21 de mayo 2024 - 09:24

El "chicken game" de Javier Milei, una política de Estado

La táctica de acelerar a fondo y no desviar, y las consecuencias de que quien enfrenta haga lo mismo. Sánchez reaccionó como si estuviera esperando la agresión y la escalada preocupa a empresarios. Libertarios dan por ganado el hashtag.

Javer Milei durante su discurso ante Vox en España.

Javer Milei durante su discurso ante Vox en España.

El “chicken game”, traducido como el “juego de la gallina”, es la denominación de una competición –usualmente automovilística- entre dos bandos que arremeten entre sí a gran velocidad en línea recta y donde se busca ejercer una presión psicológica para que el oponente se desvíe para evitar la colisión. El objetivo nunca es ganar, sino mostrar que el otro perdió. La característica es la falta de información acerca de si el contrincante tendrá un rapto de raciocinio en la carrera mortal para evitar el riesgo al que se expone.

El que menos tenga para perder corre con ventaja en la pulseada mental que se juega. No hay negociación, es pura pulsión y la meta no es que los dos mantengan su firmeza, lo que derivaría en la anulación de ambos, sino que uno doblegue al adversario. El componente distintivo es quien decide eludir el choque final y preserva el bien último de ambos, se lleva automáticamente consigo la humillación.

Javier Milei demostró, en pocos meses de Gobierno, estar permanentemente inscripto en ese registro. Sube a todas las carreras, pisa a fondo el acelerador, juega con el miedo de su oponente y (en la superficie) jamás desvía. El mecanismo de apabullar al rival, cuestionarlo, insultarlo y humillarlo se replica: Congreso de “ratas”, gobernadores “delincuentes”, “socialistas” de amplio espectro, “zurdos con lágrimas” de la marcha universitaria, periodistas ensobrados, medios “llorapauta”, empresarios “sin bolas”, líderes mundiales “asquerosos comunistas” y un largo etcétera.

En la superficie, Milei nunca cede, no admite errores propios, no baja la escalada, no compone, no reconoce a aquel que lo desafió. Obviamente, la política es casi lo contrario a un “chicken game” por lo que quienes tienen responsabilidades de Gobierno buscan casi con desesperación juntar los pedazos de la alocada carrera y hasta la oposición “dialoguista” trata de no interponerse en el camino y liberar la traza, fingiendo demencia una y otra vez para no aceptar el desafío de jugar a la gallina. Al final de la cuenta, todo oponente queda reducido a un “llorón” que no resiste avanzar en línea recta a la colisión.

En el camino, esa operatoria se combina con otra igual de particular: la oda del autoelogio. Milei recurre de manera consistente y constante a acciones que están destinadas a apuntalar su propia autoestima, sin aguardar reconocimiento alguno. No la de gestión ni la de Argentina, la propia. “Soy el máximo exponente de la libertad a nivel mundial”, dijo ayer como balance de la gira por España que derivó en un insólito conflicto diplomático basado en una suma de nimiedades. Es probable que en el modelo probabilístico mental de Milei cada vez que pisó a fondo tenía buenas chances que el de enfrente gire a tiempo.

Por si fuera poco, esa “estrategia” cuenta con un componente emocional que le permite seguir conectando con el núcleo duro al que Milei aspira a retener como masa crítica. El resto no hacen falta porque, o son “casta”, o no la ven. Infalible porque parece alimentado de rencores, un combustible que define gran parte de la historia personal de Presidente y lo identifica con una sociedad que acumuló motivos para estar resentida. Todavía le es posible sacar redito de la chapa de outsider y de esa mezcla entre estilo de gobierno y una personalidad muy particular que generó el atractivo electoral. Habrá que ver qué pasa cuando sea una costumbre. En esa lógica, los modos acartonados de la diplomacia son una excelente presa para otra embestida contra lo establecido.

Pero si se observa bien, el fenómeno que ocurrió con España tuvo su contraparte: Pedro Sánchez –que va a disputar elecciones para el Eurocámara- recogió la bravuconada en Milei con Vox casi como si la estuviera esperando. Vio un filón desde donde defender su propia posición. En nada, anunció el retiro de la embajadora sine die, un apoyo de la Unión Europea y cosechó pronunciamientos desde la política para condenar la referencia de Milei hacia su esposa, investigada por posible tráfico de influencias. Pero lo que es peor, le juntó la cabeza a las principales empresas españolas y las hizo partícipes del repudio. Es como si Milei hubiese logrado que el Foro de Llao Llao lo respalde en su arremetida. De fondo, el libertario olió sabotaje cuando las empresas enviaron delegados de segunda y tercera línea a la reunión con el presidente argentino, encuentro que casi fue lo único que le permitía salvar que este viaje no tuviera agenda oficial, sino personal.

Sánchez magnificó el entredicho y le dio rango de conflicto diplomático tomando decisiones que tampoco son sencillas de deshacer: exigió disculpas vía Cancillería y metió en un avión a su embajadora en Argentina. El mundo empresario observó la secuencia con preocupación. Milei apeló al “ellos empezaron” y sus acólitos se ufanaron de haber logrado instalar un hashtag en Twitter, forma usual de dar por ganada la controversia, cuyo final está abierto.

¿Y si fuera Sánchez el que piso acelerador en la recta con la mirada fija y sin una mínima señal de desviar? La cuestión no está definida y es probable que el derrotado disimule su repliegue, aunque para Argentina el conflicto no le mejora un ápice su crítica situación. Lo cierto es que el modelo pendenciero que caracteriza al gobierno está siempre en la busca de un retador para desafiar hasta el final. El problema será cuando encuentre.

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