22 de octubre 2001 - 00:00

J.P. Cafiero interrumpió la "amansadora" de De la Rúa

Como en el anterior cambio de gabinete, cuando estalló la relación con Carlos Alvarez, a Fernando de la Rúa le renunció un ministro que tal vez precipite la reestructuración. En aquel momento fue Rodolfo Terragno y ahora se trata de Juan Pablo Cafiero, quien encabezará el éxodo del Frepaso a las afueras del gobierno. La danza de nombres para ser incorporados o promovidos (Rafael Pascual, Nicolás Gallo, Enrique Nosiglia, Patricia Bullrich, Carlos Becerra, Andrés Delich, Ramón Mestre, Héctor Lombardo, Darío Richarte, etc.) se hizo ayer más vertiginosa. Sin embargo, De la Rúa no piensa producir cambios antes de que estén definitivamente liquidadas las dos operaciones mayores de su gobierno en estos días: el acuerdo fiscal con los gobernadores y el canje de deuda que se negocia con el sistema financiero. Al menos eso es lo que el propio Presidente estableció como criterio anoche, mientras comía con colaboradores en Olivos.

Dicen que Hipólito Yrigoyen inventó la amansadora. Así llamaban a su sala de espera, donde se eternizaban quienes tenían cita con el presidente, a veces por más de 8 horas, después de pasar por la ansiedad, la ira y, finalmente, la resignación.

Quienes admiran al «Peludo» dicen que esas incomodidades no eran un indicio de sadismo y tampoco la demostración de que los radicales, desde muy temprano, tienen mala relación con el tiempo, como si se tratara de un mal metafísico. Cualquiera sea la raíz de esa conducta de Yrigoyen, Fernando de la Rúa parece reproducirla hasta el punto de convertirse en su heredero, al menos en este tipo de procedimientos. Una prueba: los cambios de gabinete que se prometieron en plena campaña electoral y que él mismo anunció la noche del escrutinio siguen sin ver la luz y sólo sirven para escarnio de la lista de candidatos a ser promovidos o incorporados. También ellos, como quienes aguardaban una audiencia con Yrigoyen, pasan por todos los estados del alma.

• Marca personal

Sin embargo, De la Rúa le ha impreso a este «modus operandi» una marca personal: se trata de que, a menudo, la amansadora se frustra por la renuncia de algún ministro que lo obliga a precipitar los cambios. Ya le sucedió en la anterior reforma del gabinete, cuando en medio del suspenso se le fue Rodolfo Terragno y lo obligó a acelerar las decisiones. Así le fue: jugó a Alberto Flamarique para secretario general y confirmó a Fernando de Santibañes en la SIDE con lo que provocó la reacción inesperada (sobre todo para el Presidente) de Carlos Chacho Alvarez quien, en protesta por la jugada, se estrelló contra el gobierno como un aviador suicida.

Ahora pasa algo parecido: Juan Pablo Cafiero concretó el viernes pasado el largo adiós que venía adelantando por los diarios desde hace días. Como De la Rúa, él también se regodea estirando sus decisiones en el tiempo. Ese día el ministro de Desarrollo Social le dijo al Presidente que con un recorte de 80% en el presupuesto de su cartera no podía seguir en el cargo. El Presidente intentó disimular esa excusa, no sólo porque lleva a pensar que quedará desatendida un área sensible de la administración en un momento de baja solidaridad política del radicalismo con el gobierno (lo único que falta es que Raúl Alfonsín haga ahora el papel de Chacho Alvarez). También porque la postura de Cafiero puede soliviantar a todo el gabinete, donde hasta los más obedientes se irritan con las restricciones impuestas por Cavallo («El Estado ha dejado de funcionar y si el Presidente quiere viajar a Córdoba, debe pedir permiso especial a Hacienda», se queja Nicolás Gallo cada cinco minutos). De este modo, «Juampi» podría convertirse en abanderado, no ya de los disidentes del radicalismo y el Frepaso, sino de los propios ministros del Ejecutivo. Por eso De la Rúa dijo que lamentaba mucho el alejamiento, pero que «los fondos sociales no van a faltar». Admitió, sin embargo, que habrá una poda de 75%, pero «como base de trabajo».

El Presidente comió anoche con Gallo y con el secretario de Turismo, Hernán Lombardi, y delante de ambos ratificó el criterio que regirá para la reformulación del gobierno: «Primero debe anunciarse el acuerdo con los gobernadores, las medidas económicas y, después, el cambio de gabinete». Nadie sabe qué significa «después» y hay quienes sospechan que el propio De la Rúa está cada vez menos interesado en mover piezas a pesar de lo anunciado.

• Monitoreo

Aún así, hay desplazamientos que parecen ya «cantados» en las versiones que trascienden de Olivos, aunque todos los informantes digan -con enorme falta de lógica- que «sólo el Presidente sabe lo que va a hacer». Patricia Bullrich, por ejemplo, parece predestinada a ocupar una agencia social, que incluye el PAMI, la ANSeS y posiblemente las facultades del Ministerio de Acción Social. De ser así, el radicalismo quedaría desafiado, pero sobre todo el sindicalismo: entre las tareas que le encomendarían a la ministra está el monitoreo de las obras sociales sindicales.

Héctor Lombardo, de Salud, se vio pendulando en la cornisa de Salud hasta que, según sus graciosos detractores, se abrazó a las cartas que llegan desde el exterior con la sospecha de portar el virus del ántrax. «En medio de la crisis nadie me va a sacar», le dijo a un amigo.

Rafael Pascual, por su lado, figura como ministro de Trabajo en casi todas las martingalas del nuevo equipo. En cambio Gallo tuvo un paso fugaz por la SIDE el jueves pasado, mientras a Carlos Becerra lo hacían ministro de Justicia y Seguridad o de Interior y Seguridad. Pero ambos volvieron, en este organigrama mutante e imaginario, a sus funciones actuales: «Poner a Gallo en la SIDE sería demostrar que estamos en retirada y que el organismo sólo serviría para arreglar cuestiones personales antes de irnos», especuló con lenguaje misterioso un delarruista, para quien este cambio sólo se justificaría en la familiaridad del actual secretario general con el Presidente.

También Ramón Mestre cambió el aire cuando todos lo hacían afuera de Interior: ahora se cree que sobrevivirá por lo menos hasta después del ballottage correntino.

En estas previsiones aparece otra marca del «estilo De la Rúa» en la designación de funcionarios: es la exposición del candidato durante semanas en los diarios. De tal manera que quien quiere formular una objeción lo hace, desmoralizando al futuro funcionario. Que lo cuenten si no Rafael Flores o Juan Pablo Baylac. Sólo que el Presidente remata la operación de otro modo: a pesar de cualquier objeción, el postulante termina en el cargo para el que se lo convocó, tan devaluado y como agradecido a quien lo sostiene.

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