Más de dos años de prisión por haber dado cerveza a su hijo, 10 años por haber aceptado una felación, 25 años por haber comprado muchos calmantes, 50 años por haber robado videocasetes. En Estados Unidos las penas delirantes parecen moneda corriente. Para luchar contra la criminalidad, los legisladores locales y nacionales compiten por ser «la mano de hierro», multiplicando las penas mínimas en casos de narcotráfico, agresión a niños, reincidencia o incluso una amenaza a las buenas costumbres, incluso corriendo el riesgo de caer en sonoros excesos.
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El lunes, Elisa Kelly y su marido George Robinson se presentaron ante una prisión en el sur de Virginia para comenzar a purgar una pena de 2 años y tres meses por haber servido cerveza y vino durante el cumpleaños de su hijo Ryan, de 16 años.
Temiendo que los jóvenes bebieran a escondidas, prefirieron comprar ellos mismos las bebidas y supervisar la fiesta. La policía intervino. En Virginia, a los 16 años se puede conducir, votar y comprar un arma, a los 18 alistarse en el ejército, pero no beber alcohol antes de los 21 años.
Las penas mínimas afectan también a los narcotraficantes, sin importar las circunstancias: en Florida, Richard Paey, en silla de ruedas tras un accidente vehicular, fue condenado en 2004 a 25 años de prisión por haber falsificado las órdenes médicas para comprar los calmantes que su doctor le había recetado.
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