Entre los temas de la actual agenda internacional, uno de los más candentes es sin dudas la pugna por el control de las cadenas de valor globales en industrias de alta tecnología. En este ámbito han prevalecido durante mucho tiempo las potencias occidentales, Estados Unidos y países de Europa -considerando a Rusia dentro de Europa- soportadas en sus mayores capacidades de innovación.
El iPhone como matiz en la guerra tecnológica entre EEUU y China
En las relaciones internacionales nunca nada es lineal: los países se mueven por intereses permanentes, más que por la lógica de amigo-enemigo, y por tanto se valoran los acuerdos y negociaciones, más allá de las tensiones coyunturales.
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Pero desde el comienzo del siglo actual, China se transformó en un emergente que disputa ese poder; en el presente cuenta con su propio acervo de conocimiento, ganado principalmente en base a transferencia tecnológica. En este escenario, hoy el iPhone sería un lazo, un factor de comunión para que estos polos enfrentados detengan (o al menos retrasen) la guerra y la desconexión total de sus relaciones económicas.
Una cadena de valor global implica un número significativo de actividades económicas, comerciales y logísticas que otorgan un particular poder a aquellos que manejen dichas actividades. Este poder, dentro de un modelo muy apoyado en “fierros”, mayoritariamente estaba en manos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, etc. a partir de dominar la producción de tecnología, las fuentes de materias primas, los mares (con sus flotas navales), la banca, las compañías de seguros y los puertos. China logró en los primeros años del siglo XXI equiparar su poder en la mayoría de estas arenas: veamos como sucedió en la tecnológica.
El aprendizaje en tecnologías que China fue adquiriendo desde la década de 1980 ayudó al gigante chino a apropiarse de una gran porción del valor generado por la Revolución Digital, posicionándolo tan sólo en 20 años como un actor tecnológico preeminente. Así, en dos décadas pasó de ser una nación sin significancia en la generación de innovación (presentaba muy pocas patentes) a liderar las solicitudes de propiedad intelectual en el año 2021, a ser el número uno.
Esta situación le permitió al gigante asiático ofrecer primero su mercado como trade off a la transferencia de tecnología de Occidente para luego comerciar sus propios productos con altos niveles de calidad y muy bajos precios -como es el caso de Huawei con su oferta de equipamiento para redes 5G-.
En ese crecimiento, China ha consolidado también un lugar muy significativo en las redes industriales, ocupando diversos roles y desarrollando todo nivel de capacidades. Hoy su economía puede ensamblar para otras latitudes y a su vez puede crear, desarrollar y producir equipamiento propio de muy alta calidad.
Para la industria de alta tecnología, la imperiosa necesidad de contar con semiconductores le otorga a Taiwan -proveedor de chips global, nodo excluyente de las cadenas productivas- un alto valor geopolítico y económico, un target de alto interés para quienes requieren lo más complejo y avanzado. Taiwan provee de microchips a Estados Unidos pero también le provee a China.
En este panorama, se generan triangulaciones entre las tres economías y estrechos lazos. Tal es el caso de la producción del iPhone de Apple, donde intervienen unos 1.500 componentes: el 26% de los mismos son fabricados en China (procesadores, carcasas), el 23% en Taiwan (como los microchips que produce TSMC, procesadores, antenas, conexión wifi, cámaras) y el 18% en Estados Unidos (incluídos los diseños de microchips de Qualcomm, memorias flash de Micron, controladores de touchscreen, etc). Finalmente, una de las principales ensambladoras se encuentra en Shenzhen, China: se trata de la firma taiwanesa Foxcomm.
Si pensáramos linealmente, Estados Unidos para mantener su poder y a partir de su influencia sobre Taiwan, podría exigir que los taiwaneses no vendan ni un solo semiconductor más a China ni operen en su territorio, y por tanto China tendría problemas para producir (y/o ensamblar) alta tecnología. Esta situación perjudicaría al significativo universo de firmas norteamericanas radicadas en China y/o aquellas que operan en su nombre, como por ejemplo la mencionada Foxcomm.
Siguiendo esta simplificada forma de ver las cosas, China podría invadir Taiwán, quedarse con el complejo de producción de semiconductores y cortar todo tipo de producción de alta tecnología de (y para) Occidente. Es decir, Estados Unidos, Europa y Japón no contarían con los más avanzados microchips. Todo para los chinos, salvo los mercados occidentales donde colocan la mayoría de su producción local, como por ejemplo los iPhone que se ensamblan en Shenzhen.
Pero en las relaciones internacionales nunca nada es lineal: los países se mueven por intereses permanentes, más que por la lógica de amigo-enemigo, y por tanto se valoran los acuerdos y negociaciones, más allá de las tensiones coyunturales. Estados Unidos (sus empresas en particular) sigue beneficiándose por las relaciones comerciales y económicas que mantiene con China, más allá de la amenaza que percibe de pérdida de liderazgo en los terrenos de la alta tecnología. Sólo señalar que las ventas de iPhone en China representan el 10% del total de los ingresos globales de Apple; que China es actualmente el cuarto mayor socio comercial de Estados Unidos, cuarto mercado para las exportaciones norteamericanas, representando 152 mil millones de dólares y la primera fuente de importaciones, por un valor tres veces superior (505,3 mil millones de dólares).
En tanto que China aún necesita de la transferencia de tecnología norteamericana para operar en áreas estratégicas, como la industria para la defensa, telecomunicaciones y principalmente la industria de semiconductores. También es relevante que sostenga su expansión comercial más allá de sus fronteras, donde hoy Estados Unidos y Europa son sus principales mercados.
Así que, si bien la geopolítica tensiona para generar una ruptura de las cadenas de valor, y apunta a Taiwán y a los semiconductores, todavía quedan muchos smartphones para vender en China y aún China está lejos de poder reemplazar la producción de microchips de última generación de TSMC. Queda la opción de invadir finalmente Taiwán y reintegrar la “provincia rebelde”. Pero no es el estilo del Partido Comunista Chino, más lanzado a la conquista por el lado del comercio, como está haciendo en todo el mundo.
Del otro lado, Estados Unidos seguirá vigilando a su rival con su Séptima Flota desplegada en el Indo-Pacífico y protegiendo sus negocios, más allá de cualquier conjetura de decoupling (desconexión) con respecto a China. Sin descuidar, más allá del espacio físico, su liderazgo tecnológico.
Analista de relaciones económicas internacionales, tecnología y geopolítica. Autor del libro “5G, La Guerra Tecnológica del Siglo”.
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