29 de mayo 2008 - 00:00

Humor feroz, entre Brecht y Beckett

Con textos propios, Mónica Cabrera encarna a varios personajes arquetípicos, que al tiempo que aseguran diversión por su gran histrionismo como actriz, dejan traslucir una crítica ácida a cuestiones de actualidad.
Con textos propios, Mónica Cabrera encarna a varios personajes arquetípicos, que al tiempo que aseguran diversión por su gran histrionismo como actriz, dejan traslucir una crítica ácida a cuestiones de actualidad.
«Limosna de amores» de y por M. Cabrera. Dir. de Arte: L. Sánchez.Mús. Orig.: C. Martini (Centro Cultural de la Cooperación.)

En este nuevo espectáculo de Mónica Cabrera el humor que destila cada personaje, con sus sorprendentes reflexiones, no impide que de tanto en tanto asome, entre las risas de cada espectador, una opresiva sensación de angustia.

Al igual que en sus anteriores unipersonales la talentosa actriz analiza las injusticias y excesos de este mundo dando voz a criaturas reconocibles y cercanas, cuyas intervenciones son tan ricas en ideas y contenidos que invitan a ser recorridas en más de una ocasión. En «Limosna de amores» afloran las conjeturas más inquietantes, el horror trasmutado en crítica ácida, el dedo que señala hacia donde nadie quiere mirar. Por más que la diversión esté asegurada, gracias al histrionismo de esta gran intérprete, siempre hay un subtexto que trabaja a contramano de la comicidad.

Aquí los personajes responden a ciertos arquetipos universales (la reina-diosa, el soldado, la pitonisa, el comerciante avaro) y aunque a simple vista parezcan extraídos de algún relato de «Las Mil y una noches», en realidad están atravesados por cuestiones políticas y sociales de innegable actualidad.

Por un lado, protestan contra la guerra, el materialismo y la alienación del mundo del trabajo, la corrupción de costumbres, tal como lo haría Brecht; pero, a la vez, se los ve desconcertados ante la ausencia de Dios y el sinsentido de la existencia humana, lo que los vuelve más afines al universo de Samuel Beckett (el autor de «Esperando a Godot»).

El público ríe con las deliciosas canciones -con letra de la propia actriz y música de Claudio Martini- y aplaude entusiasmado las gracias de Cherezada (una prostituta española que se ufana de su oficio por considerarlo la piedra basal del capitalismo).

No menos humor destilan el miserable Alí, la cruel Reina Benazir, el legionario o la loca Astrid. Sólo que a medida que avanza la obra, todos estos personajes adquieren una sutil carga metafórica que amplia el rango de significaciones.

La acción transcurre en un desierto cálido y luminoso, como de libro de cuentos y tanto la escenografía como el vestuario (ambos de exquisito diseño) hacen que uno caiga en una especie de ensueño. Es ahí donde el humor cede paso a las heridas de amor, a los destinos sin rumbo y a la desolación de un territorio arrasado por la guerra.

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