“La flauta mágica”: Mozart en el cielo con diamantes

La versión “psicodélica” de la clásica ópera es un hito para el Teatro Colón. La protagonista es la imagen y entre las voces, la coreana Hera Hyens Park.

La flauta mágica. Tamino, Papageno, las Tres Damas y diseños que recuerdan los de “El submarino amarillo”

La flauta mágica. Tamino, Papageno, las Tres Damas y diseños que recuerdan los de “El submarino amarillo”

Después de haber sido representada en numerosos teatros líricos del mundo desde hace más de una década, llegó al Teatro Colón la versión Barrie Kosky de “La flauta mágica” de Mozart, producida por la Komische Oper, de Berlín. Guste o no (aunque, por razones generacionales, cada vez gusta más), hoy la ópera lleva como marca, antes que el nombre de cantantes o directores, el del régisseur, o director de escena.

Aunque todavía no se haya llegado al punto de hablar de “ópera de autor”, como es habitual en el cine desde los tiempos en que el director se rebeló contra el lugar de mero amanuense del productor y batalló por un status autoral propio (en la pantalla independiente, desde luego, porque con Marvel y otros emporios del Mal no se embroma), en los hechos es lo mismo. Lo que antes, en una puesta de ópera, era excentricidad, hoy es moneda corriente. Y también, como en el cine, hay autores y “autores”, que producen grandes creaciones o mamarrachos.

Afortunadamente, “La flauta mágica” del australiano Kosky pertenece a la primera categoría. No es exagerado afirmar que nunca se vio algo parecido en el Colón (lo que debe ser entendido literalmente, y no como sinónimo de elogio ciego). Así como esta ópera de Mozart, última de su producción, se corresponde con aquello que los alemanes llaman “singspiel”, es decir, canto más representación teatral, Kosky ha creado algo que podría denominarse “singlichtspiel”, es decir, canto más cine (para utilizar el arcaísmo con el que se designaban las primeras proyecciones cinematográficas). Porque ver esta “Flauta mágica” es como ver una película en vivo, cuyos componentes remiten a tradiciones heterogéneas del cine, tanto antiguas como modernas.

Esta versión es, entonces, como un largometraje proyectado sobre un muro blanco, con trampas practicables para los cantantes en distintos sectores del muro, por el que asoman sus cuerpos y a veces tan sólo una parte de ellos. Del resto se ocupan las imágenes. Desde su estreno original se ha hablado de la influencia que tuvo el expresionismo, el cine mudo alemán y el hollywoodense, y la similitud de sus personajes con algunas de sus figuras más célebres, como Chaplin o Keaton. Pero la caracterización más irónica y extraordinaria (sobre todo en estos tiempos de cultura “woke”, a la cual precede algunos años) es la de Monostatos, el siervo de Sarastro y el personaje más siniestro de la ópera, junto con la Reina de la Noche.

Monostatos es un moro negro como Othello, pero lascivo y acosador, que se corresponde con el más grosero perfil racista de la época en que fue compuesta la “Flauta”; hasta tiene un aria propia (“Alles fühlt der Liebe Freuden”) en la que lamenta que los negros sean horribles y, como el Shylock de Shakespeare en el caso de los judíos, dice “Ist mir denn kein Herz gegeben? (¿“Acaso no poseo un corazón?”). Kosky, en la misma línea de aquel cine mudo alemán, lo caracteriza como Nosferatu, es decir, blanco cadavérico, de modo que cuando canta su aria resuena como el lamento de una persona discriminada, el vampiro.

Sesentismo y psicodelia

Pero regresemos a la concepción integral, que ha producido menos indignados (entre las antiguas filas de habitués del teatro) que nuevos y fervorosos públicos que se acercaron por primera vez a la ópera, al punto de que anteanoche el Colón agregó una función adicional. Esta “Flauta mágica” es alucinante, en el sentido más sesentista de la palabra. En ese mismo sentido que tenía en el “Lucy In The Sky With Diamonds” de Los Beatles, al punto de que se la podría llamar “Mozart en el Cielo con Diamantes” (aunque las iniciales sean MSD). Tanto es así que, antes que a un film mudo alemán o hollywoodense, a lo que más se asemeja es al largometraje de animación “The Yellow Submarine” (“El submarino amarillo”, George Dunning, 1968), con Los Beatles dibujados, o a la posterior “La planète sauvage” (“El planeta salvaje”, René Laloux, 1973). Es una “Flauta mágica” psicodélica, algunas de cuyas composiciones, desde la Reina de la Noche convertida en Mujer Araña como la de un Manuel Puig con delirium tremens, o las cabezas y manos gigantes, entre otros cientos de imágenes inagotables, parecen extraídas de aquellas películas. Es la primera vez que puede decirse que Mozart “es un viaje”, y no de invierno como en Schubert.

Pero, más allá de esta concepción estética para una ópera que por su misma naturaleza tolera estas libertades y muchas más, otro hallazgo de Kosky es que ha hecho lo que quiso con los diálogos y parlamentos, aunque siempre al servicio de la puesta, nunca por mero capricho. El propio Mozart (y no hace falta ceñirse a la película “Amadeus”, basta con conocer someramente su biografía) lo habría aprobado.

Estos diálogos, comprimidos y acortados según la necesidad de la trama, toman la forma de los cartelones del mencionado cine mudo, y además, como en los films de Murnau, Wiene o Pabst, mantienen el alemán original (subtitulado desde luego, como el resto de la ópera). En las versiones de esta puesta en países anglosajones, en cambio, se los tradujo al inglés, pero es mucho más bello verlos en su original. También, como en las películas antes citadas, la estética de la animación no sólo está presente en el diseño sino que también hay guiños al comic y al pop con la explosión de una bomba cercana a Monostatos, y la leyenda KABOOON que atraviesa todo el espacio, como las onomatopeyas gráficas de Batman.

No es sencillo, en consecuencia, que un espectador acostumbrado a puestas más tradicionales acepte rápidamente esta versión, pero mucho más difícil ha de ser para los cantantes, que son relegados al poco deseado segundo plano con respecto a su majestad, la imagen, a las que deben acomodarse con exactitud para que la ilusión se produzca. Hasta parecen figuras animadas que cantan, y no cantantes reales en vivo.

La versión aquí comentada tuvo como puntal a la extraordinaria soprano coreana Hera Hyesang Park (Pamina), cada vez más relevante en los escenarios internacionales y las grabaciones. También notables el Tamino de Juan Francisco Gatell, el Papageno de Alejandro Spies, la Reina de la Noche de Laura Pisani, el Sarastro de Lucas Debevec Mayer y el Monostatos de Sergio Spina. El Coro Estable, dirigido por Miguel Martínez, y la Orquesta Estable, por Marcelo Ayub, a la altura de las mejores noches.

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