2 de enero 2007 - 00:00

Comentarios políticos de este fin de semana

Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín
Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín
MORALES SOLA, JOAQUIN.
«La Nación».


Como en cada oportunidad en que ve al Presidente en dificultades, el columnista goza con la desgracia ajena (de Kirchner, claro). Tras defender la política de derechos humanos del Presidente con más énfasis y más profundidad de la que usó éste en su discurso del viernes sobre el secuestro de Luis Gerez, remata la columna afirmando que Kirchner «es un hombre que sólo espera y que no está dispuesto a hacer nada para cambiar el predecible destino». Eso y decirle inútil es lo mismo.

Morales Solá repasa los argumentos del gobierno de los otros colegas columnistas: que Kirchner vio en el caso Gerez el comienzo de una escalada de nuevos secuestros, que la libertad del vecino de Escobar no se debe a la persuasión televisiva del Presidente (lo hacen notar Eduardo Van der Kooy y Horacio Verbitsky, casi en los mismos términos). Esas percepciones, concluye el columnista, limitan más la incapacidad del gobierno para asegurar la libertad e integridad de testigos que deben enfrentar el compromiso de volver a declarar en los juicios reabiertos a acusados de delitos aberrantes. El resto de la columna la dedica a glosar algo que este diario señaló en tapa la semana pasada, que la extensión de la investigación de delitos de lesa humanidad al período 1973-1976 alcanzaría a responsabilidades de gobierno del fundador del peronismo. Cita a Eduardo Duhalde diciendo eso hace ya rato; algo que, dice, Kirchner no cree ocurrirá. El no es responsable de esa revisión, a cargo de la Justicia, pero de suceder no sería más que otra etapa de la pelea que tienen protagonistas de aquellos años sangrientos con ellos mismos. El peronismo insurgente con el que se quiere identificar Kirchner, forzando quizá su propia biografía, peleó con Juan Perón a muerte y lo acusó ya en aquellos años de crear la Triple A. Que treinta años después le pueda iniciar un juicio histórico sería el final de una pelea que nunca se cerró.

GRONDONA, MARIANO. 
«La Nación».


La agudeza del profesor declina en la entrega del domingo, que parece más una simplificación de la política del día para mejorentendimiento, quizá, de los hijos y nietos que lo acompañan en la holganza veraniega. Ensaya para ese auditorio de principiantes una taxonomía elemental de los protagonistas del futuro electoral argentino: kirchneristas, no kirchneristas y antikirchneristas. Como conjuguen sus esfuerzos pueden resultar en tres escenarios en 2007: que Kirchner gane cómodamente su reelección, que la gane con ballottage o que pierda. Acariciando la bola de cristal, Grondona atribuye -sin dar prueba alguna, cosa difícil hasta para el más clarividente de los encuestadores- estas posibilidades a cada una de esas alternativas. Para él hay 50% de probabilidades de que Kirchner gane «caminando» un nuevo mandato, 40% de que lo haga tras un reñido ballottage y 10% de que pierda. Grondona se siente el abanderado de los no kirchneristas, es decir de quienes buscan limitar el poder del Presidente y que tienen ese 40% de posibilidades de forzarlo a un ballottage que moderaría sus tendencias hegemonistas. ¿Cómo lo lograrían? Si candidatos como Lavagna, Macri y Carrió resignasen diferencias para hacer un frente único contra Kirchner. No ganarían, pero quedarían en la grilla para las elecciones de 2011. No explica cómo harían esos dirigentes para entrar en la misma foto sin destruir su peso individual. Nunca esas aritméticas preelectorales dan como resultado la suma virtuosa del poder de cada uno de los integrantes de una alianza; las más de las veces la contigüidad forzada disminuye las posibilidades del conjunto. O resulta en engendros tan ineficaces para administrar como lo demostró el modelo de la Alianza que gobernó entre 1999 y 2001.

VAN DER KOOY, EDUARDO.
«Clarín».


