Un hombre simple, desconocido hasta hace 7 días, sin aparatos políticos detrás, sin afiches de calle, sin micros para llevar gente -salvo algunos fletados por colegios religiosos- casi sin difusión previa y sin cordoneros que encaucen gente, concretó el mayor acto político del país que se recuerde en el retorno a la democracia. Habría que remontarse a los actos del radicalismo y del justicialismo de 1983, previos al retorno a las urnas tras los oscuros años del Proceso -con un millón de personas, cada partido, en la 9 de Julio repleta- para encontrar algo superior en concurrencia. De a seis personas por metro cuadrado apretujándose en las zonas más densas frente a las escalinatas del Congreso y en las calles laterales más próximas; 60.000 en la Plaza de los Dos Congresos. En resumen, no menos de 200.000 personas en el acto central y más si se contara a la gente que llegaba a adherir y no se atrevía por la muchedumbre apiñada, circulando por las calles laterales. Debieron ser 300.000 si se observaba la que iba llegando conmocionada cuando vio imágenes por televisión y oyó la voz sentida del padre. Quizá 600.000 si sumamos las concentraciones parciales en partes de la Capital Federal y varios puntos del interior del país. Y ya entraríamos en lo incontable si quisiéramos medir las velas colocadas en las ventanas como adhesión espontánea.
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Aparte de la significación universal del acto, Juan Carlos Blumberg y su esposa lograron para su hijo asesinado, Axel, el mayor velatorio que pudieron imaginar. No les servirá. Nada paga la muerte de un hijo, mucho menos con extrema crueldad, a sangre fría, sin que haya sido una fatalidad inevitable por accidente. Y, además, la muerte de un único hijo. A los 45 o 60 días estalla psíquicamente al máximo e incontenible el dolor, bastante sumergido en los primeros días por el impacto y la magnitud de la tragedia, cuando lo que ocurre no parece cierto y se piensa que en cualquier momento se despertará de la pesadilla.
Este padre encara y distrae su dolor con una reivindicación del sentir de la sociedad. Que no lo politicen, que no lo utilicen, que apoye en otros lo que sea justo -porque su causa es justa y mayoritaria-, que no exceda la exposición pública. Juan Carlos Blumberg necesita ser respetado por todos porque representa muchas muertes injustas de jóvenes y no jóvenes inocentes.
Fue un acto especial el de anoche, un acto por la vida. De ahí tanta adhesión. No hubo encapuchados con palos sino gente común con velas. La violencia y la politización han ocupado demasiado las calles, y el grueso de la sociedad siente que se le ha descuidado su protección. Pero no fue un acto con rencor; por eso tuvo decenas de veces más gente que el de la ESMA. No se hizo para reabrir heridas sino porque se puede y se debe proteger vidas. Vidas jóvenes como la de Axel, de apenas 23 años; como Diego Peralta, de 17; como Juan Manuel Canillas, también de 23; como Cristian, el pibe de Corrientes que lleva 6 meses desaparecido tras su secuestro; como Natalia Melmann, Pablo Díaz, Marcos Schenone, Pablo Belluscio. Como tantos otros al entrar en su casa, al manejar por la calle, al atender un comercio. Tres mil muertos por el delito sólo en los dos últimos años.
• Reclamo
Ayer no había rencor porque no había ideologías en juego. No hizo bien el presidente Néstor Kirchner en alejarse hacia Tierra del Fuego media hora antes de que empezara tan triste acto, aun cuando haya adherido el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Era un acto para el Presidente. No hubo insultos contra el gobierno, ni el nacional ni el bonaerense. Ni aun contra la Policía, que ya detuvo a algunos de los terribles asesinos. El mismo Blumberg acalló desde el micrófono algún silbido aislado contra la repartición. Hubo silbidos también cuando se habló del Poder Judicial, pero la rechifla se hizo realmente ensordecedora cuando se mencionó a los diputados y senadores del Congreso. Silbados cada vez que los nombraban, porque la gente reclama una legislación nueva, acorde en severidad con el desborde total de la delincuencia, que va más allá del incremento del delito en una crisis económica.
No calmó a los presentes que Blumberg anunciara que el próximo miércoles habrá sesión especial del Congreso para tratar su petitorio de penas más duras. «Seguro que van a rendir un homenaje recordatorio a Axel, con largos parloteos donde todos querrán anotarse para no perder espacio político», decía un hombre cincuentón tras cesar en su silbatina. «Ni eso, no querrán suspender el empalme de feriado largo y Semana Santa», le agregaba una mujer a su lado que escuchó al periodista.
«Escriban, escriban -les decían a los hombres de prensa-. Ustedes pueden hacer algo. Nos matan nuestros hijos y nosotros no podemos hacer nada.»
• Resentimiento
Era comprensible que en esa multitud de anoche hubiera más gente mayor que jóvenes. Eran fundamentalmente padres. Los jóvenes como Axel no creen a su edad que la muerte puede ser algo que a ellos los aceche. No piensan, no pueden entender bien, que sean ellos los preferidos de los delincuentes más depravados porque tienen progenitores a quienes extorsionarán con un pedido de rescate. O que las jóvenes sean acechadas por tantos violadores en un país permisivo, con jueces también permisivos para liberar a enfermos de ese tipo.
No se hicieron imputaciones directas en el acto, es cierto. Fue un acto multitudinario y pacífico, pero se percibía un resentimiento tácito. El gobierno se preocupa mucho más por reivindicar la muerte que por proteger la vida. En definitiva, ha propuesto para la Corte Suprema a dos mujeres juristas abortistas, a un juez que perdonó y liberó en casos de delitos infamantes y comprobados, y a un procurador que abrió de par en par las puertas de las cárceles hace años. Es demasiado para este momento tan sensible de la sociedad argentina. J.A.R.
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