16 de diciembre 2003 - 00:00

"Todas las actrices querían a Juancito, para hacerse famosas"

Todas las actrices querían a Juancito, para hacerse famosas
Como una maldición, justo en el patio del viejo edificio del diario «La Prensa» donde Gainza Paz estacionaba su Buick, anteayer se reunieron mas de ochenta señoras del Ateneo Eva Perón, cada una con su escudito del Partido en el pecho. La propia Evita andaba por allí, y también su hermano, y el director Héctor Olive-ra, ya que se trataba del rodaje de una película de época, entre dramática y picaresca, «Ay, Juancito», sobre la vida de Juan Duarte. Disponiendo como iban vestidas, vigilaba Horace Lannes.

«Hoy tuve que vestir 82 figurantes. Y para una secuencia en el Tabarís fueron 200, y tres orquestas (tropical, típica y jazz), cada una de 22 músicos, director y cantante. En otra escena, Inés Estévez luce un vestido de Zully Moreno con un tul de sesenta metros, que guardo en mi colección. Es ropa que cuido, como el trajecito que uso esta mañana Laura Novoa, hecho con una tela de faya que pocos recuerdan. La falda es un tablón, un pliegue, un tablón, un pliegue...»,
dice Lannes.

El Tabarís se recreó en los viejos Estudios Baires, donde también se ambientaron algunos despachos oficiales. Otras escenas se rodaron en la Casa de Gobierno, el Congreso, la Legislatura (ex edificio de la Fundación Eva Perón, donde estaba su despacho, y aun se conservan su sillón y su escritorio), el Teatro Colón (donde el general repite aquello de «¿alguno de ustedes vio un dólar? ¿Entonces de qué se preocupan?»), el Palacio de Sans Souci, en Victoria, la Cancillería, el Cine Gran Rex (se recreó el estreno de «Dios se lo pague»), el Club Italiano de Parque Rivadavia (escena de entrega de premios de la Academia, todos de gala), el Mercado de Liniers, la Iglesia Santa Cruz, el propio departamento de Olivera en Avenidad del Libertador (recreando el de Niní Marshall), y la Quinta San Vicente, ex Quinta 17 de Octubre, ahora un museo donado por las hermanas de Evita («a pesar de Isabelita», dicen algunos), donde se conserva incluso el tren presidencial que el general puso a disposición de Gina Lollobrigida.

Se rodó también en algunas calles como Rufino de Elizalde y Santa Cruz al 50, donde Juan-cito le regala un auto a una de sus amantes. «Los autos protagonistas son un Buick 48, un Cadillac 49, y un Packard 46», explica un asistente de producción. Asimismo aparecen una ambulancia Chevro 46 restaurada, un colectivo Chevro 47 (el famoso Leyland), en total unos 40 vehículos, todos de una empresa que además ofrece dobles, conductores y restauraciones... y que vive de alquilarlos para casamientos. Dialogamos con el director:

Periodista
: ¿Cuánto puede salir una producción como ésta?

Héctor Olivera: Cuando la pusimos en marcha, en junio de 2001, para rodar en marzo de 2002, iba a costar dos millones y medio de dólares. Hoy cuesta uno solo... Pero como puede ver, todo lo que debe gastarse en reconstrucción de época se gasta.Además hay un elenco importante (Adrián Navarro, Leticia Bredice, Inés Estévez, Laura Novoa, Jorge Marrale, Norma Aleandro, Celina Font, y más de mil extras. Un gran esfuerzo. Creo que mucha gente quiere ver películas históricas y que el tema histórico no es sólo el de los desaparecidos, al que tanto se recurre en estos tiempos, lo digo precisamente con la autoridad que me da haber dirigido «La noche de los lápices».


P.:
Entonces...

H.O.: Hace rato que quería hacer una película sobre el peronismo de los '50, como hicieron las cinematografías de Italia y España, rescatando dramáticamente, y también cómicamente, momentos muy ricos de la historia. Cuando, un día en Madrid, Susana Canales me contó cómo la acosaba Juan Duarte, lo que determinó que ella debiera escaparse a España, encontré el punto de partida que estaba buscando. En Buenos Aires, me resultaron muy valiosos el libro de Maranghello-Insaurralde sobre Fanny Navarro, y las entrevistas de Néstor Romano a Elina Colomer y Maruja Montes. Con esa composición de lugar, le hablé al guionista José P. Feinmann.


P.:
Peronista, a diferencia de usted.

