«Lo que el
agua se llevó»
combina
eficazmente
dos técnicas de
animación muy
diferentes
la inglesa
Aardman
Animations
y la estadounidense
Dreamworks)
para relatar
una aventura
plena de
sorpresas.
«Lo que el agua se llevó» (Flushed Away, G.Bretaña-EE.UU., 2006, dobl. al español). Dir.: D. Bowers y S. Fell. Guión: D. Clement, I. LaFrenais, C. Lloyd, J. Keenan, W. Davies. Film de animación.
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El afiche no es demasiado atractivo. Y el comienzo del film tampoco augura mucho.Unas tomas tiesas, sin gracia, propias de animación computada, donde la familia humana se va de vacaciones y deja a la mascota de la casa libre para jugar con los muñecos. La casita queda en un barrio elegante, Kensington, y, por lógica, la mascota es un ratón elegante, que además presume de imitar a James Bond, hasta que un desagradable intruso evidencia su cobardía y lo pone histérico. En fin, la cosa es que el otro, un gordo ordinario, lo desaloja del modo más sucio posible.
Pero ahí empieza lo bueno. El ratoncito elegante cae en una Londres subterránea, pintoresca, colorida, superpoblada, donde todo aparece reciclado de forma deliciosa. Ahí es donde uno se incorpora en su butaca y se promete comprar el más grande televisor de plasma que haya en el mercado, aunque pase el resto de su vida pagando cuotas, solo para alquilar después esta película y estudiarla en pantalla detenida. Es formidable la cantidad de detalles graciosos que hay en esa parte, y en varias otras a partir de ahí. Y es muy bueno reencontrar, de tal forma, el típico encanto de los personajes de Aardman Animations, con sus clásicos movimientos de cejas, boca fruncida, y sufrida flema británica, siempre envueltos en un mundo de época indefinida pero llena de objetos que remiten directamente al cariñoso recuerdo de la memoria colectiva.
Solo que, en este caso, dicho encanto no lo dan los muñecos en plastilina de «Wallace & Gromitt» o «Pollitos en fuga», sino un montón de ratones, batracios, y hasta babosas cantoras (buenísimas), enteramente hechos por computación. Es que las patas finas de los batracios, y, sobre todo, la enormidad de agua que impone el argumento, obligaron a la suerte de mezcla que ahora vemos: un mundo Aardman, expresado con técnica DreamWorks. Dicho al revés, los de DreamWorks hicieron un dibujo con personajes y fondos Aardman, y, conviene agregar, le adosaron sus características dosis americanas de histeria, chistes cinéfilos, y mensaje explícito.
Eso, en cuanto a estilo, donde cada empresa se potencia con la otra. En cuanto al argumento, baste decir que el Londres subterráneo está lleno de ratones vulgares, simpáticos, y familieros, ignorantes del peligro que se cierne sobre ellos, futuras víctimas de un sapo resentido. Por suerte el fino ratón encuentra ayuda en una ratona valiente (y algo masculina). Lo demás, incluyendo persecuciones jamesbondianas, no hay que anticiparlo. Forma parte del placer de la sorpresa, donde hay hasta un chiste para amantes del fútbol, porque todo esto se hizo justo antes del Mundial, cuando Inglaterra esperaba reproducir su famoso, y para siempre dudoso, triunfo sobre Alemania de 1966. Una delicia para ver en pantalla grande (la película, no ese partido).
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