16 de agosto 2001 - 00:00

Sentimientos demasiado fatigosos

Charles Berling y Emmanuelle Béart.
Charles Berling y Emmanuelle Béart.
«Los destinos sentimentales» («Les destinées sentimentales», Francia-Suiza, 2000; habl. en francés.) Dir.: O. Assayas. Int.: E. Béart, C. Berling, I. Huppert, O. Perrier y otros.

La obra literaria del francés Jacques Chardonne (1884-1968) no sólo la oscurecieron razones de estilo, sino, sobre todo, la conducta que siguió el escritor durante la guerra y la Ocupación. Antisemita y colaboracionista, Chardonne llegó a decir cosas como: «No le temo al 'yugo' alemán. Francia, Inglaterra y Estados Unidos son mundos muertos. Lo único vivo es Alemania». En literatura, algunas de sus profecías tuvieron igual destino: en 1949, aseguró que Proust sería rápidamente olvidado.

De unos años a esta parte, con la perspectiva que da la historia, la obra de Chardonne (que, desde luego, nunca rozó el genio o la inventiva de otro famoso colaboracionista como Louis Ferdinand Céline) empezó a ser desempolvada por la industria editorial francesa, y su persona, a convertirse en objeto de varios debates.

La adaptación cinematográfica de su novela más famosa, «Los destinos sentimentales», es el resultado del cruce entre esta revisión y la apetencia que tienen algunos productores por las películas suntuosas, largas, bien vestidas, pródigas en escenas de salón y valses, y que al mismo tiempo deslicen el cuadro de una sociedad decadente.

Sin embargo, en la historia del cine, Luchino Visconti hubo uno solo. Visconti no tuvo maestros ni discípulos, mal que le pese a Franco Zeffirel li. El francés Oliver Assayas, realizador de este film, difícilmente pueda considerarse aspirante a esa dinastía inexistente. Pese a su cuidado, pese al despliegue puesto al servicio de crear un pequeño «Gatopardo», y pese a la siempre angelical belleza de Emannuelle Béart, «Los destinos sentimentales» carece de ángel. Y de demonios.

La anécdota, prolongada (en todos los sentidos de las tres horas que dura) a lo largo de treinta años en la vida de una familia y sus allegados, da cuenta de las indecisiones del pastor religioso Jean Barnery (
Charles Berling), un personaje de muchos perfiles y ninguno de ellos demasiado interesante.

El anodino Barnery, perteneciente a una estirpe de fabricantes de porcelana, está casado con Nathalie (ingrato papel para
Isabelle Huppert), con quien tiene una hija, pero se enamora de la radiante y campestre Pauline ( Béart, siempre con esa sonrisa luminosa y abismal). Al pastor le lleva tanto tiempo divorciarse de Nathalie como al director definir una escena.

La guerra, el cognac, los desencantos, los rencores y los muchos matices de la fabricación de la porcelana pautan un relato que se demora en recovecos no siempre necesarios. Como
Raúl Ruiz en su reciente adaptación de la inabarcable novela de Proust, a Assayas también le interesa hacer jugar al tiempo, perdido y recobrado, su propio papel, aunque el propio tiempo del cine tenga leyes que desafían todo intento de especulación con el que viven los personajes. El espectador, desde su butaca, puede sentirlo de otra manera, y «Los destinos sentimentales», aun con todo su esplendor visual, es una experiencia fatigosa.


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