Pensemos por un momento el debate de ayer como una pelea de boxeo. Sergio Massa, el del título vigente, el del cinturón, estaba obligado a imponer su ritmo. Necesitaba golpear de entrada, salir a llevarse la pelea desde el inicio para convencer a los jueces, en este caso millones y millones de argentinos y argentinas, de su triunfo en las tarjetas.
En el cuadrilátero del debate, Massa ganó en fallo unánime
-
Javier Milei en la ONU: defensa de la libertad del 1% más rico
-
Reforma de la ley de Seguridad Interior: un proyecto que solo parece convencer a sus autores
Javier Milei, el retador ascendente con ansias de quitarle el cetro a su rival, también tenía por delante la tarea de exponer al candidato y ministro. De acorralarlo, de llevarlo a una esquina. Tenía argumentos, pero no lo consiguió.
El libertario se quedó esperando en el centro del ring, sin un plan de pelea. Y fue allí donde comenzó la lluvia de golpes de Massa, que en este caso tuvieron forma de pregunta cerrada: Si o No. Primero unos jabs para imponer la distancia, después unos cuantos cross de izquierda directos al mentón. Milei no se recuperaba.
Porque el SI o NO que planteó Massa en plan de ataque funcionó. Las condiciones de la conversación las fijó el oficialista mientras que el opositor, algo expuesto, contra las cuerdas e irritado luego del primer tema (su tema, la economía), sólo atinó a dejar la guardia lo más alta posible y a responder, como podía y bastante dañado, los embates que el equipo del tigrense diseñó.
Fuera de lo que ocurría en el cuadrilátero, también las redes sociales marcaban tendencia. El equipo del oficialista acompañó cada instancia del debate con videos, con fotos, en tiempo real, y dominó la conversación digital.
Un poco grogui, aturdido, Milei no pudo ni recurrir dentro de su esquina a gran parte de su equipo de nuevos colaboradores: el PRO lo dejó desnudo. A ninguno de sus nuevos socios políticos se pudo ver entre el público. Ni a Mauricio Macri para apuntalarlo. Ni siquiera a Patricia Bullrich para respaldarlo en materia de seguridad, otro de los puntos flacos del libertario en el debate.
Errores no forzados también existieron: Milei insistió en reivindicar a Margaret Tatcher, una reconocida archienemiga de los argentinos. Tampoco pudo explicar, quedando demasiado expuesto, por qué el Banco Central de la Nación no renovó su pasantía hace varios años, un dato con el que Massa insistió en plan de poner en eje -y en duda- la salud mental de su oponente.
En favor de Milei hay un punto saliente que mencionar. Desde el vamos, desde el comienzo, tuvo claro que debía golpear a Massa por el lado de su credibilidad. En buena parte del debate, lo logró: repitió varias veces la palabra “mentiroso” y hasta llegó a compararlo con Pinocho. Punto para el libertario.
¿Qué debía lograr Massa a través del debate? Convertir a los inconversos. Mostrar, sobre todo, las debilidades de su adversario. Exponerlo. Mostrarlo no presidenciable. Independientemente del resultado del próximo domingo, su plan funcionó.
¿Cuál hubiera sido el debate ideal para Milei? No alterar demasiado el curso de las cosas. Correr el foco hacia el lugar que impone la agenda, buscar los flancos débiles de Massa derivados quizás de una gestión que todavía no puede mostrar del todo logros contundentes en materia económica. Dicho está: no lo logró.
Para algunos colegas, en los debates presidenciales no se gana ni se pierde. En este caso, no parece una hipótesis del todo acertada, sobre todo cuando la enorme mayoría de las encuestas marca una brecha sumamente corta entre la intención de voto de uno y otro y, lo que aún es más importante, una interesante porción de indecisos.
El domingo llegará la hora de la verdad. Pero algo quedó claro ayer: de los dos contendientes, uno sólo cumplió sus objetivos. Las tarjetas de los jurados, y la opinión absolutamente uniforme de todos los medios de comunicación lo dieron ganador al de Tigre.
Consultor Político. Presidente Cumbre Mundial Comunicación Política
- Temas
- Debate presidencial
- Balotaje
Dejá tu comentario