, dialogamos con su director, Carlos Gandolfo, uno de los maestros más respetados de la actualidad.

Periodista: ¿Usted creyó que la obra resultaría tan exitosa cuando se estrenó?


Carlos Gandolfo:
Sí, porque detrás de los juegos de artificio con que los dos sabios tratan de disimular cualquier debilidad humana, ambos están unidos por un vínculo afectivo muy fuerte. El regreso de Heisenberg a la casa de Bohr es un accidente. Alrededor de éste giran también algunas de las secuencias más desgarradoras de la obra. Aunque trabajamos exhaustivamente con el material científico, eso no impidió que la conflictiva relación, como entre padre e hijo, que mantuvieron Bohr y Heisenberg, se manifestara con toda su potencia. El amor, el odio, los celos fueron el motor de la puesta. Los tres personajes se enfrentan y se acercan sucesivamente y Margarita, la esposa de Bohr, está entre ellos.

P.: ¿En alguna frase de la obra ella se define como la madre de los dos?


C.G.:
Indirectamente, cuando le dice a su marido que era demasiado para lidiar con dos hijos, refiriéndose al de su matrimonio con Bohr y a Heinsenberg, su discípulo. Ella interviene a veces como testigo y otras como moderadora, y el vínculo que la une a Heinsenberg es una mezcla de amor y odio.

P.: La obra es muy compleja. ¿Cómo trabajó con los intérpretes y de qué modo balanceó los contenidos?


C.G.:
Busqué armonizar la información y los sentimientos. Los conflictos humanos debían ser balanceados con los debates que los hombres sostenían entre ellos. Afortunadamente conté con tres actores excepcionales. Alicia Berdaxagar, Juan Carlos Gené y Alberto Segado, que pusieron el cuerpo y el alma en la empresa. Ya que aparte de los ensayos, hicimos un trabajo serio alrededor de los temas científicos en torno a los cuales giran muchas discusiones, en las que fuimos asesorados por profesores de la Universidad.

•Construcción

P.: La obra avanza y retrocede en el tiempo. Heisenberg regresa muchas veces a la casa de los Bohr. Da la impresión de que cada regreso es como un borrador para reconstruir una conversación.

C.G.:
Sí. Es como una especie de eterno retorno, en el que los personajes van y vienen, aun cuando ya están muertos. Para mí, la obra se desarrolla en cuatro tiempos. El primero, aquel en el que ya fuera de todo juicio se permiten inclusive dialogar con el público y justificarse. El segundo es aquel en el que reviven determinadas experiencias, como si estuvieran sucediendo en ese momento. El tercero, es el intento de atrapar los recuerdos imprecisios, y el cuarto, dramatizarlos para llegar a comprenderlos. «Antes de que podamos aferrarnos a algo, nuestra vida se ha terminado», dice en un momento Bohr. «Antes de que podamos vislumbrar quién o qué somos, nos hemos ido para siempre y nos hemos convertido en polvo», le responde Heisenberg.

•Pirandello

P.: En «Buscando a Pirandello», los personajes también se movían como por azar, sin llegar a comprenderse a sí mismos. ¿Hay alguna relación entre las dos obras?

C.G.:
Para mí, no fue sólo por casualidad que esta obra llegó a mis manos después de aquel trabajo. Pirandello estudió en Alemania y es muy posible que las teorías sostenidas por la ciencia de aquella época hayan dejado su huella en él. «Uno más uno no es dos», dice Bohr, refiriéndose a la relación que tiene con su esposa. « Uno es ninguno y cien mil», sostiene Pirandello.

P.: Una vez estrenada la obra, ¿usted sigue presenciando las representaciones?


C.G.:
Sí, porque me interesa seguir el proceso de trabajo con el público. La mirada del observador modifica al actor. Suceden cosas que a veces son favorables para la obra y a otras no. Y es necesario volver al origen.

P.: ¿El público capta con facilidad el contenido de la obra, o algunos espectadores la ven más de una vez?


C.G.:
A nivel emocional, el público se siente conmovido, aunque no maneja las teorías sustentadas por ambos sabios. Comprende que esos grandes cerebros tienen los mismos problemas que el hombre común. Aunque en algunos casos vuelven a ver el espectáculo para llegar a una mayor comprensión. Pero la emoción y la belleza predominan, y el impacto emocional que se recibe es fuerte, porque los problemas que plantea la obra adquieren, después de la caída de las Torres Gemelas, una gran actualidad.

P.: Quiere decir que la actualidad le dio una significación adicional
.

C.G.:
Sí. Hoy también se obra por miedo. El atentado tiró abajo las certidumbres. Así como después de Hiroshima el mundo no volvió a ser igual, lo mismo sucede con el mundo de hoy. La pregunta que se hace Margarita al final de la obra, ¿qué quedará de nuestro adorado mundo, de nuestro arruinado, deshonrado y adorado mundo?, resuena un poco en todos. Mientras quede la esperanza de que «este mundo será preservado por algún acontecimiento que nunca va a ser localizado o definido del todo. Por ese último núcleo de incertidumbre que subyace en todo lo que existe», como sostiene Heisenberg al final de la obra.

Dejá tu comentario

Te puede interesar