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El Papa ofició una misa en el santuario de Mariazell donde alentó a buscar "la verdad".
En Mariazell, santuario mariano que cumple 850 años, Benedicto XVI se planteó las preguntas de nuestro tiempo, las dudas de tantos cristianos, muchos de los cuales han abandonado la Iglesia.
Y se mostró convencido de llevar un mensaje que todos, incluso los no creyentes, pueden escuchar.
Este sería un mensaje muy lejano de la imagen que muchos, incluso en la Austria que está visitando, tienen del catolicismo: una lista de "noes" impuestos al hombre, una serie de preceptos, una moral difícil e incomprendida.
En cambio, según Benedicto XVI, el cristianismo "es más y algo diverso de un sistema moral", es "amistad con una persona: Jesús".
De esta amistad nacen los mandamientos del decálogo, que son un "sí" a la vida, a la verdad, a la familia, a la solidaridad y al amor responsable.
Hasta el punto de que por la noche, el Papa releyó los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia como expresión de la verdad del amor incondicional de Dios.
"En medio de todo el egoísmo de no saber esperar, del consumismo, en medio del culto al individualismo, nosotros tratamos de vivir un amor desinteresado por los hombres", explicó.
Esta es la capacidad de amor que el Papa querría ver en los fieles, y al final de la misa encomienda solemnemente un "mandato" misionero a los representantes de los casi 3.000 consejos parroquiales elegidos en marzo en la Iglesia austríaca.
Una Iglesia que trata de despertar luego de años difíciles de crisis de credibilidad por la renuncia del arzobispo de Viena, Groer, molestador de niños, y luego de la fuerte contestación de "Somos Iglesia", movimiento nacido justamente en Austria.
En este país, los católicos son en teoría el 72,7 por ciento pero de hecho los vínculos con la fe se han debilitado mucho, como en todos los países de la Vieja Europa.
Una Europa que se volvió "pobre de niños", porque "queremos todo para nosotros mismos y no tenemos demasiada confianza en el futuro", dijo el Papa.
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