16 de agosto 2019 - 00:00

Dos derrumbes conservadores

Ciento tres años separan la salida del gobierno conservador en 1916 de la despedida del poder de la actual derecha posmoderna de Mauricio Macri. Sus legados son diametralmente distintos.

Cien años separan a una derecha positivista y reaccionaria que impuso a sangre y fuego su proyecto de país, de la actual, posmoderna que hace del giro lingüístico y la posverdad el centro de su gestión.
Cien años separan a una derecha positivista y reaccionaria que impuso a sangre y fuego su proyecto de país, de la actual, posmoderna que hace del giro lingüístico y la posverdad el centro de su gestión.
Imagen: Mariano Fuchila.

Mauricio Macri es el primer presidente conservador en nuestra historia que ganó en elecciones limpias. Pero hubo otros presidentes de derecha que, a diferencia del cambiemita, no renegaban de ser llamados conservadores. Se enorgullecían de lo que eran, porque transformaron al país y lo alejaron de lo que ellos consideraban el atraso rosista con su masa de arrabaleros (hoy podríamos decir conurbanenses) que lo sostenía.

Cien años separan a una derecha positivista y reaccionaria que impuso a sangre y fuego su proyecto de país, de la actual, posmoderna que hace del giro lingüístico y la posverdad el centro de su gestión. Sus despedidas del poder también son muy distintas.

Quién mejor describió a la camada política que abandonó el gobierno en 1916 fue Natalio Botana con su aclamada obra El orden conservador. La fórmula era simple: libertades civiles, modernización económica y casi total restricción política. De arriba para abajo, nunca en sentido inverso, para evitar cualquier riesgo de volver a un tirano. Nos encontramos en lo que los historiadores denominan la República Posible. La que el posrosismo podía tolerar.

Sus éxitos son conocidos. Desde que desapareció, cada tanda generacional de liberales nos recuerdan esos logros con un relato trillado y cursi. Convierten a esos treinta y seis años (los mismos que tiene nuestra democracia restaurada) en una caricatura, no en un período vivo y repleto de contradicciones que finalmente los sacarían del poder.

Comenzó a esmerilarse por una pelea palaciega entre Roca y Pellegrini en 1901. A partir de ese momento, Pellegrini comenzó a reclamar la reforma electoral que él mismo había rechazado antes. Cuando parecía que Roca aplastaría esta disidencia como había hecho con otras, se dieron dos hechos inesperados: en 1906 se murió su aliado el presidente Manuel Quintana y su sucesor, el vicepresidente José Figueroa Alcorta (socio de Pellegrini) dio en 1907 un autogolpe de Estado cerrando el Congreso de mayoría roquista. Derrota definitiva de roquismo que llevaría a la sanción de una ley electoral de avanzada.

Aquí llegamos a un problema histórico no resuelto: ¿Querían los conservadores ganar las elecciones de 1916? No hay acuerdo entre quienes estudiaron el período. En todo caso, aún si querían triunfar, sus manejos fueron pésimos.

Primero se estaba incorporando al juego político un elemento extraño a la cuidadosa construcción alberdiana: la ley electoral con su voto universal, secreto y obligatorio no tenía nada que ver con cómo estaba diseñada esa república conservadora. Era un engranaje perfecto, pero para la máquina equivocada. Después, hubo dos candidatos conservadores y ninguno se quiso bajar. La figura del gran elector, el Presidente en ejercicio, no ejercía más esa función. Para empeorar las cosas, el candidato continuista con más posibilidades, Lisandro de la Torre, tenía la intención de construir una coalición fuerte a futuro, pero no parecía decidido a gobernar. Además de que su plataforma económica -protección a la industria, control al comercio exterior- chocaba con el libre mercado que el país sostenía desde hacía cincuenta años.

Fue un derrumbe que nació de una disidencia interna en la que era más importante derrotar al todopoderoso roquismo que asegurar el control del gobierno. No se hizo una apertura en etapas. De golpe, el juego político era totalmente distinto. Fue demasiado para el orden conservador. Para Botana, fue un salto al vacío.

Asistimos ahora a la despedida de la experiencia de la nueva derecha que comenzó en 2015. Una que no pudo hacer ni una sola transformación que vaya a ser recordada y que -a diferencia la generación del 80- entrega el país en peor situación. Épicamente, estos neoconservadores fueron subiendo escalones en las diferentes elecciones desde 1983 (Alsogaray, Cavallo, López Murphy) hasta que se encontraron con la victoria de la mano de Mauricio Macri. Pero esa victoria será su único legado.

Dos derrumbes conservadores de nuestra historia, pero mientras uno -con todas nuestras críticas- abandonó el poder habiendo construido el país, el otro se va llevándoselo puesto.

Dejá tu comentario

Te puede interesar