29 de octubre 2001 - 00:00

La figura de Alberdi despojada de bronce

La figura de Alberdi despojada de bronce
Perseguido por los fantasmas de su juventud, Juan Bautista Alberdi pasa sus últimos años en un hospicio, condenado por la pobreza, a la espera de una merecida gratificación que llega cuando es tarde. El autor de las «Bases» corrió el mismo destino de muchos de nuestros próceres. Seres desinteresados y cultos que pelearon por el país con nobleza, dejando de lado intereses personales. Grandes hombres que lo arriesgaron todo por sus ideales. Recuerdos de un pasado de grandeza que luego se fue empequeñeciendo.

La obra de Raúl Serrano tiene el mérito de revivir a Alberdi internándose en sus sentimientos: la desilución y la sociedad que signaron los días que precedieron a su muerte. Exiliado en un país extranjero, añorando su patria, tocando viejas melodías en un piano que es su único consuelo, hace reflexionar, llenando al espectador de una nostalgia que duele.

Mitre y Sarmiento aparecen en sus pesadillas y reviven viejos enfrentamientos, en los que, sin embargo, está presente el respeto de saberse pares. También las mujeres a las que amó lo persiguen en sus sueños. Como en un juicio final, Alberdi se enfrenta con su conciencia.

Hay un material invalorable en nuestra historia, que muy pocas veces ha sido tratado, quizá por respeto a la memo-ria de nuestros próceres. Pero ese respeto que los ha inmovilizado en estatuas e imágenes congeladas, los ha matado dos veces.

La obra es movilizadora y excelente la idea, aunque la ocurrencia de acercar a ese mundo a un personaje de Discépolo no logre cuajar y retrase innecesariamente la trama.

Serrano y Ernesto Falcke ha dirigido la pieza con acierto, pero la mayor falencia está en las actuaciones. La caracterización no favorece el trabajo de Alejandro Magnone y lo mismo sucede con las intervenciones femeninas.

Mario Moscoso como Sarmiento y Norberto Danelli encarnando a Mitre, logran las intervenciones más afortunadas. Es sugestiva la escenografía de Amarilis Carrie y muy bella la música de Rick Anna.

Es promisorio el paso de revivir a un político de fuste y mostrar la interioridad de su alma y
Serrano lo ha hecho, respondiendo a los deseos del mismo Alberdi, que sostenía «que el drama no es un espejo ordinario que todo lo refleja finalmente; es un espejo de concentración, que lejos de debilitar condensa los rayos coherentes, que hace de la claridad una luz, de la luz una llama».

El espectador no podrá dejar de comparar al protagonista de la pieza con muchos de los políticos actuales. «Los testamentos de Alberdi son como los sueños muertos de la patria», sostiene Ricardo Piglia. Sueños cuya muerte nos enluta a todos.

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