10 de mayo 2002 - 00:00

Intriga policial que supera a flojo guión

Ni vivo...ni muerto
"Ni vivo...ni muerto"
«Ni vivo...ni muerto» (Argentina, 2001, habl. en español). Guión y dir.: V. J. Ruiz. Int.: E. Nieva, A. Aristegui, R. Vallejos, A. Bonin, S. Cart, L. Balut.

Se arriesga en varios sentidos Víctor Jorge Ruiz, en su segunda película. Por un lado acumula tareas, ya que ahora, además de guionista, director y fotógrafo en colaboración, se asume también como productor. Por otro lado, reduce atractivos: ya no veremos los hermosos paisajes, la ambientación de época, el amor juvenil, y el drama histórico en buen despliegue de su ópera prima «Flores amarillas en la ventana», que fue además un grato homenaje a su provincia natal.

«Ni vivo...ni muerto»
es un drama de connotaciones policiales, jugado en el encierro de unos pocos personajes, y unos pocos datos. Tiene, al menos, final feliz, detalle que vale la pena señalar, ya que la obra se ambienta a fines de 1980 en Buenos Aires. Para obtener la libertad de su esposa, un profesor de matemáticas debe colaborar con un grupo de tareas. El problema es que dicho grupo trabaja en primer lugar para sí mismo (lo que eufemísticamente llaman «el negocio de los huéspedes»), pero uno de sus miembros ha mejicaneado cinco millones de dólares, un gesto que, lógicamente, dificulta la convivencia (bueno, peor hubiera sido en 1981). Aplicando la lógica, el profesor debe entender de qué se trata, y, si es posible, cómo recuperar la plata.

Todo puede ser una trampa. Densas nubes trae el día sobre la ciudad. En la banda de sonido, el piano imita una clarinada que se desintegra. Y tras la ventana, una vecina se va insinuando. El marido -no sabemos quién es- le pega. El profesor la compensa. Romperán la cama en sus fiestas, y habrá también que romper otro mueble, para resolver la intriga. Curiosa ironía la de este grupo de tareas, cuyos ideólogos tanto desconfiaban de las matemáticas modernas.

Ruiz
consigue intrigar con pocos elementos. Lástima que la intriga supere al libreto. Interesante, pero impreciso, el relato va perdiendo convicción. Lo salvan los actores, con Edgardo Nieva a la cabeza, y la sincera empatía del autor con sus temas recurrentes: la aventura del hombre común ante las fuerzas de la prepotencia y la conveniencia propia, y la responsabilidad de cada uno ante su amor -algo que trasciende en el tiempo.

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