«El último día» («No Man's Land», Bosnia-Bélgica, 2001; habl. en serbio, bosnio, croata, francés e inglés). Dir., guión y mús.: Danis Tanovic. Int.: B. Djuric, R. Bitorajac, F. Sovagovic, S. Callow y otros.
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L a historia de un hombre acostado sobre una mina puede ser, según cómo se lo exprese y entienda, y en qué registro de lenguaje se diga, un chiste o una tragedia. Además de las palabras, también las convenciones de género suelen tener otro sentido: guerra, en cine, es sinónimo habitual de dolor; para algunos autores, desde el cineasta avant-la-lettre Aristófanes al Mike Nichols de «Trampa 22», lo es de sátira. Esta es la forma que asume para el joven director bosnio Danis Tanovic, que le arrebató el Oscar a «El hijo de la novia» con esta pequeña farsa de refinado humor bélico.
Sin embargo, ese humor de Tanovic para fabular sobre un acontecimiento tan trágico, y tan cercano a sus raíces, como la guerra bosnio-serbia, es mesurado y sutil pero no por eso menos eficaz. Carece de subrayados, de contundencia satírica obvia y, muchas veces, está al borde de su propia negación, es decir, de ser al mismo tiempo drama.
Que alguien vea a un hombre leer un artículo en un diario y comentar, con distraído dolor, «Qué horror lo que está pasando en Ruanda» no tiene nada de gracioso. Pero si quien hace ese comentario es un soldado bosnio en el frente, durante un alto del combate y como si viviera en la Costa Azul, se vuelve escalofriantemente humorístico. Ese es el espíritu de «El último día», título local poco explicable para el exacto original «Tierra de nadie».
Esa tierra sin dueño es un pozo en medio de las trincheras bosnias y serbias en donde, por distintas circunstancias, quedan atrapados tres soldados: un serbio, Nino, y dos bosnios, Ciko y Cera; éste último es el que ha quedado acostado sobre la mina antipersonal, aquellas por las que tanto batalló en contra Lady Di; si el hombre se pone de pie o se mueve bruscamente, la mina estalla. Mientras tanto, el control de la situación en el pozo se va desplazando de uno al otro de los soldados enemigos, de acuerdo con la capacidad de sorpresa o la astucia para quedarse con el único fusil existente. Otro rasgo del humor de Tanovic: lo primero que exige el nuevo amo del lugar es hacerle decir al rival, en voz alta, que la culpa de haber iniciado esa guerra la tiene el bando al que representa.
El juego de ironías se vuelve más complejo, más tarde, con la entrada en escena de las fuerzas de la ONU que debaten, sin ponerse de acuerdo entre sus representantes multinacionales, cómo resolver el entuerto sin producir víctimas y sin afectar la imagen del organismo, tarea ésta que amenazan los medios de comunicación cazaprimicias representados por una voraz periodista de televisión inglesa. «El último día», en rigor, es una obra de naturaleza profundamente teatral, de las denominadas huis clos (a puertas cerradas), aunque se haya filmado al cielo abierto de ese territorio condenado por la historia de fin del siglo XX. Pero podría representarse cómodamente en una pequeña sala de teatro. Su fuerza, y en consecuencia el interés privilegiado que despertó en Hollywood (además de su infrecuente procedencia), radica en su índole opuesta a los abrumadores espectáculos morales y plenos de sangre y estruendos en Dolby Digital del estilo «Salvando al soldado Ryan» o «Pearl Harbor».
En los años 50 y 60, su representación también habría sido bienvenida aunque no tan diferenciada: en la literatura teatral de aquellos años abundaba este tipo de argumentos con conflictos sucesivos que se superponen y desatan a fuerza de ingenio y sarcasmo. El olvido, como otras tantas veces, colabora con la ilusión de originalidad.
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