¿Cómo se proyectó sobre el kirchnerismo (y, en general, todo lo que vino después) el colapso de De la Rúa y el modelo económico de los noventa que su gobierno pretendió continuar? La idea de que el kirchnerismo (y el macrismo) son “hijos del 2001” está en muchas formas presente en la obra de varios politólogos que escribieron en los últimos años. En este articulo, vamos a revisar algunas de estas ideas.
Memoria activa 2001 (parte 30)
Después del neoliberalismo: una discusión sobre el kirchnerismo. La idea de que el kirchnerismo (y el macrismo) son "hijos del 2001" está presente en la obra de varios politólogos que escribieron en los últimos años.
Partamos de lo que había sido la lectura inicial sobre el rol de la tecnocracia en artículos anteriores. Aunque no sin restricciones iniciales, especialmente asociadas al espacio que tenían los derechos humanos y la justicia, los tecnócratas en particular y la tecnocracia en general, había ido ganando terreno en los noventa ya que los objetivos netamente económicos comenzaron a dominar la agenda de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, facilitando los métodos tecnocráticos y fomentando una “visión schumpeteriana de la democracia -en la que la democracia no es más que un método para arribar a decisiones políticas y en donde la participación de los ciudadanos se limita en los hechos al momento de emitir su voto en las elecciones” (Silva, 1997, pág. 8).
Los consensos se limitan a las capas políticas más altas. Sin embargo la población, una vez inserta en este sistema ha mostrado poder evaluar sus gobiernos de manera concreta, en términos de desempeño económico y otros temas. Queda no obstante la “necesaria creación de mecanismos adecuados de fiscalización de la acción de tecnócratas en altas esferas de gobierno” (Silva, 1997, pág. 10), por parte de políticos más tradicionales, impulsando así la restauración de parte de su legitimidad, algo que podría ayudar a la “democratización de la tecnocracia”.
Según Isidoro Cheresky, estos cambios van más por abajo. Para el año 2003 “el reencauzamiento político e institucional se afirmó con las elecciones presidenciales”. Había nuevas criaturas: nuevas siglas, mayor competencia y un contexto de fragmentación partidaria (Cheresky, 2007, pág. 37). A pesar de la debilidad con la que ingresó Néstor Kirchner, pudo ganarse a los ciudadanos, utilizando canales más directos, sin mayor mediación institucional y desligándose de supuestos tutores y compromisos previos con Eduardo Duhalde. Tras las reformas que emprendió y los cambios positivos, aunque no estructurales, el Presidente logró la popularidad y ha ejercido el rol de líder, con un proyecto que implica integrantes y aliados heterogéneos, sumados desde otras fuerzas políticas, más individual, que colectivamente. Agrega que estos cambios en el clima social, su rol de jefe y su identificación con el ciudadano común, no están exentos de vulnerabilidades, entre ellos los asociados con la falta de reconstrucción institucional que consoliden el desarrollo y mejoren la calidad de la democracia (Cheresky, 2007, pág. 40).
En general, los desafíos que implica el desarrollo democrático aún son los de la desigualdad social, de derechos, de recursos y un déficit institucional, que son condiciones para “una ciudadanía social” (Cheresky, 2007, pág. 42) y una real capacidad de decisión. El análisis de Cheresky se basa en sus abordajes del llamado “liderazgo de popularidad”. Otros autores, por otra parte, han hecho más hincapié en la economía policía de los cambios. Para Bonnet, el kirchnerismo fue uno de “los gobiernos latinoamericanos pos-neoliberales” (Bonnet, 2016, pág. 15), y por ende parte de un proceso más amplio de crisis regional del neoliberalismo, que impulsó el acceso al poder de gobiernos que tomaron distancia de las políticas que lo componían. Sin embargo, como todos ellos tenía sus especificidades. Bonnet nos explica cómo el kirchnerismo nace y se construye en torno a dos procesos en tensión. Por un lado, nace a partir de la “expresión de las relaciones de fuerzas entre clases emergentes del ascenso de las luchas sociales que culminó en esa insurrección de fines de 2001” y de la “crisis de acumulación y dominación capitalistas”. Es decir, del fracaso económico-financiero y la crisis del sistema político. Y por el otro, fue “un intento de recomposición de esa acumulación y dominación” (Bonnet, 2016, pág. 13).
En ese sentido, como veíamos en el artículo anterior, el proceso arrancó con la misma crisis. El “reordenamiento económico” comenzó con Duhalde en una especie de transición; inició la devaluación y resolvió la dimensión bancaria de la crisis (Bonnet, 2016, pág. 23). Y para este autor, más tarde, durante el kirchnerismo el reordenamiento se profundizaría; en ésta etapa “la acumulación capitalista”, estuvo determinada “por el relajamiento de la disciplina de mercado, y de una serie de medidas de política económica implementadas como respuestas”.
Se sumó a esto un contexto favorable ofrecido por el mercado mundial, con mejores “términos de intercambio” y con menores “restricciones externas” (Bonnet, 2016, pág. 16). Además de la devaluación, que trajo consigo el recorte de los salarios (Cheresky, pág. 21), que explican prácticamente sin resto las altas tasas de crecimiento registradas los primeros años (Bonnet, 2016, pág. 22), se dispusieron algunas medidas, como los “recortes, de tarifas de los servicios públicos y los precios de la energía y de las tasas de interés” (Bonnet, 2016, pág. 21), lo que produjo que “la tasa de ganancia del conjunto de las empresas” aumentara de manera significativa, así como también aumentó la rentabilidad de los “sectores productivos de capital”, aumentó “la competitividad de los capitales orientados hacia la exportación” y dio protección “a los capitales menos competitivos”, generando entonces “una recuperación de las exportaciones con una incipiente sustitución de importaciones” (Bonnet, 2016, pág. 21).
