Hace décadas que los gobiernos anuncian reformas laborales como si fueran la llave mágica del empleo. Pero esa ilusión choca con una realidad innegable: la ley no genera trabajo. La ley puede ordenar, modernizar, dar previsibilidad. Pero si no se acompaña de una reforma tributaria y contributiva, seguirá siendo un cascarón vacío.
La reforma laboral no genera empleo pero, ¿cuál es su finalidad?
La Argentina necesita una reforma laboral urgente, sí. Pero una bien hecha. Una que entienda que el empleo no se decreta, se construye. Que los puestos no se crean por ley, sino cuando las reglas del juego dejan de castigar al que invierte y proteger al que evade.
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La reforma laboral aparece como una de las prioridades del Gobierno en la segunda mitad de su gestión.
Lo dije esta semana en distintas entrevistas: “La reforma laboral no genera un solo puesto de trabajo”. Porque el verdadero cuello de botella no está en el derecho del trabajo, sino en el sistema que lo rodea.
Una pyme mediana paga hoy 3,5 millones de pesos en cargas sociales por cuatro empleados que ganan $1.415.000 cada uno. Ese empleador no puede dar de alta a un quinto, no porque no quiera, sino porque el sistema lo asfixia. El trabajo está caro, no por el salario, sino por el costo fiscal y la incertidumbre jurídica que lo envuelven.
Y mientras tanto, seguimos discutiendo si las vacaciones pueden fraccionarse o si el sueldo puede pagarse por billetera virtual. Nada de eso cambia el mapa laboral. No es reforma: es burocracia puesta en PowerPoint.
La finalidad de una reforma laboral verdadera no es “crear empleo”, sino reordenar el vínculo laboral para que el empleo pueda existir. Es tender un puente entre el que arriesga y el que trabaja, entre el que contrata y el que depende. Ambos son trabajadores: uno invierte capital, el otro invierte su tiempo. Y ambos necesitan certezas.
Por eso insisto: Argentina debe dejar de imitar los parches del siglo XX y mirar al siglo XXI. El mundo gira hacia la modernización del trabajo —no su precarización—. Europa reduce jornadas, fomenta el trabajo híbrido, reentrena en IA y automatización. El concepto moderno de “reforma laboral” no es flexibilizar derechos, sino adaptar las reglas a una economía dinámica, tecnológica y humana a la vez.
La tecnología no destruye empleo, lo transforma. La inteligencia artificial aplicada a la gestión laboral, por ejemplo, permite auditar vínculos, prevenir conflictos, reducir litigiosidad. Pero para eso se necesita un Estado moderno, no uno que todavía imprime oficios en papel obra.
Reforma laboral: cómo debería ser
La reforma que viene debería tener tres columnas sólidas:
- Formalización genuina: menos informalidad, más previsibilidad.
- Reforma tributaria real: bajar la carga al que contrata, no subsidiar la ineficiencia.
- Seguridad jurídica: reglas estables, sin sorpresas ni populismos judiciales.
Si logramos eso, entonces sí habrá empleo. Si no, seguiremos debatiendo reformas que no reforman nada. La Argentina necesita una reforma laboral urgente, moderna y humana. Pero no una que prometa “empleo mágico”, sino una que reconstruya la confianza entre los actores del trabajo.
No hay dignidad sin empleo, pero tampoco empleo sin racionalidad. El trabajo argentino no necesita más decretos: necesita oxígeno. Y mientras no entendamos que el empleo se genera con coherencia fiscal, seguridad jurídica y sentido común, cualquier reforma será un discurso vacío.
Una ley no crea trabajo. El trabajo lo crean los que aún creen en este país. Y a ellos, la ley debería cuidarlos, no castigarlos.
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