27 de julio 2001 - 00:00

Un imponente Stella sostiene operística puesta de "Israfel"

Israfel.
"Israfel".
«Israfel», de A. Castillo. Dir.: R. Brambilla. Esc.: M. Pont Vergés. Int.: R. Stella, M. Mininno, M. Ibarreta, J.P. Reguerraz, E. Oliva Zanni, A. Fernández Mateu, A. Pastur y elenco. (Teatro Nacional Cervantes.)

Paradigma de los poetas malditos, Edgar Alan PPoe comparte con Baudelaire, Mallarmé y Rimbaud el mundo de obsesiones y pesadillas, estimuladas por el alcohol y por la droga. Mallarmé vio en él un heraldo del Juicio Final que dio la voz de alarma a su siglo. Fascinado por su talento y su personalidad, Abelardo Castillo escribió «Israfel», obra que en 1963 fue distinguida por un jurado integrado por Eugène Ionesco y Cristopher Fry, entre otros.

En la obra de Castillo, Poe muere en medio del «delirium tremens», perseguido por todas las ratas del mundo que corren tras su último dólar, después de haber matado a su sombra (William Wilson, su doble y personaje de uno de sus cuentos), la parte más oscura de sí mismo.

Recién entonces puede volar, y se reúne con Virginia, su prima adolescente, la mujer que más amó en la vida, a quien están dedicadas sus más bellos poemas de amor. «Ulalume», «Ligeia», «Estrellas fijas», «Leonora», y es también la protagonista de muchos de sus cuentos. Una muchacha que se casó con él cuando tenía 13 años y murió de tuberculosis, cuando el poeta aún batallaba para subsistir y de cuya muerte se acusó siempre el poeta.

Virginia Clem, William Wilson, el mediocre poeta Rufus Grinswoold (a quien nombró su albacea), George Lippard (que le acercó el consuelo de la droga) y Muddie Clem (la mujer que lo acogió en su casa) son algunos de los personajes que Castillo eligió para narrar el calvario de Poe.

Calvario que acaba con la muerte y el juicio, frente a la sola presencia del tabernero ignorante al cual ha dicho antes: «Brindemos por Jesús de Galilea, que acaba de nacer en un pesebre. A la humanidad le falta magia, sólo puede salvarla un niño» y agrega: «Acaba de nacerte un niño, tabernero» (refiriéndose a Cristo o tal vez a sí mismo). El Poe pintado por Castillo es «arrogante hasta la soberbia, contradictorio y a veces violento, pero en su casa es alegre y cariñoso como un chico».

La puesta de Raúl Brambilla opta por un estilo casi operístico, que refleja el mundo pesadillesco de Poe. Hallazgos como el entierro de Virginia, la imagen del poeta convertida en estatua y los diálogos frente a los innumerables espejos resaltan el clima tenebroso que anuncia el cuervo en las primeras escenas.
Especialmente lograda es la segunda parte. La mayor intervención de
Rubén Stella subraya la angustia interior del personaje y su desmesura justifica la puesta, a la que la música de Orff presta un carácter violento y ominoso. Stella compone un personaje torturado por sus desvaríos.

Es realmente un emisario del Juicio Final. Frente a él empalidece la imagen del
Poe joven (la otra cara de William Wilson), encarnado por Marcelo Mininno, poco maduro aún para enfrentarse a un personaje tan complejo, al servicio del cual pone su entusiasmo juvenil. Son correctas las intervenciones de Jean Pierre Reguerraz, Enrique Oliva Zanni, Aldo Pastur y María Ibarreta. El diseño escenográfico de Marcelo Pont Vergés responde al espíritu de la puesta y, por momentos, impacta su belleza.

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