6 de enero 2003 - 00:00

Uruguay, un buen remanso para el arte

Uruguay, un buen remanso para el arte
Para apreciar el arte del Río de la Plata, nada mejor que hacer un alto en Montevideo si se eligen las playas del Uruguay como lugar de vacaciones. En el Parque Rodó frente al Monumento Cósmico de Joaquín Torres García, el Museo Nacional de Artes Visuales ofrece un extenso panorama que se inicia con un conjunto de maestros de la pintura española como Goya, Fotuny, Rusiñol, Anglada Camarasa y Rome-ro de Torres.

En una de sus salas está presente la pintura uruguaya del siglo siglo XIX, desde la iconografía gauchesca de Juan Manuel Blanes y su dramática imagen «Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires», hasta la expresividad de Carlos Federico Sáez, artista que murió en 1901. El período de las vanguardias es el mejor representado con obras cumbre de Rafael Barradas, Joaquín Torres García y Pedro Figari que inauguraron la modernidad en Latinoamérica.

En el camino que va desde la plaza Independencia hacia la ciudad vieja, en la calle peatonal Sa-randí, Torres García tiene su propio Museo que este año abre las puertas de sus nuevos espacios luego de un reestructuración. En la primera plan-ta se exhibe una visión totalizadora de la obra de Torres, con obras bien seleccionadas y algunas que por primera vez se muestran al público.

La segunda planta está dominada por la serie de «Héroes, Hombres y Monstruos» que rara vez fue exhibida en el exterior y que inspirada en la guerra civil española, refleja la situación anímica de un artista conmovido por la violencia. Olimpia Torres Piña, hija del pintor, presidenta de la Fundación Torres García y artista también como sus hermanos Augusto y Horacio, muestra en un una sala sus propios dibujos y acuarelas que ofrecen una visión del mundo totalmente diferente, llena de humor y sutilezas.

A tono con los tiempos que corren, el Museo estrena este año su tienda. En la librería figuran las últimas novedades del arte moderno y contemporáneo junto a catálogos casi inhallables del artista; en las vidrieras, objetos de impecable diseño y entre ellos, una extensa serie de réplicas de sus juguetes. Se trata de reproducciones facsimilares de figuras humanas y animales, autos, carritos, camiones, que el artista construyó para integrar el arte a la vida cotidiana, y que ni el ojo más entrenado podrá diferenciar de los originales. Las réplicas respetan los materiales, técnicas y plantillas utilizadas por Torres García y fueron realizadas de modo artesanal por un equipo de artistas plásticos, técnicos y expertos.

La directora del Museo,
Gimena Perera y su director ejecutivo, Alejandro Díaz, informan que cada uno de los juguetes tiene su caja, que se corresponde con la original, incluyendo el plano de las piezas y las diversas posibilidades de combinación de las mismas. Además, cada modelo cuyo precio oscila entre 30 y 50 dólares, posee su código, número de serie y un certificado de la Fundación Torres García que garantiza la fidelidad y calidad de la reproducción.

• Historia

Torres García comenzó a construir sus juguetes de madera en Cataluña, durante la primera década del siglo XX, época en que creó la Escuela de Arte y Decoración, publicó sus primeros ensayos y exhibió sus primeras expresiones constructivistas. Expuso entonces la muestra «Juguetes de arte» en la galería Dalmau de Barcelona y decidió encarar de modo comercial su fabricación, pero optó por emprender una nueva vida en Nueva York cuando lo estafó su socio.

Allí, con el apoyo de
Gertrude Vanderbilt Whitney volvió a fabricar los juguetes, y fundó la empresa Aladdin Toy Co. Como la mano de obra era más barata en Europa, en 1922 se instaló en Italia con la idea de exportar juguetes a EE.UU., pero al poco tiempo recibió la noticia de que un incendio había arrasado con la fábrica y los almacenes de Nueva York. Cuando en la década del veinte se traslada a París, los juguetes que él llamaba «objetos plásticos», tomaron una dimensión escultórica y su producción, nuevamente artesanal ya no se diferenciaba de la artística.

Los directivos del Museo observan que «
estas obras le ofrecieron al maestro la posibilidad de introducir al niño en los conceptos y las formas del arte moderno, estableciendo una correspondencia entre las innovaciones plásticas y pedagógicas, en particular de Fröbel y Montessori». Añaden que «la cualidad desmontable de las piezas está en consonancia con las propuestas didácticas que recomiendan el adiestramiento motriz mediante ejercicios de descomposición y recomposición de un todo». En suma, los juguetes responden a la voluntad de «relacionar el fragmento con la totalidad» que es uno de los principios clave en la obra del maestro.

En el complejo universo de
Torres García las formas sencillas y armoniosas de los juguetes coinciden con su búsqueda de un lenguaje universal, el de los símbolos, que se inicia en su juventud y conforma en gran medida la identidad de su obra en la madurez. Así, la estructura simple y esquemática de estas obras, despierta resonancias en el inconsciente colectivo de todos los hombres y de todas las culturas.

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