15 de noviembre 2002 - 00:00

El momento más dulce de George W. Bush

La victoria electoral llevó a la gloria a la Casa Blanca, mientras que los demócratas descubrieron su error al subestimar a Bush. La popularidad del presidente y sus viajes fueron decisivos en la victoria republicana.

George W. Bush
George W. Bush
"Nada de soberbia", decía el mensaje electrónico enviado directamente por la Casa Blanca para saludar a los líderes republicanos que, insomnes y eufóricos, volvían al trabajo el pasado miércoles 6, horas después de haber obtenido la mayor victoria presidencial de unas elecciones intermedias en más de un siglo. A George W. Bush y sus estrategas les preocupaba que los congresistas republicanos festejasen la victoria con demasiado triunfalismo y enfureciesen a los demócratas, dividiendo al electorado y socavando los años restantes de mandato asegurados por un reñido triunfo inicial en las urnas.

Así que Bush ordenó a sus colaboradores -Karen Hughes; el vicepresidente Dick Cheney; la asesora de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice; el jefe de Gabinete, Andrew Card; el director de Comunicaciones, Dan Bartlett, y el estratega Karl Rove-: "Sean discretos. Que los resultados hablen por sí mismos". Pero lo decía con una sonrisa. Hoy, dijo, es un día memorable.

Hasta la semana anterior, la presidencia de George W. Bush había sido una etapa marcada por la historia -más que histórica por sí misma-, surgida del molde de unas elecciones extraordinarias y esculpida por los ataques terroristas de setiembre de 2001. A pesar del apoyo mayoritario de la población a la campaña de Bush contra Al-Qaeda, a los ojos de sus detractores el presidente nunca se ha despojado del todo de su imagen de hijo afortunado y cómodamente respaldado, cuyos índices de popularidad -que siguen siendo más altos que los de cualquier otro presidente en relación con el momento del mandato en que se encuentra- terminarán por caer, sepultados por la losa de una economía en declive. Los demócratas pensaron que este hecho les bastaría, por lo menos, para mantener sus posiciones, pero la fuerza carismática de Bush los ha dejado desarmados. Tras apoderarse de ambas cámaras del Congreso y lograr la aprobación por unanimidad de una nueva resolución del Consejo de Seguridad contra Irak, la ascensión del "presidente accidental" sólo puede compararse, entre los políticos estadounidenses, con la de Ronald Reagan.

Con la toma del Senado por los republicanos culmina un proceso de casi dos años, cuya estrategia fue forjada por Rove y otros personajes en reuniones secretas celebradas en variopintos lugares, desde los restoranes de Capitol Hill hasta los campos de golf de Virginia occidental. Ya en vísperas de las elecciones, las encuestas republicanas predecían una gran afluencia a las urnas de los votantes conservadores, movilizados por la campaña de Bush, que había visitado 15 estados en los últimos cinco días de campaña. Los estrategas demócratas subestimaron la capacidad de persuasión del presidente y las consecuencias fueron catastróficas para ellos. En palabras de un alto cargo demócrata: "Al final, resultó que infravaloramos mucho su popularidad. En realidad, pensábamos que las estadísticas de Bush estaban infladas".

• Hito histórico

Pero no lo estaban. En los comicios celebrados el martes 5, triunfaron 21 de los 23 candidatos a la Cámara baja y 12 de los 16 candidatos al Senado a los que apoyó Bush. Los resultados marcaron un hito histórico: en el siglo pasado, sólo en otras tres ocasiones en unas elecciones intermedias el partido presidencial había ampliado su número de escaños en la Cámara de Representantes. Fue la primera vez desde la Guerra Civil que el partido del presidente recupera la mayoría en el Senado en unos comicios intermedios. Bush se convierte así en el primer presidente republicano desde Dwight Eisenhower en gobernar con una Cámara de Representantes y un Senado con mayoría de su propio partido.

"No nos vamos a ninguna parte", advirtió el jefe demócrata en el Senado, Tom Daschle. "Vamos a luchar por aquello en que creemos." De hecho, la pérdida de la mayoría tal vez otorgue más flexibilidad a Daschle, quien como líder de la pasada mayoría en la Cámara alta tuvo que moderar sus propuestas para evitar el enfrentamiento con el ala de su partido más afín a Bush. En la Cámara baja, Nancy Pelosi, una dinámica recaudadora de fondos para el Partido Demócrata, alineada con el sector más inclinado a la izquierda, se perfila como principal candidato para la sucesión de Richard Gephardt a la cabeza de la bancada demócrata -sería la primera mujer en la historia del país en ocupar ese puesto-. Esto ha hecho que algunos estrategas republicanos se froten las manos ante la perspectiva de que Pelosi quiera reanimar a su partido a través de una estrategia de conflicto constante con la Casa Blanca. Según aquéllos, esto sólo serviría para reforzar aun más al Partido Republicano. De todos modos, parece que Pelosi viene preparada para el combate. "No podemos permitir que los republicanos finjan asumir nuestros valores y luego legislen contra ellos impunemente", dice.

