«Casi hermanos» («Quase dois irmaos», Brasil-Chile-Francia, 2004, habl. en portugués); Dir.: L. Murat; Guión: L. Murat, P. Lins. Int.: C. Ciocler, F. Bauráqui, W. Schuneman, A. Pompeo, M. Severo, M. Flor, B. Santana, L. Melodía, R. de Souza.
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Si este drama fuera de algún director comercial conservador, a más de caracterizaciones esquemáticas, reduccionismo general, y moralismo facilongo, lo acusarían de falsedad histórica, reaccionarismo y moralina (palabra que usan mucho los progres para desdeñar, por ejemplo, a los verdaderos progresistas que rechazan el consumo de drogas). Lo acusarían también de mostrar el fracaso de la izquierda en su intento de transformación del pueblo.
Pero no pueden decir nada, porque a «Casi hermanos» lo hicieron Lucía Murat, que de joven pasó largos años en una cárcel de máxima seguridad (tras lo cual hizo el documental «Qué bueno verte viva»), y el guionista Paulo Lins, el mismo de «Cidade de Deus», nacido y criado en las favelas, vecino y amigo de la gente que allí habita y comercia. Seguramente ellos saben más que uno.
Lo que ellos acá exponen (esquemático, es cierto, pero por comprensibles razones de producción, y también para que el espectador no se pierda con tantos personajes), es la difícil comunicación entre «el morro y el asfalto», el resentimiento de las diferencias socio-raciales (incluso con el racismo al revés de los negros que desprecian a los blancos), y la creciente y alarmante decadencia moral en Brasil, con su incontenible espiral de violencia a cargo de cretinos cada vez más jóvenes y más ignorantes de los códigos de sus mayores. Lo exponen mediante la historia bastante convencional, pero sentida, de dos amigos de infancia: un blanquito de clase media y un morochito, cuyos padres coincidían en el amor a la música (uno, periodista; el otro, sambista, y esposo de la doméstica del primero).
En los '70 estos amigos se reencuentran en la cárcel. Uno, preso político; el otro, preso común. «Negro nao é subversivo», le enseñan los guardias para que no haga mala junta, porque los políticos están mejor organizados, y además impiden el robo, la pederastia y el tráfico de drogas en sus pabellones. Y ahora, vuelven a encontrarse en la cárcel. Uno, senador que va inútilmente de visita; el otro, siempre preso común, pero muy peligroso. Lo único que aprendió de todo aquello es el sentido de organización. Ha formado el Comando Vermelho.
A destacar, del elenco, a la histórica Marieta Severo, en el papel de madre y luego abuela que nadie escucha cuando debe. A lamentar, realmente, el desnivel de la música, desde la belleza de un samba de los '50, a las cosas cada vez más desentonadas que se van escuchando (y encima se aplauden).
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