10 de enero 2007 - 00:00

Destruye UCR Alfonsín con candidatura de Lavagna

Eduardo Duhalde
Eduardo Duhalde
Bajo la jefatura de Raúl Alfonsín la Unión Cívica Radical consiguió, por primera vez, derrotar al peronismo en elecciones libres. Bajo la misma jefatura el radicalismo irá por primera vez a las urnas con un candidato que no salió de sus propias filas. Un grado cero de la política que ese partido no tocó siquiera después de la caída de Arturo Illia, cuando quedó convertido en un club endogámico de 100 familias. Entre estos dos extremos quedará retratada la parábola política de Alfonsín cuando sus biógrafos examinen su paradoja. En lo inmediato, interesa indagar en otra perplejidad, de mayor alcance colectivo: el significado que adquiera la candidatura de Roberto Lavagna, el peronista que servirá de mascarón de proa a la destartalada nave radical.

El engaño es parte de la operación, como suele suceder en toda empresa electoral. Lo primero que habría que acotar es la condición peronista de Lavagna. No sólo porque esté contrariada por las imágenes. Cuando canta la marchita, de infaltable corbata en el restorán El General, el fundador de Ecolatina evoca más a un burócrata del Banco Mundial coleccionando emociones sudamericanas que a un candidato capaz de emocionar al pobrerío del conurbano.

Pero la pertenencia peronistade Lavagna está contrariada por rasgos biográficos, no sólo estéticos. En los 80, el ex librero sirvió para matizar un equipo económico de radicales, que él integró como secretario de Industria hasta denunciar el programa de Juan Sourrouille como un festival de bonos. Una década después, colaboró con José Octavio Bordón -otra fascinación de la transversalidad alfonsinistaen la aventura presidencial de 1995. En los 2000 volvió a convertirse en funcionario radical, reincidencia en parte disimulada por el cambiode marca de «UCR» por «Alianza» (sirvió como embajador ante la Unión Europea y, por su propia exigencia, ante los organismos en los que se discuten las posiciones arancelarias de las principales exportadoras industriales del país, ante las que siempre se ablandó el corazón de acero de este economista). En todos los casos, el peronismo de Lavagna cotizó por su estrabismo, por su anomalía.


  • Promesas

  • Esa ambigüedad es la que le permite hoy, de nuevo, servir a una fuerza ajena, esta vez para disimular su decaimiento electoral. Los radicales eligieron a Lavagna como candidato no sólo por brumosas promesas de financiamiento electoral provenientes de viejos amigos empresarios. Lo hicieron sobre todo por lo que tiene de parecido con Néstor Kirchner. No por lo que lo distingue. Su principal activo, la condición que lo convierte en un instrumento útil para los esfuerzos de la UCR por sobrevivir, es su asimilación al clima de la época. En otras palabras, la posibilidad de salir del eje de contradicción al que Kirchner recurre de modo sistemático para denostar a quienes lo enfrentan: a Lavagna se lo podrá calificar de sectario, intervencionista, desconfiado hasta el aislamiento (virtudes que también adornan al santacruceño) pero no se le puede imputar contaminación alguna con «los 90». Ideal tabla de salvación, entonces, para pasar por debajo de la ola K sin desintegrarse del todo, objetivo principal de los radicales.

    Esta peculiaridad del candidato cala más allá del marketing electoral que imagina Alfonsín y penetra en la verdad política de esta asociación que la UCR consagrará en la convención nacional de marzo: la candidatura de Lavagna es un producto de la misma matriz que engendró a Kirchner. Es decir, es una expresión, acaso más perfecta que el Presidente, del «modelo productivo» que auspició la salida del poder del gobierno de Fernando de la Rúa para garantizar la megadevaluación y consagrar el régimen económico que bendijeron Héctor Magnetto en la primera noche presidencial de Eduardo Duhalde ( comida en lo de Alberto Pierri) y Paolo Rocca al promover a José Ignacio de Mendiguren al Ministerio de la Producción, por sacar dos episodios del archivo. Si uno se atiene a las declaraciones del propio Lavagna, él mismo reclama la condición de padre de este nuevo orden, con un egocentrismo que lo lleva a periodizar la historia según su gestión en Economía. Kirchner, en esta construcción de su ex ministro, es una amenaza para aquello que debe conservarse. Debe cambiarse al Presidente para que la historia siga su rumbo. Este es el principal mensaje emitido por el candidato hasta ahora.

    Esta familiaridad política entre el Presidente y su ex ministro, tan apreciada por el radicalismo que apadrina a Lavagna, se verificó plenamente en aquel asado de Villa Gesell donde el matrimonio Ruckauf y el matrimonio Lavagna le propusieron al matrimonio Duhalde reemplazar la candidatura de Kirchner por la del propio ministro de Economía. Duhalde se negó entonces a ese trueque al que, ahora, lo obligaron los hechos. Sobre todo uno: la imprevista ingratitud de Kirchner hacia sus progenitores políticos. Al fin y al cabo, Lavagna terminó por convertirse en 2007 en el candidato de Carlos Ruckauf, Francisco de Narváez, Ramón Puerta, algunos de los que auspiciaban aquel reemplazo en 2003.

    Pero la identificación de Lavagna con los factores políticos y conceptuales que dieron paso al ciclo histórico abierto a fines de 2001 constituye también el principal obstáculo que reconoció hasta ahora la maniobra electoral que inició Alfonsín el año pasado. Porque para buena parte del radicalismo, oficializar la candidatura extrapartidaria del ex ministro significa comulgar, demasiado pronto, con el compuesto bonaerense, radical-peronista, que desalojó a la UCR del poder. Esta es la contradicción más llamativa que encierra la candidatura lanzada el viernes pasado. No sólo se trata de concurrir por primera vez a las urnas con un candidato ajeno: significa hacerlo levantando la bandera del verdugo. En pos de que su partido no desaparezca, radicales como Mario Losada, Margarita Stolbizer, Enrique Nosiglia, Gerardo Morales, Rafael Pascual, Ernesto Sanz, Carlos Becerra o Fernando Chironi deberán disimular lo que salta a la vista: que quienes quieren poner a Lavagna son quienes sacaron a De la Rúa de la Casa Rosada mientras promediaba la última presidencia radical, que ellos integraban.

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