Kirchner pagó deudas financieras y deudas sociales al mismo tiempo
El gobierno de Néstor Kirchner además tomó medidas respecto a la salida de la cesación de pagos de la deuda externa en la que había incurrido el Estado argentino en 2001, a través de iniciativas diversificadas, aunque con un denominador común: el pago de dicha deuda (Bonnet, 2016, pág. 24). Estos pagos abundantes iban dirigidos a organismos financieros internacionales, acreedores privados e institucionales. La recuperación económica también permitió tomar medidas en torno al desempleo que había sacudido a la Argentina durante la crisis y que había sido relativamente asistido durante el gobierno de Duhalde; las medidas comenzaron con la extensión de la asistencia social, pero, además, y a medida que mejoraba la economía y aumentaba el empleo, se aplicarían “políticas laborales destinadas a contener demandas salariales”. La acelerada recomposición de la acumulación, que acabamos de analizar, sentó a su vez las condiciones materiales de posibilidad para la recomposición de la dominación (Bonnet, 2016, pág. 26).
La dominación, tras la crisis político-social y la consecuente “insurrección” (Bonnet, 2016, pág. 26), la profunda ruptura del orden político y el vaciamiento de poder, exigía, más que un reemplazo de poder, nuevas formas de auto-organización social, tema que fascinó a los investigadores académicos por aquellos años: fabricas recuperadas, clubes de trueque, asambleas populares. Ese desafío lucía mucho más complejo que la recuperación de la economía. Y en éste punto, Duhalde, aunque tuvo éxito en lo concerniente a la restauración del orden político-institucional a través del éxito del Congreso y su correcta administración de las elecciones presidenciales del 2003, “carecía de la necesaria legitimidad”, enfrentando límites insalvables ante la tarea de recomponer el sistema político y la autoridad legítima (Bonnet, 2016, pág. 30).
El kirchnerismo por su parte, pudo en parte recomponerla. Inició con la incorporación de las demandas de las masas movilizadas durante el ciclo de ascenso de las “luchas sociales”, y lo hizo mediante un modo de ejercicio de dominación neo-populista que implicaba un arbitraje del Estado mucho más activo entre los intereses de las diversas demandas (Bonnet, 2016, pág. 31). Pero debido a su limitada “legitimidad de origen”, debía llevar a cabo medidas que lo doten de una “importante porción de legitimidad de ejercicio” (Bonnet, 2016, pág. 32), lo que se resolvió con políticas, principalmente democráticas, un discurso que lo diferenciara radicalmente de los gobiernos neoliberales y procesos de selección y resignificación que mediaron demandas de distinta índole; éstas se llevaron a cabo en razón de ampliar el consenso alrededor de su administración y salir definitivamente de la crisis política. Éstas iniciativas fueron acompañadas por la ya mencionada recuperación y expansión de la economía y por un retroceso de las luchas sociales, las que se reforzaron mutuamente” (Bonnet, 2016, pág. 33).
Los resultados fueron relativamente exitosos: se normalizó el conflicto, se incorporaron las demandas de las masas, aunque restringidamente, y no debió recurrirse, salvo algunos casos, a la represión (Bonnet, 2016, pág. 36); sin embargo, la dominación no estaba asegurada, ya que dependía intensamente de la disponibilidad de excedente económico. Los gobiernos kirchneristas no estuvieron exentos de crisis, a las cuales se respondió con medidas cortoplacistas, produciendo, especialmente durante la Presidencia de Fernández de Kirchner, “un desfasaje creciente entre la orientación política seguida y las relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases” (Bonnet, 2016, pág. 39), que se pondría de manifiesto más adelante.
Las limitaciones también estuvieron presentes: en el ámbito partidario, donde como movimiento no logró reunificar y alinear al justicialismo en su conjunto detrás suyo ni tampoco organizar una nueva fuerza de centro-izquierda propia”, manteniendo “activa, aunque involuntariamente, aquella crisis del sistema de partidos heredada del 2001” (Bonnet, 2016, pág. 41); en el sindical, que aunque se revitalizó, “no dio lugar a una recomposición duradera del viejo vinculo funcional ente la burocracia sindical y el estado” (Bonnet, 2016, pág. 42); la generación de “divisiones alrededor del eje kirchnerismo/antikirchnerismo entre organizaciones” (Bonnet, 2016, pág. 43), que junto a la tendencia de estatización de algunas de ellas por parte del Estado nacional, tuvieron consecuencias desastrosas para las mismas, entrando en crisis, desmovilizándose e incluso descomponiéndose, por lo que el kirchnerismo, “en cualquier caso, tampoco parece haber logrado tejer una red duradera de organizaciones sociales que sustentaran su continuidad” (Bonnet, 2016, pág. 44).
La restauración del orden fue en términos generales, exitoso, pero sus medidas y políticas “fueron forzadas por las circunstancias” (Bonnet, 2016, pág. 45). El autor habla de la “insurrección como restauración”, el restablecimiento se alimentó de la insurrección y ésta última continuó existiendo, por lo que dotó a la restauración de un carácter contradictorio. Por otro lado, tampoco hubo un real “fortalecimiento del estado” sobre el mercado y no “implicó un retorno a la política” (Bonnet, 2016, pág. 48) como el kirchnerismo creía, el primero fue sólo una modificación de las relaciones y el segundo no es real porque la política siempre estuvo presente.
En suma, de acuerdo a estas visiones del proceso político -una más asentada en las relaciones sociales, la otra en la economía política- todo lo que vino después de 2001 comienza a entenderse por las consecuencias de aquellas crisis. Esto se expresa también en las estrategias y estilos de liderazgo que siguieron sus “herederos”, con el objetivo de recrear la gobernabilidad. Continuará mañana.
Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani
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