Renueva el cantante catalán año a año el romance con el público argentino. Para muestra bastan las ocho funciones -quizá terminen siendo varias más- ya programadas en el teatro Gran Rex de Buenos Aires o las muchas actuaciones que hará -sin duda, a capacidad colmada- en diferentes estadios del país.
Presentación de «Versos en la boca». Actuación de Joan Manuel Serrat (voz, guitarra). Con Ricard Miralles (piano, arreglos, dirección), Paco García (batería), David Palau (guitarra), Alex Hernández (bajo, contrabajo) y Alejandro Terán (viola, saxo, clarinete). (Teatro Gran Rex, 13 de enero).
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Cualquiera ha perdido la cuenta de las veces que Joan Manuel Serrat ha venido a la Argentina. Pero nadie duda de un romance con el público argentino que se renueva año a año y que no conoce similares en todo el mundo de habla hispana. Y, si no, que lo digan las ocho funciones -quizá terminen siendo varias más-ya programadas en el teatro Gran Rex de Buenos Aires o las muchas actuaciones que hará -sin duda, a capacidad colmada- en diferentes estadios del país.
También es verdad que este Serrat modelo 2003 no es el mismo del pasado, aquel que hizo historia en la canción en lengua castellana, el de las poesías de altísimo vuelo, el musicalizador de los más grandes poetas españoles. Su «popularización», o una inspiración que irremediablemente no es ya la misma, han ido cambiando a su público; en sus plateas, no así en las superpullmans, hay cada vez menos barbados de anteojos y más señoras elegantes, deshechas de amor por el catalán, y que no tienen ningún empacho en gritárselo en medio de los recitales, como si se tratara de Sandro o de Luis Miguel.
Este nuevo paso del «Nano» por nuestro país, cuyo debut se produjo anteayer en Capital, tiene como objetivo principal la presentación de su último disco, «Versos en la boca». Un material que lo concentra fundamentalmente en la canción romántica, que hace acordar al joven Serrat en títulos como «Los recuerdos», «Señor de la noche» o «Sin piedad», que se asocia muchas veces y cada vez más al letrismo de su compatriota Joaquín Sabina, y que vuelve sobre un sonido más acústico -uno de los aciertosde la mano de su antiguo y por años abandonado director musical, Ricard Miralles.
Su recital tuvo una impronta austera, como el disco; ya desde una puesta de luces sobria y adecuada a este estilo. Sus «chicas», muchas mujeres, de entre 35 y 50 años, enloquecieron con cada cosa que hizo, y a las que él mismo provocó con algunos juegos de palabras nada sutiles, y no se privaron de lanzarle cartas, souvenirs o expresiones de amor carnal siquiera en medio de temas reconcentrados y evidentemente de otra cuerda, como su antológico «Pueblo Blanco».
•Fieles
Esas nuevas fans, que no terminan de recordar -ni, mucho menos, corearlas letras de las canciones emblemáticas, tratan al ídolo con la misma locura que a un cantante de moda. Para algunos de sus fieles, en ese sentido, resultó insoportable verlas revolear brazos como en conciertos de rock mientras sonaban canciones como «Mediterráneo», «Fiesta» u «Hoy puede ser un gran día».
Hubo muchos títulos del nuevo álbum y unos pocos del pasado lejano -es decir, de su mejor época-. Estuvieron «Benito»,«Fiesta», «Mediterráneo», la catalana «Cancó del Lladre», «Cantares», «Lucía», la citada «Pueblo Blanco» y la imponente -el momento más alto del show-«Llanto y coplas a la muerte de Don Guido», sobre poesía de Antonio Machado. Pero faltaron -sobre todo para los «barbados de anteojos»- muchísimas otras.
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