El documental de Matilde Michanié narra la carrera boxística
de Marcela Tigresa Acuña, la historia de amor con su
marido y manager, Ramón Chaparro y, por supuesto, también
incluye sus mejores peleas.
«Licencia número uno» (Argentina-Alemania, 2008, habl. en español, alemán e inglés). Guión y dir.: M. Michanié. Documental.
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La carrera de la Tigresa Marcela Acuña está muy bien contada en este documental de Matilde Michanié, que viene de trabajar varios años en la televisión alemana, pero no sólo la carrera de la Tigresa, sino también su historia de amor adolescente con un hombre mayor que hoy es su marido y manager, detalle que interesa tanto como su lucha por el título, o mejor dicho los títulos, porque tiene los de campeona mundial gallo, supergallo, y pluma, pero, antes aún, tiene -y conseguirla también le costó trabajo- la primera licencia argentina de boxeadora profesional, que a eso alude el otro título, el de la película.
Su exposición se arma sobre tres ejes: el camino hacia el cuadrilátero la noche de la pelea, los recuerdos de la vida en Formosa (representada por una niña que va a aprender artes marciales al club de barrio, y una quinceañera que se sube a la moto de su amor prohibido, pero sólo como ilustraciones bien ambientadas, sin caer nunca en los defectos de ciertas «reconstrucciones»), y la inserción de la vida cotidiana y de los comentarios de otras personas, entre ellas su padre, ya más o menos resignado, el hermano, su pigmalión y marido, Ramón Chaparro, sus dos hijos, sus varias seguidoras, su alumna especial, Natalia Oreiro, las colegas locales y alemanas (hay una muy atractiva, sexy, aunque igual se recomienda mantener la distancia), su predecesora inglesa, que hoy, ya grande, sigue teniendo peso, y la opinión de algunos varones de peso, dentro del periodismo, la medicina, o los estadios, hablando de los riesgos del oficio, los prejuicios, los entretelones del negocio, y las lógicas diferencias de género, como hoy se dice.
Yendo al resumen: una historia de luchas, de superaciones, una historia de amor, un documental bien informativo y entretenido, y, como era de esperar y los espectadores la están esperando, una de piñas que da gusto, incluso con un final emotivo, potenciado por la excelente música de Fernándo Manuel Diéguez (a lo que se agrega una cumbia mucho menos excelente pero que igual emociona), y el habilísimo montaje de Alberto Ponce, que en el momento decisivo del combate, por sobre el bramido de los espectadores y el eco de la sala, privilegia una voz infantil gritando «¡Dale, mami!», con toda la fuerza de sus pulmones. Un verdadero placer, y un ejemplo en varios sentidos.
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