H.O.: Es peronista, sí. Le dije «Mirá, aunque Juan Duarte fue un canallita, creo que como personaje nuestro tenemos que quererlo». Entonces hemos escrito la historia de un muchacho sencillo, entrador, muy buen mozo para la época, que a esos dones sumó el aura que dan el poder y el dinero, hasta transformarlo en «el soltero mas codiciado del momento». Su debilidad por las actrices le significó el mote de «jabón Lux», porque casi todas querían usarlo. Obviamente, si se acostaban con él, conseguían una tapa en «Radiolandia», o (las amantes oficiales) buenos contratos en Argentina Sono Film, donde él tenía intereses. Varón de su época, creció rodeado de mujeres (madre y hermanas, que lo consentían), reconocido por su padre, pero con total ausencia paterna. Mimado, incapaz de mantener una relación sólida. La película comienza en tono casi de co-media, y el público puede simpatizar con este tarambana. Pero el destino de ambos hermanos anticipa el rápido proceso de decadencia del peronismo. En su lecho de muerte, Evita le pidió a Perón «cuidame a mi hermano». Ocho meses después, él moría de un tiro. Oficialmente, dicen que fue suicidio. Sobre ese punto char-lamos con Cristina Alvarez Herrera, una chica rubia, muy bien, con cierto parecido a su tía abuela Eva Duarte, un poco más redonda la cara, que me dijo lo que siempre dijeron en la familia: a Juancito lo mandó matar el propio Perón.


P.:
Usted vivió esa época.

H.O.: Recuerdo, por ejemplo, la quema de las sedes de los partidos opositores, del Jockey Club... y del Petit Café. O la procesión de Corpus Christi, llena de comunistas, socialistas, ¡todos ateos!, contribuyendo a la demostración de fuerza de los opositores. ¿Quién les sirvió esa papa? El propio Perón, con su error de enemistarse con la Iglesia Católica. El fue también el primero en echar mano a los fondos de la Caja de Previsión, lanzando bonos a diez años. Pero mejor volvamos a la película.


P.:
¿Cómo recrear esos personajes históricos?

H.O.: Juan Duarte, su mamá, Eva y Juan Perón, Cámpora, Niní Marshall y Su-sana Canales conservan sus nombres, aunque no nos obsesionamos en buscar rostros iguales. Algunos son un tanto diferentes, de la misma mane-ra que Laura Novoa, teñida, es igual a Evita, y Alejandro Awada es igual a Cámpora joven.


Precisamente, Novoa y Bredice estan ensayando el breve pero sustancioso diálogo que harán sus personajes (la señora y su alcahueta) mientras pasean por un costado penumbroso del Ateneo. En apenas quince segundos, una pone toda la ansiosa energía de la obsecuencia en los ojos, la otra un toquecito persecuta al referirse a los contreras, firmeza al decir cómo debe gobernarse el país, e ironía cuando tras la delación apenas musita una palabra, «simpática», que tanto puede referirse a la denunciada (en este caso, Niní Marshall) como a la denunciante.

«Yo ví muy bien el ensayo, señoras actrices»
, dice el director, tranquilo y feliz de estar haciendo lo que le gusta. Y al director de fotografía, Guillermo Behnisch, «Willy, ¿a usted que le pareció?». Y al cronista «esto viene porque después Atilio Mentasti le va a pedir película virgen a Eva Perón. Increíble que la mujer del presidente decidiera 'a vos te doy 50.000 pies', «a vos no te doy nada', pero así era entonces. Y ella le dice 'El plan de producción esta muy bien, pero esta actriz no va'. A Mentasti lo representa Atilio Pozzobón, que es un poco mas gordo, pero la nariz, las orejas, el modo de calzar el sombrero, lo hacen idéntico.

Igual no lo llamaremos por el nombre, sino por su sobrenombre: el zar del cine criollo».

Se aprestan las 82 mujeres, y algunos hombres. Disfruta Adrián Navarro, el protagonista. «Hago teatro desde los 14 años, y debuto en cine con este personaje divertido, ingenuo, fundamentalmente seductor, excesivo, irresponsable, que pasa de vendedor de jabones a poderoso. ¿Algún modelo para inspirarme? Todo porte-ño tiene algo de Juancito, esa cosa canchera, de tipo seductor, sobrador por naturaleza. Yo mismo tengo cosas suyas, buenas y malas, pero soy muy tímido, por eso me pareció fantástico jugar esto de ser un tipo que ninguna mujer rechaza, al contrario, me doy el gusto de rechazarla yo. En vida, jamás rechazaría a Cecilia Font (mi personaje lo hace).»

¿Cuál no quería estar con Juancito? Y Juancito quería estar con todas. Si el consigue lo que quiere, le va a dar lo que ella quiere. Divide sus amores entre la rubia comprensiva y la colorada celosa. Después, también están las conquistas ocasionales.
«Su ingenuidad me da cierta ternura. La gente lo va a querer, le vas a ver la sonrisa llena de dientes todo el tiempo. Pero concretamente: me inspiré mirando a las personas real-mente elegantes. El modo de caminar, de sentarse, de seducir. Hay una elegancia que se ha perdido, como se perdió la galantería, y la película retoma todo eso. Una vez le dije a Agustín Alezzo, 'yo debería haber vivido en los 40'. Esto es un sueño realizado. Me voy con un aprendizaje muy grande, y con el gusto de haber empilchado cuarenta trajes hechos a medida». No cualquiera.

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