No está claro cuál será el plan de acción de la Casa Blanca durante el nuevo mandato. Miembros de ambos partidos opinan que Bush ya ha obtenido todo el apoyo que necesita para emprender la guerra contra Saddam Hussein. "(Ahora) no vamos a oír tantas críticas del Congreso, que siempre se queja por no ser consultado", dice un veterano representante republicano. Las elecciones del martes, en las que los candidatos republicanos obtuvieron 53% de todos los votos emitidos, indican que Bush ha roto el tradicional empate, aunque por escaso margen. En los dos primeros años de su mandato, Bush mantuvo satisfecha a su base conservadora, si bien también es cierto que tuvo que pactar con los demócratas en temas como la educación y la financiación de las campañas políticas. La popularidad del actual presidente, como la de Eisenhower, se basa en gran medida en su prestigio como comandante en jefe más que en el apoyo incuestionable a sus programas de política doméstica. Incluso, con el Senado dominado por los republicanos, Bush tendrá que cortejar a los demócratas si quiere alcanzar sus objetivos y mantener sus índices de popularidad. No es ninguna coincidencia que en la conferencia de prensa que dio el pasado martes Bush declarase que la principal prioridad de su agenda política es aprobar la legislación sobre seguridad nacional, y que le irritase la insinuación de que sigue los dictados de las bases conservadoras. "Yo no obedezco órdenes de nadie", afirmó.

Bush tenía tanta confianza en la victoria que festejó los resultados con una velada preelectoral en el comedor familiar de la Casa Blanca. Oficialmente, se celebraban las bodas de plata de George y Laura Bush, pero apenas si se habían presentado los regalos y se había servido la cena -asado de res- cuando unos empleados trajeron un televisor para que el presidente y sus invitados pudieran seguir las elecciones. Bush ordenó a sus colaboradores que le fuesen informando de los resultados en cuanto les llegaran del Comité Nacional Republicano. Poco después de que sirvieran el postre -pastel de chocolate y helado de coco-, el presidente recibió una llamada de su padre, que estaba en Florida, para contarle que su hermano Jeb iba por delante en la reelección a gobernador. Pocos minutos después, los canales de televisión lo proclamaban triunfador. "Pónganme a mi hermano al teléfono", ordenó Bush, sonriente . "No quiero que gane en Florida por muchos más puntos de los que conseguí yo."

• Celebraciones

Una vez recogida la mesa, unos pocos invitados -entre ellos, Dennis Hastert, presidente de la Cámara de Representantes, y Tom Davis, presidente de la campaña republicana al Congreso- se escabulleron de vuelta a sus oficinas. Pero cuando Trent Lott (líder republicano en el Senado) intentó marcharse, Bush lo llevó a otra sala con más pantallas de televisión y teléfonos que no paraban de sonar. Cuando se conocieron los resultados definitivos de los comicios, Bush felicitó a los nuevos senadores Elizabeth Dole -esposa del antiguo candidato presidencial Bob Dole- en Carolina del Norte y John Sununu en Nueva Hampshire, luego le pasó el teléfono a Lott y siguió marcando números. "Era evidente que la estaba pasando muy bien", cuenta Lott. Tras la quinta llamada, éste intentó excusarse diciéndole a Bush que debía regresar al despacho. "No, no. Quédese -le contestó el presidente-. Vamos a ver cómo termina esto."

Terminó incluso mejor de lo que había previsto la Casa Blanca. Desde el momento en que Bush emprendió la campaña electoral, los candidatos republicanos jugaron sus bazas en temas de seguridad nacional, aprovechando el clima de alarma entre los votantes provocado por el terrorismo y la amenaza iraquí. Por su parte, los demócratas intentaron centrarse en los temas económicos, pero sin llegar a plantear nunca una alternativa seria a las iniciativas de Bush de rebajar los impuestos y aumentar el gasto público. "El mensaje que queríamos articular era lo más importante", dice Harry Reid, senador demócrata por Nevada y mano derecha del ex líder de la mayoría en el Senado, Tom Daschle. "Pero no sirvió de nada. La gente estaba más interesada en el 11 de setiembre, el francotirador de Washington y la guerra contra Irak."

El jueves posterior a las elecciones, Lott habló por teléfono simultáneamente con los otros 50 senadores veteranos y recién elegidos repartidos por todo el país, para empezar a trazar la agenda legislativa. Lott piensa someter a aprobación un proyecto de ley sobre seguridad nacional secundado por Bush, que fue frenado por los demócratas cuando la Casa Blanca se negó a ampliar la cobertura de funcionarios a los empleados del nuevo Departamento de Seguridad Nacional. No volverán a intentarlo. Bush criticó duramente al Senado por su supuesta "blandenguería" con el terrorismo, lo que de forma tácita atacaba el flanco de los demócratas, incluyendo a Max Cleland, un respetado héroe de Vietnam que perdió su escaño por Georgia. "El presidente logrará todo lo que se proponga en cuestiones de seguridad nacional gracias al cadáver político de Cleland", dice Grover Norquist, un lobbysta conservador.

Dada su condición de partido minoritario, tampoco es nada probable que el colectivo demócrata frene los planes republicanos para reelegir a los 18 candidatos a los tribunales federales que esperan ser confirmados en sus cargos. Sin embargo, los nuevos nombramientos a la judicatura aún pueden deparar algún que otro encarnizado combate, como por ejemplo la posible elección de un nuevo magistrado para el Tribunal Supremo hacia el final del período de sesiones.

A pesar del recién logrado control de ambas cámaras, la Casa Blanca aún no dispone de una "mayoría gobernante" en el Senado, es decir los 60 votos necesarios para controlarlo totalmente. Según afirman congresistas de ambos partidos, Bush tendrá que negociar con los demócratas y renunciar a algunos de sus proyectos más emblemáticos para conseguir lo que se propone. "El presidente pidió el Senado y lo ha conseguido", dice Reid. "Ocurra lo que ocurra, debe asumir la responsabilidad por la legislación (que se apruebe); ya no podrá achacarnos los errores."

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