24 de marzo 2001 - 00:00

No se vislumbra destino para la riqueza artística

Eduardo Costantini.
Eduardo Costantini.
Dos grandes colecciones, la de Amalia Fortabat y la de Costantini, aspiran a un destino público. Buenos Aires podría concentrar la mayor selección de arte latinoamericano de todo el mundo, con obras cumbre de calidad indiscutida, pero eso parece que no es fácil.

«Ya hay prostitutas que rondan el museo», exclamó a viva voz Uky Goñi, vecino de Barrio Parque, esforzándose por ser oído pese al estruendo de bombos y explosiones que el martes pasado inundó la Legislatura porteña. Goñi era uno de los oradores de la audiencia pública convocada para tratar la excepción al Código de Planeamiento Urbano que solicita la Fundación Costantini para ampliar el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Sitios de culto de las sociedades posmodernas, los museos pueden también inspirar repudios, como en este caso.

La construcción del MALBA se inició hace dos años con la firma del entonces jefe de Gobierno, Fernando de la Rúa, y la ampliación fue aprobada hace unos meses, con 75% de los votos de los legisladores. Pero antes de que se sancione una ley que apruebe los planos definitivos, los vecinos piden que se realice un estudio de impacto ambiental.

Hubo, sin embargo, otras expresiones. Como la de Nicolás García Uriburu, quien denunció: «Me da vergüenza que le pidan cosas a cambio (a Eduardo Costantini)». García Uriburu sacó a relucir una situación inexplicable: que, en un momento de este proceso, en la Legislatura le pidieron a Costantini, primero, que financiara un teatro y, luego, un instituto de salud mental del Gobierno de la Ciudad. Inversión que -se presupone-facilitaría la aprobación de los planos.

El legislador Miguel Doy (Acción por la República), luego de su extensa exposición final, y explicando su firmeza al no permitir excepciones al código, le aclaró a este diario que en otras ciudades del mundo no existe esta norma, se estudia cada caso en particular, y que él es en realidad partidario del análisis pormenorizado. Dijo también que áreas como la cultura o la salud merecen ser privilegiadas y, consultado sobre cuál es su responsabilidad con la cultura, contestó: «Votar el presupuesto de 145 millones de pesos».

Justamente, días atrás y en un discurso que se destacó por su extensión, el secretario de Cultura,
Jorge Telerman, había considerado las bondades de ese presupuesto, más aún cuando se le suman aportes privados como en este caso. La cuestión es el rumbo de la inversión y los objetivos concretos para el área de las artes, que parecen ser erráticos hasta la fecha.

En la actualidad, y pese al tembladeral económico, se da la circunstancia inusual en tiempos de crisis de que existen esas dos grandes colecciones, la de
Fortabat y la de Costantini, mencionadas al principio, que aspiran a un destino público. Y si a estas colecciones se suman los tesoros artísticos del Museo de Bellas Artes, el Decorativo o el Fernández Blanco, entre otros, ninguna ciudad de América latina podría competir con la riqueza porteña.

La grandeza de las colecciones vaticanas o del Louvre fueron tan importantes para Roma y París como hoy lo son las del Metropolitan, el MoMA o Guggenheim para Nueva York. Y todas ellas se fundaron durante el apogeo económico de estas ciudades, dato que torna más apreciable el fenómeno porteño.

De concretarse la posibilidad que hoy se ofrece, no es necesario explicar los beneficios de erigirse en centro del arte: sitio de consagración por excelencia para los artistas, lugar donde se regula el mercado, se escriben las normas y la historia y donde el arribo de teóricos, coleccionistas y visitantes de alto poder adquisitivo está asegurado. Además, América latina no tiene un centro de arte, nunca lo tuvo, y a Buenos Aires le sobra vocación para serlo.

Pero nada de todo esto se vislumbra en el plan del Gobierno de la Ciudad. Aunque hay que reconocer que este año se abrirán dos museos recién restaurados, el Perlotti en el barrio de Caballito, y el José Hernández, a pocos pasos del MALBA (acaso para empeorar la polución ambiental).

Pero la secreta gira de Aníbal Ibarra y Telerman con el director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que hace unos meses recorrieron Puerto Madero en busca de un loft para crear una «sala de exposiciones» y exhibir obras que nadie sabe a qué precio las alquilaría el neoyorquino, invita a pensar que se valora poco lo propio. Acaso por estas razones, un deprimido Clorindo Testa confesó en la audiencia: «Nunca imaginé que iba a tener que venir a una Legislatura para contar las bondades de un museo que exhiba nuestro arte».

Dejá tu comentario

Te puede interesar