Cumbre de reinas para ser vista en el Mediterráneo
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El resto de la comitiva tuvo que esperar en una suerte de pabellón de servicio, como indica el protocolo. Normalmente nadie que no integre el personal de la Casa Real o funcionarios del gobierno que informan al rey ingresa al palacio durante las vacaciones de los monarcas. De hecho la recepción a Cristina fue excepcional. Tanto que la otra visita esperada para este verano será el matrimonio Clinton, con agenda preparada para agosto.
Hubo, de todas formas, algunos saltos en ese protocolo. La audiencia privada entre Juan Carlos y Cristina se transformó en una «cálida recepción», de la que luego pasaron a la espectacular terraza del palacio con vista al Mediterráneo para disfrutar del almuerzo incluyendo a la reina.
Durante la comida hubo tiempo de hablar de indicadores económicos -tema que fascina a los Kirchner-, la baja del desempleo y hasta la acumulación de reservas en el Banco Central. Don Juan Carlos no podía hacer otra cosa que alabar también el «avance de la recuperación económica argentina».
Aunque primaba la apariencia de mera presentación en sociedad, el tema papeleras no estuvo fuera de la charla. Juan Carlos pareció, en ese punto, tener un entusiasmo no justificado: «Estoy satisfecho por el restablecimiento del diálogo entre ustedes», dijo, cuando los diplomáticos saben que esa «facilitación» real no ha producido hasta ahora más que acumulación de millas en los funcionarios argentinos y uruguayos que viajan de Madrid a Nueva York para encontrarse.
El toque más cándido, como correspondía, estuvo a cargo de la reina Sofía. Le relató a Cristina su interés por la lucha contra el sida en Africa -clásica ocupación de princesas de las casas reales europeas- y hasta relató sus pesares cuando la familia real griega, a la que pertenece, tuvo que abandonar su país y pasar parte de su exilio en Egipto y el sur africano.
El resto del día transcurrió de acuerdo a lo planeado. Por la tarde, la candidata se trasladó a Madrid para visitar en su domicilio al escritor Francisco Ayala, de 101 años, quien vivió exiliado en la Argentina durante la dictadura franquista. Después, la senadora aseguró que fue un «honor haber sido recibida» por Ayala, que « significó algo muy importante y un placer que haya dispensado una hora de su tiempo», al destacar que compartió con Ayala «anécdotas de su estancia en Buenos Aires, que fue breve pero sumamente intensa... Es un escritor impresionante, es una cabeza abierta». Pero a partir de allí Cristina entró en territorio resbaloso, ya que dijo que Ayala «recuerda todas las experiencias de Buenos Aires y ama entrañablemente a la Argentina». Presumiblemente, nadie debe haber informado a la senadora que Ayala salió espantado del país por el régimen de Juan Perón en 1950, al que en sus obras llega a comparar con el nazismo «aunque no era tan siniestro y sí más despreciable», se lamenta de que no se haya hecho «una colección con los chistes que corrían sobre Eva Perón y sus turbios antecedentes», llega a reproducir algunos y califica a los descamisados como «la multitud de siempre, desbordada y gritona, que dejaba arrasado el césped, después de haber merendado, meado y cagado en él durante horas». Todo un honor para una candidata que dice ahora tener a Evita Perón como referente.
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