6 de junio 2007 - 00:00
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John Updike
P.: Resulta muy interesanteque no sólo Ahmad proteste (incluso aúlle) contra América -la comida basura, el consumismo, las disipadas costumbres sexuales...-, sino que muchos personajes del libro también critiquen al país. ¿Intentaba mostrar diferentes perspectivas de cómo la gente está viendo qué pasa en nuestra sociedad?
J.U.: Todos ellos viven en la misma América. Jack Levy, el coprotagonista de la novela, un hombre muy anciano que ha vivido fuera y no es un creyente fervoroso también está enfadado por la superpoblación, por la sobreexplotación de los recursos, por la avaricia, por la estupidez de la cultura popular, y por las modas que producen obesidad. Todo eso resulta tan evidente para Jack como para Ahmad. Pero Ahmad tiene además un Dios en el que cree y que siente a su lado. Hay un versículo del Corán que dice que Dios está tan cerca como la vena de tu cuello. Y Ahmad siente esa vena muy bien. Así que no hay sólo quejas, sino también la esperanza de una vida mejor, superior a la que le rodea.
P.: Releyó el Corán para documentar el libro. ¿Ha investigado también sobre terrorismo?
J.U.: Leí sobre los yihadistas, no, sobre los «shahid», los mártires. Leí en torno al problema, pero no sé si profundamente. Mucho no era demasiado útil. Pero hay una clase de tradición islámica que se remonta a los «assassins» de la India, y que ha florecido en la guerra de Irán-Irak, con el uso de gente joven -demasiado joven, 11, 12, 13 años- como bombas andantes. Algo que intenté tener presente es que, desde su punto de vista, hay una guerra y ellos están en el lado de Dios; nosotros somos los sin-Dios, el gran Satán, como dijo el Ayatollah Jomeini. Y muchas de las acciones que nos parecen gratuitas o simples locuras tienen más sentido vistas en el contexto de una guerra. Porque incluso los americanos, en un conflicto armado, son capaces de autoinmolarse.
P.: Ha explicado que se sentía abrumado por la «amistad con la muerte». ¿Eso es parte de «Terrorista», esa especie de nihilismo?
J.U.: Ellos discutirían mucho considerarlo nihilismo, porque para ellos el paraíso es bastante real. No creo que la religión sea intrínsecamente hospitalaria con la muerte, pero, como ya he dicho, hay una tradición de «shahid», de mártires suicidas. No fue sólo el Islam actual, ni los terorristas suicidas de Palestina o Irak los que me intrigaron e inspiraron, también los hicieron los jóvenes norteamericanos de ideología seudonazi que han atentado y provocado matanzas en nuestras escuelas.
P.: ¿Cómo en Colombine?
J.U.: Sí, como allí y como sus imitadores, porque habrá más imitadores. Estamos en un mundo en el que no damos a los jóvenes suficientes razones para vivir. El espíritu y las letras de mucha de la música punk y similar es una especie de teoría, algo así como vive deprisa y muere. Creo que la vida es más barata y la muerte más atractiva hoy que cuando yo era adolescente. El suicidio era una patología personal, la sociedad no lo aprobaba, como ahora ocurre en Palestina y en algunas partes de Irak.
P.: Ha dicho hace poco que quería comunicarse con América como Walt Whitman para que «se sepan dirigir y describir a sí mismos».
J.U.: Así es como concebí el papel del autor cuando me embarqué en este proyecto. La audiencia es América, nuestros amigos americanos. Y el auge último del término «ficción literaria» me inquieta porque implica que hay una ficción dirigida a los entendidos de la literatura del mismo modo que hay una poesía dirigida a un público limitado y especial. Y lo que yo quiero escribir es ficción, lisa y llanamente. De mis primeros libros siempre se lanzaron ediciones de bolsillo. Me encantaba ver mis títulos en las grandes superficies y los aeropuertos. Pero ya no los veo. Por alguna razón, hoy el escritor no es escuchado, aunque lo suyo es decir cosas interesantes sobre su país.
P.: ¿Cree que la literatura facilita el intercambio de ideas?
J.U.: Sí. La literatura produce modelos de seres humanos vivos que no tienen por qué estar de acuerdo con nosotros y pueden incluso ser nuestros enemigos. D. H. Lawrence dijo que la ambición de la literatura debía ser extender nuestras preocupaciones, y eso es lo que estoy intentando hacer, aquí y en otros libros anteriores. El ser humano debe mantener la tensión entre sus deseos y sus sueños, entre la realidad social que lo rodea y sus obligaciones para con el prójimo. Y esta tensión no siempre llega a buen puerto y puede suponer un trauma para la condición humana.
P.: Se ha hablado mucho de los cambios tras el 11-S. ¿Realmente ha sido un punto de inflexión?
J.U.: Bueno, se ha podido exagerar mucho, pero nunca habíamos tenido tres mil muertosen una gran ciudad, con explosiones y con semejante caos. No habíamos visto tanta violencia en nuestra tierra desde la guerra civil. Así que, en ese sentido, sí que cambió las cosas. Ha cambiado el modo en que nos acercamos a los aeropuertos y a los edificios. Pero sí que es una exageración. Ya había terroristas antes, y había secuestradores, pero lo que en realidad ha combiado para mí es el dolor constante que me producen los titulares desde Irak, Israel y Palestina, las bombas y el inagotable baño de sangre de la insurgencia iraquí. Me entristece que en un mundo que tiene tantas cosas positivas surjan conflictos tan irreconciliables y brote tanta sangre. Un novelista no puede dar respuestas políticas, pero sí describir el mundo que ve. Y «Terrorista» es mi visión de una cierta parte de América, de una América, esperemos, distinta.
P.: También dice que Estados Unidos está en crisis, y que no es pesimista. ¿Cómo conserva el optimismo?
J.U.: Por crisis seguramente me referiría a que ha cambiado desde que era un chico. El mercado globalizado no está dando un respiro y el todopoderoso dólar ya no lo es tanto. Pero creo que a Estados Unidos todavía le queda cuerda, y sigo siendo optimista. Creo en la Constitución. Y en la resistencia, el entendimiento y capacidad de adaptación del pueblo estadounidense.
P.: ¿Eso también se plantea en «Terrorista»?
J.U.: En «Terrorista» hay pesimismo pero también hay un lado positivo. No todo es tan sombrío.
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