12 de junio 2002 - 00:00
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Haydée Padilla
Padilla interpreta a «la Gringa» (papel por el que ya pasaron Adriana Aizenberg y María Rosa Fugazot). Su personaje es una vieja madama ciega que regentea un mísero prostíbulo en Jujuy y sueña con visitar Venecia antes de morir para reencontrarse con un antiguo amor. Gracias a la solidaridad y a la inventiva de sus discípulas y a la ayuda de un cliente, la anciana podrá concretar su fantasía sin necesidad de moverse del pueblo. Dialogamos con la actriz.
Periodista: Se la ve muy emocionada ante este estreno.
Haydée Padilla: Es que cuando la ví en el Payró pensé: «¡Cómo me hubiera gustado trabajar en esta obra!». Y ahora venir a hacerla en el Broadway por invitación de Alejandro Romay es muy importante para mí. Hacía como doce años que no trabajaba en la calle Corrientes. Lo último que hice fue «Tres noches en el Alvear» con Selva Alemán y Soledad Silveyra.
P.: ¿Dónde se siente más cómoda, en cine, teatro o televisión?
H.P.: En teatro, pero también me gusta mucho el cine. La película que recuerdo con más alegría es «El arreglo» de Fernando Ayala. Yo en ese momento estaba haciendo en televisión «La Chona superstar» donde cantaba, bailaba me hacía la Gilda poniéndome unos guantes largos... en fin, hacía todo tipo de locuras. Pero llegaba a Los Polvorines para filmar con mi pelo teñido de oscuro, porque en la ficción se trataba de una familia muy pobre, y le pedía a la maquilladora que por lo menos me pusiera algo de base. Pero apenas me veía Ayala, me mandaba a lavar la cara: «Vos tenés que dar sesenta años y, además, me gustaría que no tuvieras dientes». Tenía que ser una mujer muy sufrida y carenciada así que filmé toda la película con un viejo batón.
P.: Qué difícil para la vanidad de una actriz tener que afearse o aparecer más vieja.
H.P.: Depende del objetivo. Como en este caso que para hacer de la gringa yo salgo fatal, hasta con los guantes destruidos. Además, como yo empecé muy jovencita en el Payró y tenía mucha vergüenza de actuar, me gustaba disfrazarme para aparecer más vieja y más gorda. Después tuve esa etapa en la que tenés ganas de mostrarte y lucir hermosa y no te permitís envejecer. Pero después viene la etapa en que en realidad sólo te importa el papel. En la Gringa no tengo por qué demostrar que sé bailar, cantar o que puedo ser elegante. La Gringa es un ser muy especial dentro de una obra realmente maravillosa.
H.P.: La falta de ironía de la obra y que sus personajes sean lo que son, sin dobles discursos. Es es un hecho de amor y de mucha grandeza lo que hacen estas chicas por la Gringa. Lo que demuestra que los actos de belleza se dan en cualquier lugar.
P.: Haciendo «la Chona» usted demostró tener muy buen oído para el habla popular ¿Cómo armó la Gringa?
H.P.: Tengo un grabador desde hace dos meses, cuando Romay me habló para hacerla. Uno de los actores, que es jujeño, me grabó toda la obra marcando bien el acento y yo me la paso hablando como la Gringa, metiéndome en sus pensamientos y en su respiración.
P.: ¿Qué pasó con su proyecto de hacer «La Chona 2003» en teatro?
H.P.: Después de los acontecimientos de diciembre preferí no meterme con el tema porque me sobrepasa. Además me iba a convertir en un personaje político cuando la Chona no lo es. Puede tener observaciones muy inteligentes, muy astutas, pero la Chona no es Pinti. No era el momento. Yo le debo a Romay que la Chona sea hoy un personaje tan popular. En esa época yo hacía una tira muy dramática por canal 7, pero cuando la directora me vio, en uno de los ensayos, haciéndome la graciosa y hablando de «mi marido, el Hétor» me llevó a la casa de Romay para que él viera una improvisación mía. Me contrató por tres años y encima me regaló lo referido a patentes y marcas. Yo no sabía el valor de lo que estaba haciendo. Fue muy generoso conmigo.
P.: ¿Qué representa para usted la Chona afectivamente?
H.P.: Cuando mi madre murió yo hacía un programa en vivo que iba los domingos. Meses antes le habían hecho un reportaje a ella, como mamá de la Chona, donde le preguntaron: ¿cuál es su flor preferida? Y contestó: Las violetas. A los meses ella muere un domingo y yo no fui a hacer el programa. Así que avisaron al público que a la Chona se le había muerto la mamá y que la enterraban al día siguiente en Chacarita. Yo en el entierro estuve bien y me sentí fuerte... hasta que vi llegar a un montón de mujeres con violetas en la mano. ¡Se habían acordado de ese detalle! ¡Cómo no voy a querer a la Chona!
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