Junto con Horacio Verbitsky, este columnista es el que más información oficial trae sobre el caso Gerez, tema dominante de sus dos entregas. Exagera seguramente el periodista del monopolio al decir que este secuestro, aún no esclarecido, ha sido la principal crisis de la democracia desde 1983. Creyeron seguramente lo mismo Alfonsín cuando declaró estado de sitio en 1985 y 1989, Menem cuando enfrentó el alzamiento de Seineldín, De la Rúa cuando subía al helicóptero en 2001 al borde de un enfrentamiento civil y víctima de un golpe de Estado político y Eduardo Duhalde en la pelea con la Corte Suprema, en febrero de 2002, cuando el dólar subió a cuatro pesos. Aporta información de fuentes oficiales como que la libertad de Gerez se debió no a la verba presidencial, sino a que policías y gendarmes habían saturado la zona en la que podría estar secuestrado o desaparecido. También que las presunciones del gobierno son que todos los operativos para atemorizar a testigos de los juicios reabiertos se orquestan desde una celda que comparten los detenidos Miguel Etchecolatz, Raúl Guglielminetti y Eduardo Ruffo (dos ex espías con actuación en los años de la represión clandestina de las guerrillas). Omite, como la mayoría de los analistas del domingo, desarrollar el principal tópico del libreto gubernamental -las presuntas responsabilidades del ex comisario Luis Patti-; en realidad, el único que lo recoge en su columna es Verbitsky. El final del editorial lo dedica a saludar el fallo de la Corte Suprema sobre la pesificación que, dice sin muchos argumentos, «terminó por consolidar la constitucionalidad de la pesificación». La otra mitad de la biblioteca puede decir que esa cuestión no se trató en el fallo, calificado por uno de los jueces -Juan Carlos Maqueda- como una operación de aritmética financiera propia del derecho civil. Con eso hay quien puede creer que la constitucionalidad de la pesificación puede ser objeto de un nuevo round en el tribunal supremo. Una rareza de esta columna es el título, casi agraviante para el Presidente: «Kirchner saca ventaja del pasado».

VERBITSKY, HORACIO.
«Página/ 12».


El columnista-asesor del gobierno practica un viejo recurso retórico que Lope de Vega llamó «deshonrar honrando». Es decir, elogia los principios políticos de Néstor Kirchner en materia de derechos humanos, pero le devuelve que no hace nada para aplicarlos con eficacia. En una de las columnas más críticas hacia el Presidente que se le recuerden a este periodista, le reprocha no proteger a los testigos en peligro, simplificar su discurso al no reconocer que ha habido otros casos de secuestros o intimidaciones a estos ciudadanos amenazados por lo que puedan decir en los juicios reabiertos, no promover leyes más duras para que los detenidos por delitos aberrantes no puedan salir de compras por los shopping (lo afirma de Reinaldo Bignone). Verbitsky le enrostra tibieza a Kirchner al no entender que Raúl Alfonsín vio terminar su gobierno por no enfrentar con firmeza la pelea de 1987 con los carapintadas, una mortificación hacia el Presidente que creyó escapar de ese reproche al mencionar en su discurso esa crisis como uno de los fracasos políticos del pasado reciente. También no reformar los organismos policiales y de inteligencia para purgar a los elementos heredados de la era de la represión (el viejo sueño de Verbitsky de crear una nueva SIDE sin los Stiusso ni los Garnica). Se mofa de Aníbal Fernández -ministro predilecto de Kirchner- por bromear con que Jorge Julio López podía estar en la casa de su tía, por permitir que Felipe Solá -bête noire de todas las notas de Verbitsky- avance en reformas judiciales para mayor seguridad, limitando, según cree, las garantías constitucionales. Con todo eso, concluye Verbitsky, «el Estado vivió a ciegas durante los dos días que duró la pesadilla». Como se cree, en su rol de asesor, obligado a seguir dando ideas, propone que los juicios a presuntos ex represores se unifiquen en una autoridad protectora de testigos y se debatan según centros de detención. Una reforma procesal que despacha en un párrafo de una nota periodística como si bastase la voluntad para cambiar las leyes.

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