5 de junio 2021 - 00:00

Joe Biden y su fino equilibrio peronista

Juzgar al históricamente moderado Joe Biden como un progresista radicalizado convencido sería, al menos, apresurado.

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Gentileza: El correoweb

Joe Biden entendió desde un primer momento que no debía equivocarse como lo hizo su antecesor, Donald Trump, quien quiso primariamente conquistar al ala más conservadora demócrata, abandonando los postulados más reaccionarios que lo llevaron a la presidencia. Grave error: se encontró con un rechazo total de todo el arco opositor, inclusive del sector más dialoguista del Partido Republicano. Luego fue remediándolo a partir del segundo año de su mandato – construcción del muro con México, regreso de los empleos para los estadounidenses, política exterior agresiva -, pero el daño político para con la solidificación de su imagen, ya estaba hecho.

El electo presidente demócrata hizo todo lo contrario; apenas asumió, comenzó a aplicar políticas ‘cercanas a una lógica izquierdista’, más acordes a su rival ‘socialista’ en la interna, Barry Sanders, que a sus propios postulados pro-establishment visualizados sigilosamente durante su campaña electoral. La premisa era clara: solidificar los lazos hacia adentro, para luego, cuando las aguas se encuentren más calmas –léase post-pandemia-, comenzar a coquetear con el electorado de centro, aquellos demócratas escépticos y las ‘palomas’ republicanas que tienden a tener ‘el suficiente estomago’ para dar cuenta de los potenciales aciertos en las políticas de los diversos gobiernos demócratas.

No por nada el Fondo Monetario Internacional (FMI) –donde Estados Unidos manda - elogió este martes la propuesta del propio gobierno de Joe Biden para crear un impuesto mundial "de al menos" 15% sobre la renta empresarial, destacando que este mecanismo permitiría a los gobiernos invertir más en áreas esenciales como la educación, la salud y la infraestructura.

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reinstauró la línea dura contra Rusia abandonada por su predecesor Donald Trump.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reinstauró la línea dura contra Rusia abandonada por su predecesor Donald Trump.

A ello se le debe adicionar los 4 billones de dólares que gastara el gobierno de los Estados Unidos en ayudas sociales e inversiones públicas, poniendo al Estado en el centro de los esfuerzos de reactivación. Ello incluye un "Plan de Empleo" (construcción de carreteras y aeropuertos, mejora del acceso al agua potable), un "Plan de Familias" (ampliación de los programas de educación y cuidado infantil), y un "Plan de Rescate" (pagos directos y beneficios adicionales de desempleo). Se trata, sin duda, del paquete de estímulo más grande de la historia reciente del país, multiplicando por más de dos la cifra lanzada por Obama en el año 2009.

Cabe destacar que la mayor parte de estas iniciativas se financiarían con un aumento de impuestos a las corporaciones y a los más ricos; lo que denominan algunos entusiastas economistas heterodoxos, "una clara ruptura con el neoliberalismo". Para los que hayan leído historia económica del sistema capitalista es, simplemente, un poco de pragmatismo.

Por ahora, el escenario de corto plazo es positivo. El Producto Bruto Interno (PBI) creció el primer trimestre de 2021 a una tasa interanual del 6,4%, y un 1,6% en relación con el último trimestre del 2020. Lo interesante es que si se compara con el crecimiento de un poco más del 3% interanual del bloque de la Unión Europea, se observa claramente la diferenciación entre el envión estadounidense, con el desorden letárgico que implica la negociación colectiva –muchas veces in-eternum– de Bruselas.

Es que el plan europeo de recuperación de 750.000 millones de euros se encuentra hoy paralizado provisionalmente por el Tribunal Constitucional alemán -un deja vú de la crisis de los PIGS de hace una década con peligrosas connotaciones-, el cual no solo es mayoritariamente enfocado a proyectos de largo aliento, sino que principalmente lejos se encuentran de tener una llegada a la microeconomía real. “No solo es que el plan es cuantitativamente mucho mayor en los Estados Unidos que en la eurozona; sino que además, se está implementando más rápido y dirigido firmemente hacia los hogares”, sostienen indignados algunos políticos euroescépticos.

Por otra parte, por más que el gobierno de Estados Unidos ha inundado de dólares la economía en los últimos meses, la inflación sigue en niveles moderados. De hecho, el índice general de precios fue de +1,4% en el último año; ello a pesar de que el dinero circulante en la economía se incrementó un 25,8%, según los datos de la propia Reserva Federal.

Sin embargo, los detractores monetaristas señalan que ya hay algunos precios al alza que indican un temprano cambio de tendencia, como el del crudo y otras materias primas. Por otro lado, la política de ‘tasas de interés cero’ que busca incentivar la actividad, disminuye también la rentabilidad depositada en los bancos, por lo que sostienen que está empujando grandes cantidades de liquidez hacia las bolsas y otros activos de mayor riesgo. ¿La respuesta? No hay nada que una suba de las tasas de interés, una morigeración en los estímulos monetarios, o un control más estricto de las actividades de los inversionistas financieros privados, no solucione en un país donde, salvo en puntos de inflexión de descontrol y crisis sistémica del sistema financiero -como lo fue en los años 2008/2009-, reina la previsibilidad institucionalizada.

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Junto a las críticas sobre el manejo de la macro, también están aquellos empresarios de la economía del día a día que sostienen que las “crecientes prestaciones por desempleo están manteniendo a algunos trabajadores fuera de la fuerza laboral” ¿No será, reflexionando como abogado del diablo, que pagan sueldos tan bajos por horarios extenuantes, que por ello no pueden competir con la asistencia estatal (Argentina Dixit)? Algunos dirán, con cierta razón, que no tienen margen para sostener sus costos después de un año de pandemia. Pero no todos sufren el desahorro de la misma manera: se sabe que hay unos cuantos ‘burgueses’ que se encuentran más allá de la coyuntura, y sobre todo de las mayorías que viven con lo justo y sufren en cuerpo y alma los vaivenes cíclicos de la economía. Veremos entonces que ocurre con el objetivo de Joe Biden de alcanzar un salario mínimo federal de US$15 la hora en 2025.

Dado lo expuesto, podemos afirmar que aunque el objetivo superador, por el cual los gobernantes son elegidos, es el bienestar colectivo del pueblo, lo que sí es más importante, diría indiscutible y primordial para la mayoría de las elites políticas –y sus aliados económicos, judiciales, mediáticos- del mundo, es poder mantener a como sea el statu-quo. Juzgar al históricamente moderado Joe Biden como un progresista radicalizado convencido sería, al menos, apresurado. Lo que si desea, sin dudas, es acumular capital político en un marco, un escenario normalizador, de paz social. Un fino equilibrio ‘en modo peronista’, entre la diversidad y magnitud de los intereses creados.

Porque de no ser así, sino logra su objetivo, la grieta se agranda. Y cuando ello ocurre, se ‘cae al vacio’ la condescendencia y el consenso entre los distintos actores, en contraposición a una pobreza e intolerancia que crecen de la mano a pasos agigantados. No sea que se tire mucho de la cuerda, que ya de por si se encuentra tirante. Es que lo más difícil en el mundo de hoy para las elites es encontrar el balance apropiado entre la coerción y las políticas marginales redistributivas que no afecten la fortuna –y el humor- de los poderosos. Una lectura inteligente es lo más atinado si se quiere salvar el sistema.

(*) Analista Internacional. Twitter: @Cafudiego

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