El campus que Perón decidió construir en San Miguel de Tucumán sirve de fondo a la historia de amor de dos arquitectos que trabajan en esa obra, en “Ciudad, 1951” de María Lobo (Tusquets), “una oda a la conversación íntima” donde a veces se cruzan Ítalo Calvino y Tomás Maldonado. Lobo, Doctora en Humanidades, con este libro recibió el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes.
Una dialogada historia de amor, con trasfondo peronista
Entrevista a María Lobo, ganadora por "Ciudad, 1951", del premio FNA. La novela, ambientada en el campus que iba a levantar Perón en Tucumán, imagina el vínculo entre dos arquitectos con capacidad de conocer el futuro.
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Periodista: ¿Qué la llevó a usar como escenario de su novela el campus universitario que planeó Perón en San Miguel de Tucumán?
María Lobo: Hacia fines de los años 40, Perón le asignó al rector de la Universidad Nacional de Tucumán, Horacio Descole, fondos para desarrollar una Ciudad Universitaria, que sería la residencia universitaria más grande de América Latina, en la meseta del cerro San Javier. En ese proyecto sin precedentes trabajaron arquitectos argentinos y europeos. El campus se conectaría con la ciudad y con la universidad por vías propias de comunicación, de las que aún quedan trazos. En 1951 el proyecto, que podría albergar a más de 30.000 estudiantes, estaba en plena construcción, y hacia allí fueron los arquitectos Benita y Charles, protagonistas de la novela. Ellos, que tienen la capacidad de recordar el futuro, saben que el campus no llegará a concretarse. En la realidad será descartado por la Revolución Libertadora, tras el derrocamiento de Perón. Esa gesta aparece mencionada muy brevemente en la novela porque no quería que fuera un relato histórico arquitectónico, que los hay y muy buenos. Usé ese fondo real y busqué sacarle su peso para salir hacia la charla íntima de una pareja de jóvenes arquitectos que trabaja en ese proyecto.
P.: ¿Así une dos proyectos, el arquitectónico y el sentimental, que quedan inconclusos?
M.L.: En la caminata que emprenden desde San Miguel a la obra, Benita y Charles construyen su historia de amor conversando de los temas más variados, la vocación, la relación de la arquitectura con la vida, las posibilidades de un amor trascendente, en qué etapa se frustrará el proyecto colosal en el que trabajan. Con eso de recordar el futuro uno de los dos sabe que no van a terminar juntos. Y es Charles que es, a la vez, quien tiene el proyecto de la relación con Benita.
P.: Debaten sueños e ideas, la única relación sexual es breve, un recreo para seguir conversando.
M.L.: El de ellos es un amor conversacional. Eso es algo que vengo trabajando en mis libros, que el amor no pase por el momento sexual. Supongo que el no preocuparme en desarrollar el erotismo tiene relación con la literatura que me interesa, y en que tengo una fe inquebrantable en la conversación. Creo que es la forma de vincularse no solo en el amor. Ellos hablan, sin pensar que hablan de ellos, sobre el amor que no se sostiene en el tiempo. La conversación es el lugar de conocimiento del otro y del reconocimiento de uno mismo. Hay veces que uno no escucha al otro porque se ha detenido a pensar en sí mismo.
P.: ¿Planeó que la novela fuera una larga conversación?
M. L.: No, al principio iba a tener una estructura más clásica, con momentos en que tuviera más protagonismo el narrador. A medida que escribía me daba cuenta de que no podía cortar la conversación, entonces dejé que Charles y Benita siguieran charlando, porque en el diálogo se iban conociendo y transformando. Darles esa licencia me generaba mucha inseguridad, pero tenía la fuerza del desafío.
P.: ¿Por qué enfrenta a Charles, que es de la capital, que está en el Chaco, con Benita, que siendo tucumana ha viajado por el mundo y se siente provinciana?
M. L.: La geografía en la novela está desplazada para sacarle peso al mapa real de la Argentina. Hay muchas capitales, Chaco es una, Buenos Aires otra. No me interesa el encono entre “el interior” y la capital. Pero a Benita le incomoda, considera que el ser nombrada como provinciana la pone en un plano semántico de inferioridad, aunque se trate de un mote, una arbitrariedad construida. Una carga cultural. Uno puede vivir y tener un pensamiento periférico y disruptivo dentro de las fronteras imaginarias que no habitan. No estamos condenados a pensar en función del lugar donde nacimos, por eso hago desplazamientos en el mapa.
P.: ¿Por qué uno de los personajes de la novela es Ítalo Calvino?
M.L.: Porque Benita lo conoció y se cartea con él, y habla de las cartas que se mandan. Calvino es un escritor que supo ser contemporáneo, en el sentido que le da Giorgio Agamben, pararse en el tiempo en que se está viviendo y tomar distancia, y mirarlo críticamente. Calvino es inspiración para un modo de mirar la realidad y contarla quitándole peso. Me importa cómo el entiende el amor, su concepto de lugar, de ciudad. Es mi mayor inspiración.
P.: ¿Desde San Miguel de Tucumán quienes miran lo que quedó de la ciudad universitaria, lo ven como un monumento a lo que se impidió que fuera?
M.L.: Desde San Miguel no se ven las ruinas. Para verlas hay que subir por la montaña, andar por un camino sinuoso rodeado de la yunga, encontrarse con la estatua de Cristo, y al llegar a la cima es el atrapante encuentro con las ruinas de esa construcción, ante las cuales uno se siente pequeño. En Tucumán hay muchos que no conocen la historia de la Ciudad Universitaria. Y en algunos lo toca en la fibra sensible por todo lo que hubiera movilizado culturalmente en Tucumán, en la región del Norte, en América Latina. Es un lugar visitado porque al lado está, junto a un lago, el Bosque de la Memoria, donde se plantaron árboles por los desaparecidos en la última dictadura.
P.: ¿En qué está ahora?
M.L.: En una novela protagonizada por el nieto de Charles Wagner, que también es arquitecto, que tiene una historia de amor en la actualidad. Allí se habla de la trunca historia de amor de su abuelo con Benita.
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