La actual crisis financiera comenzó en EE.UU., a fines de julio, cuando Countrywide (la mayor entidad financiera de dicho país involucrada en el negocio de hipotecas) anunció que sus ganancias serían 30% menor a las registradas en el año anterior. De inmediato, el temor se expandió a la totalidad de los mercados mundiales. Hasta aquí, claramente, la crisis era de expectativas; es decir: generada por un cambio negativo en la visión psicológica del inversor en relación con la futura evolución del mercado «subprime» (o de alto riesgo) en Estados Unidos.
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Sin embargo, la situación cambió radicalmente cuando a comienzos de agosto el Paribas, nada más ni nada menos que el segundo banco en importancia de Europa, anunció que suspendía temporalmente el rescate de tres de sus hedge funds, los cuales, precisamente, poseían en sus carteras una importante proporción de hipotecas «subprime».
Esta decisión, no muy afortunada por cierto, generó una clásica reacción de los banqueros: temor a enfrentar eventuales corridas similares a las sufridas por los fondos y alta sensibilidad a que se produjera un fuerte incremento del default en este tipo de préstamos. Ambas cuestiones condujeron, irremediablemente, a una de las crisis financieras más temibles; esto es: fuerte restricción al crédito por parte de las entidades («credit crunch»), con el claro y preciso objetivo de poder enfrentar eventuales situaciones de iliquidez (fuga de depósitos) y, al mismo tiempo, disminuir su exposición de riesgo. Adviértase que esta crisis es fáctica, es decir, no responde a expectativas sino a una realidad del mercado y, en consecuencia, requiere de medidas específicas para su solución. La gravedad del famoso «credit crunch» es que, al restringirse fuertemente el crédito, su impacto se transmite de inmediato a la economía real la cual, con escasez de financiamiento, comienza a deteriorarse rápidamente.
La experiencia y la teoría indican que, para detener este tipo de crisis de liquidez, es absolutamente necesario atacar las causas de inmediato y en forma simultánea. Cuanto más se demore en detenerla, más grave será su repercusión sobre el nivel de actividad económica pudiendo incluso, en un caso límite, llegarse a una recesión con todo lo que ello implicaría para los mercados.
¿Qué se puede hacer? Partiendo de la base que las autoridades monetarias se enfrentan a dos problemas, es decir: temor de corrida y mayor aversión al riesgo por parte de las entidades financieras, es claro que las medidas a tomar, si bien en forma simultánea, son diferentes y específicas para cada uno de ellos. En efecto, para alejar el temor de una corrida, la ortodoxia indica que debe inyectarse liquidez y bajar las tasas de interés. En cuanto a la mayor aversión al riesgo existen dos caminos: dejar que el tiempo vaya limpiando las carteras o, por el contrario, darle una solución política para cortarla de cuajo.
A nuestro juicio, las autoridades monetarias están aplicando correctamente las medidas necesarias. Para combatir la iliquidez: poner a disposición de las entidades crecientes disponibilidades de cash y, complementariamente, reducir las tasas. Por su parte, en lo que hace a la candente y peligrosa cuestión de la mora en el crédito hipotecario, Ben Bernanke y George Bush han elegido el terreno político solicitando al Legislativo cambios urgentes en la legislación actual: ¡permitir refinanciar los créditos con problemas a un máximo de 50 años, dar garantías estatales adicionales!, etc. Asimismo, junto a los distintos organismos de control del sistema financiero, han alentado a las instituciones a tratar de solucionar la mayor cantidad posible de casos en default, con el claro objetivo de reducir al mínimo las daciones en pago o ejecuciones hipotecarias.
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