La historia argentina de los ultimo 49 años parece oscilar entre espejismos de modernización y recaídas traumáticas. Hoy, bajo el experimento libertario del presidente Javier Milei, el fantasma del colapso de 2001 resurge con fuerza contundente. Aquella implosión, liderada por tecnócratas de élite con soluciones de manual, desencadenó el impago, controles de capital, desempleo masivo y un colapso institucional. ¿Estamos repitiendo el ciclo? Basado en el fenómeno de las technopol -economistas convertidos en responsables políticos-, este artículo explora los riesgos sistémicos de subordinar las democracias frágiles a la lógica financiera abstracta.
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A 24 años del colapso de 2001, Argentina vuelve a caminar al borde del abismo bajo una nueva versión de tecnocracia sin anclaje político. Con un liderazgo confrontativo y recetas económicas de alto impacto social, el experimento libertario de Milei enfrenta el riesgo de repetir -y profundizar- los errores del pasado.
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Si el fetichismo tecnocrático condujo al colapso en 2001, su versión recargada de 2025 podría llevar a Argentina a un punto sin retorno.
A lo largo de la década de 1990, las technopol se convirtieron en actores centrales en las narrativas económicas de los mercados emergentes. Domingo Cavallo, educado en Harvard y favorecido por el FMI, personificó este arquetipo en Argentina. Sus colegas -Aspe, Salinas de Gortari, Zedillo (México); Gaidar (Rusia); Singh (India); Cardoso (Brasil) compartían una convicción común; que la eficiencia basada en el mercado podía anular la legitimidad política y la complejidad social. Sus herramientas políticas incluían la paridad del dólar, las privatizaciones, la ortodoxia fiscal y el crecimiento impulsado por la deuda externa. Cuando la realidad se impuso -por contagio, recesión o volatilidad-, el resultado fue una tecnocracia sin respaldo político que impuso la austeridad sin protección social.
En Argentina, este modelo culminó con el colapso de 2001. El regreso de Cavallo ese año marcó el trágico desenlace de la tecnocracia; canjes forzados de deuda, confiscación de depósitos bancarios, emisión de bonos con respaldo fiscal y un último intento fallido de estabilización mediante el reembolso del IVA. Estas recetas descontextualizadas, impulsadas por las exigencias del FMI y desconectadas de la realidad social, desgarraron el tejido democrático.
Adelantémonos al período 2023-2025. El presidente Milei ha empoderado a una nueva clase de tecnócratas; operadores, consultores de fondos de cobertura y fundamentalistas del mercado. A diferencia de sus predecesores de la década de 1990, carecen de pedigrí académico o credenciales institucionales. Su autoridad no proviene de programas electorales ni de prestigio tecnocrático, sino de la viralidad en Twitter y el radicalismo ideológico. La lógica económica se ha reducido a memes; la gobernanza, a decretos unilaterales.
Si bien el gobierno ha logrado ciertos avances a corto plazo -reducir el déficit fiscal primario y la inflación del 12 % mensual en noviembre de 2023 a menos del 2 % para mediados de 2025-, estos avances no son sostenibles ni inclusivos. El superávit fiscal no se debió a la eficiencia, sino a la estrategia de la “motosierra”: recortes masivos a pensiones, salarios, subsidios energéticos e inversión pública. Los indicadores sociales se han deteriorado drásticamente: los salarios reales cayeron y los informales se desplomaron, la pobreza ronda alrededor de 50 %.
Argentina se apresura hacia otro precipicio. El peso está artificialmente sobrevaluado debido a un tipo de cambio móvil impuesto por el BCRA, lo que provoca escasez de dólares, deficit en la cuenta corriente y pérdida de reservas. Mientras tanto, los vencimientos de deuda se acumulan tanto en pesos como en dólares, sin capacidad inequívoca de refinanciación sin suficiente capital político. La economía se ve asfixiada por una combinación peligrosa: vulnerabilidad externa, derrumbe del consumo y un clima político y social hostil.
La soberbia y la venganza
Hay personas soberbias que pueden percibir una ofensa o un insulto como una gran humillación, lo que la impulsa a buscar venganza para recuperar su orgullo (“En una nueva embestida contra la prensa, el presidente Javier Milei atacó a tres periodistas de Clarín” (Clarín, 9 de mayo 2025). El presidente llamó al líder del PRO “ladrón”, “mediocre” y “carente de ideas” (Pagina 12, 14 de mayo, 2025).
La venganza, en este contexto, se convierte en una forma de demostrar poder y superioridad, compensando la herida infligida a la propia imagen; puede desencadenar un ciclo de violencia y represalias.
Las señales de alerta ya están en la calle. El 18 de junio de 2025, una marea humana de manifestantes colmó la Plaza de Mayo exigiendo el fin de la retórica autoritaria y los ataques institucionales de Milei. El detonante inmediato fue el polémico encarcelamiento de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, llevado a cabo mediante opacas maniobras judiciales orquestadas por el expresidente y el CEO del multimedio, acusado de ejercer influencia indebida sobre la Corte Suprema a través de magistrados afines a las corporaciones. Lo que pretendía ser un golpe al peronismo terminó galvanizándolo; en un día, la oposición pasó de fragmentada a movilizada. Este terremoto político altera el mapa del poder. Durante 18 meses, Milei gobernó con escasa resistencia; la oposición estaba dispersa, el Congreso fracturado y los movimientos sociales desmoralizados. Esa era ha terminado. De ahora en adelante, el presidente de Argentina debe gobernar con la oposición, y eso implica negociación, no agresión.
Si el gobierno quiere evitar un colapso más profundo que el de 2001, debe dar un giro. En términos macroeconómicos, eso significa corregir el tipo de cambio sobrevaluado, reestructurar la deuda a corto plazo para evitar crisis de financiamiento y detener la continua erosión de salarios y pensiones. Una reactivación del consumo interno no solo es socialmente necesaria, sino también económicamente racional. Ninguna estabilización puede sostenerse en un vacío de demanda.
Políticamente, el presidente debe abandonar la confrontación y convocar a un acuerdo nacional con la oposición peronista. El consenso, no el combate, es el único camino hacia la gobernabilidad. El problema de Argentina no es la falta de ideología, sino la falta de arte de gobernar. La alternativa es el caos.
La leyenda no se repite, pero concuerda demasiado. Si el fetichismo tecnocrático condujo al colapso en 2001, su versión recargada de 2025 -desprovista de rigor académico, legitimidad democrática o institucionalidad- podría llevar a Argentina a un punto sin retorno. Lo que está en juego ya no es solo la estabilidad macroeconómica. Es la idea misma de una república.
Doctor en Ciencias Políticas, Máster en Política Económica Internacional. Profesor de posgrado (UBA) y maestrías en universidades privadas. Director Ejecutivo de hacer.com.ar, Director General de fundacionesperanza.com.ar
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