18 de septiembre 2008 - 00:00

Ganadores y perdedores que va dejando la debacle

La crisis financiera actual está vinculada a las prácticas bancarias que tienen estrecha relación con la titulación o securitización, técnica que consiste en agrupar un conjunto de créditos de bancos y transformarlos en títulos para inversores. De allí que hoy sea necesario evitar el exceso de endeudamiento y reducir el efecto palanca de los bancos.

Entre 1950 y 1980 cada dólar suplementario de crecimiento del PBI de los países de la OCDE había sido acompañado por la creación de 1,5 dólar de crédito, efecto palanca que alcanza 3 dólares en 1980 y 4,5 dólares en 2007 gracias a los mercados de la titulación. Esos títulos adosados a los activos han representado 70% de los 4,5 billones de dólares de incremento de los mercados de la deuda entre 2000 y 2007.

Es consenso casi unánime que la crisis va a hacer desaparecer esos efectos palanca, haciendo probablemente inevitable un «crédito crunch» de gran amplitud.

Revisar el perímetro de la regulación bancaria es de rigor para que ciertos establecimientos financieros no sometidos a las reglas de Basilea lo sean de ahora en adelante.

Se considera deseable entonces restablecer una cierta disciplina de mercado. Con la titulación a ultranza, el inversor final poseía sólo un conocimiento limitado de los riesgos que tomaba a raíz de una pérdida de información. En el futuro, los inversores institucionales deberán ser capaces de evaluar correctamente esos riesgos.

Pese a la disminución de la tasa de interés de la Reserva Federal destinada a contrarrestar el riesgo de «credit crunch», se encareció el costo del crédito para los hogares. Paralelamente, el retroceso de los mercados de activos empobreció a los hogares estadounidenses que ahora solicitan menos créditos. Para buena parte de los economistas heterodoxos, uno de los medios para luchar contra ese riesgo de parálisis es el de permitir una suba del déficit presupuestario. De ese modo el Estado sustituye a los agentes privados para sostener el crecimiento. Pareciera ser ésta la vía predilecta en los Estados Unidos.

Es altamente probable que la economía norteamericana entre en una fase de disminución pronunciada, siendo la baja del precio del petróleo, en el tercer trimestre, uno de los pocos factores de su sostenimiento. Las exportaciones, que participaron casi a 98% de la buena performance del PBI en el segundo trimestre de este año no sostienen más a la economía estadounidense. La demanda mundial disminuye y el dólar se aprecia. Los hogares, en cuanto a ellos, están sobreendeudados. A raíz de ello una de las pocas soluciones para que los Estados Unidos eviten una recesión sería la de permitir una suba notoria del déficit presupuestario.

Con respecto a la gestión de la liquidez del sistema bancario, el Banco Central Europeo siguió la buena estrategia. Al aceptar una vasta gama de valores financieros como garantía de sus operaciones, pudo alimentar mejor en liquidez a las instituciones financieras europeas que lo que se hizo en los Estados Unidos. Sin embargo, y según algunos economistas, en términos de política monetaria cometió dos errores. Por un lado, el de focalizarse en una inflación en la que no puede dominar la fuente pues las tensiones inflacionistas europeas son temporarias y externas, y por el otro, estuvo obsesionado por los temores de los efectos de segundo grado probablemente imaginarios. Conclusión, si ninguna baja de tasas interviene y si los gobiernos europeos se contentan con hacer funcionar los estabilizadores automáticos en el plan presupuestario, la zona del euro conocería una recesiôn.

  • La quiebra de los bancos

    El primer acontecimiento que se produce para que esto ocurra es la pérdida de confianza por parte de los clientes y del mercado. Cuando ésta se rompe, el banco no puede ejercer su metier de captador de dinero, de tomar prestado depósitos del público y prestarlos a sus clientes. La crisis de liquidez puede ser fatal si nadie viene en su ayuda.

    Las condiciones caóticas favorecen un escenario semejante, así como también las quiebras de las empresas o las dificultades de reembolso de los clientes tomadoresde fondos que hacen aumentar las provisiones del banco hasta amputar sus beneficios. Casi de inmediato su capital constituido por los fondos propios disminuye, y el regulador bancario les exige en consecuencia una recapitalización. Si el banco no llega a conseguir los fondos o a encontrar a alguien que desee entrar en el capital social para salvarlo, corre el riesgo de quiebra.

    Es difícil prever hacía dónde se va cuando el dotado patrón de la Reserva Federal afirmaba en julio de 2007 que las pérdidas ligadas a las subprime alcanzarían entre 50 y 100 mil millones de dólares. Hoy superan los 512 mil millones y no parece detenerse. El Instituto de Emisión estadounidense abrió sus ventanillas cuando los bancos no encontraron más liquidez en los mercados, y bajó 65,2% su tasa de interés llevándola de 5,75% a 2% anual. De a poco los bancos comenzaron a depreciar sus activos adosados al subprime y provisionaron sus riesgos, mostrando buen número de ellos grandes pérdidas. La montaña de activos dudosos no cesó de dejar víctimas. Ni bien Lehman declaró su bancarrota y Merrill Lynch fue comprado, todos los ojos se vuelcan hacia Morgan Stanley y otros grandes bancos de inversión.   

  • ¿Quienes ganan?

    Pese a los u$s 512 mil millones de depreciaciones constituidas en las cuentas de las instituciones financieras, los gerentes de fondos de arbitrajes («hedge funds») que hicieron buenas apuestas, pueden obtener fortunas ante esta situación de peligro y desamparo. Uno de ellos, John Paulson, ex banquero de Bear Stearns -ningún vínculo de parentesco con el secretario del Tesoro norteamericano- cobró personalmente u$s 3.700 millones por la explosión de la burbuja inmobiliaria... También Greenlight Capital apostó desde hace bastante tiempo a la caída de las cotizaciones de Lehman Brothers. Los inversores institucionales más clásicos como Pimco adoptan a veces estrategias similares. Su gerente vedette, Bill Gross, obtuvo u$s 1.700 millones de plusvalías apostando al salvataje de Freddie Mac y de Fannie Mae.
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