El burnout parental -también llamado agotamiento mental y físico parental- es un síndrome que afecta a padres y madres expuestos a altos niveles de estrés en relación a la crianza de los hijos. Este término ha sido recuperado y resignificado durante la pandemia por la enorme exigencia que representó para quienes tenían niños a cargo. Se lo ha caracterizado con síntomas como agotamiento, tristeza, ansiedad, pérdida del placer por la crianza y distancia emocional de los hijos. Sobre la función materna/paterna han recaído desde siempre fuertes cargas de “idealidad”, derivadas, en gran parte, de los modelos culturales imperantes.
¿Qué es el burnout parental y cómo puede afectar a padres y madres?
El burnout parental es un síndrome que afecta a padres y madres expuestos a altos niveles de estrés en relación a la crianza de los hijos.
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Los sacrificios que impone la crianza de un hijo son compensados por las satisfacciones que se obtienen cuando éste da señales de crecer adecuadamente y de “devolver” de diversas maneras el cariño y la atención que se le prodiga. Indicios, a su vez, de que se está siendo “buen padre” o “buena madre”. Sus virtudes o defectos serán el termómetro del estado de la relación paterno-filial en permanente acomodamiento. Se trata de un interjuego de miradas en el que -cuando todo va bien- los padres miran a sus hijos con orgullo y éstos les devuelven, a su vez, con su mirada, lo maravillosos que ellos son, a modo de un reaseguro para el narcisismo de ambos. Freud, en 1914, habló de “Su majestad el bebé” para caracterizar la actitud parental de sobreestimación hacia los hijos, a quienes se les atribuye toda clase de perfecciones.
Más de 100 años después nos encontramos con que la relación entre padres e hijos ha ido cambiando, porque ha cambiado también el contexto social donde ésta se desarrolla. Veamos por qué: Podemos pensar a la familia como un sistema en permanente reconfiguración en el que hay momentos en los que las relaciones se tensan debido a cambios propios del crecimiento y de las crisis del ciclo vital familiar. El nacimiento, la lactancia, la etapa del inicio de la escolaridad, la adolescencia, la partida de los hijos del hogar, etc. son ejemplos típicos: en esos momentos la dinámica familiar se altera, y sus protagonistas pueden llegar a experimentar importantes cargas de estrés.
La familia ha dejado de ser el único motor del armado de la personalidad del niño. La socialización cada vez más temprana de los chicos y el uso de las pantallas muestran que la influencia familiar coexiste con la de instituciones como la escuela o el club, la tecnología -en vertiginosa evolución- y el grupo de pares. La familia se muestra más permeable al medio ambiente y hoy existen múltiples vínculos en la vida de un niño o adolescente que pueden aportarle su especificidad y novedad, en sentidos tanto positivos como negativos.
El “miedo al adulto” y a sus castigos -muy frecuentes antaño- ha disminuido. Hoy están fuertemente sancionados y contraindicados. En ocasiones se invierte la situación: el grande le tiene miedo al chico. Padres y maestros se sienten desbordados por niños que a muy temprana edad presentan conductas que parecen “incontrolables”. Los padres tienden a sentirse inseguros en relación a la crianza. Recibimos consultas de chicos que insultan o pegan a los padres y padres que se asustan frente a los enojos de sus hijos y sienten que están obligados a acceder a sus reclamos. Ante esto los padres suelen padecer sentimientos de vergüenza o culpa. Se preguntan: ¿Qué hicimos mal? ¿En qué nos equivocamos?
Las brechas se han hecho tan amplias que los hijos -nativos digitales- son quienes con frecuencia manejan la tecnología mejor que sus padres y les enseñan, en lugar de ser al revés. La agenda social empieza muy tempranamente, en la guardería o en la sala de dos años. La infancia o adolescencia parece haberse convertido en un período de demostración de habilidades y conocimientos, con exigencia de logros inmediatos. Los niños tienen doble escolaridad y actividades extra escolares que les dejan pocos espacios libres y a menudo se quejan de estar “estresados”. Predomina la idea de que los niños -al igual que los adultos- deben hacer cosas productivas. El tiempo para el ocio y el jugar no es considerado valioso.
Comprobamos que el mundo adolescente con sus modas y giros lingüísticos se ha constituido en un referente muy importante para los adultos, que se impregnan con facilidad de sus formas de ver la vida, de vestirse, de manejarse en los vínculos, en lugar de ser al revés, como era antes. Cada época tiene lo suyo. No son tiempos mejores ni peores...son diferentes. Hoy se trata de poder mirar el mundo desde los ojos de los niños o adolescentes sin que se diluyan las diferencias generacionales. Y de construir una relación mutua de respeto, nunca a través de la venganza o la violencia.
Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialista en parejas y familias. Especialista en niños y adolescentes. Autora del libro “La familia y la ley. Conflictos-Transformaciones”.
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