Para que nadie sospeche motivos diferentes en su proyecto político, lo primero que hizo ayer Eduardo Duhalde fue la obviedad de concurrir a la CGT para abrazarse con la cúpula unificada de «dóciles» y «combativos» (algunos decían que, entre tantos apretujones, extravió la billetera). Dio un discurso, claro, ahora con una actitud propia de los feligreses más devotos: entrecruza los dedos y mira hacia el cielo como si le hablara a un altar (seguro consejo de su mentado y carísimo asesor brasileño, Duda Mendonça, para inducir fe como en las 382 Iglesias del Brasil). Haber sido elegido senador bonaerense parece que, en lugar de ocupar una futura banca, lo obligara a formular fuertes y casi extorsivas declaraciones. Primero habló del ultimátum al gobierno -como si él presidiera alguna fuerza y asediara una ciudadela- y ayer, luego de afirmar que Fernando de la Rúa se quedó solo, inválido casi, sostuvo que «no tiene poder para cambiar nada y acá se necesita un piloto de tormenta». Jefe de Gabinete se ofrece.
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Nadie piense en un exabrupto ni falta de concertación en este proyecto político. Su ahora colega parlamentario y casi discípulo intelectual, el sindicalista Luis Barrionuevo -autor de la visita de Duhalde a la CGT, por otra parte- un rato antes había anticipado por radio, como si fuera un meteorólogo, que «el año que viene vamos a tener elecciones a presidente». Operación golpista a dos voces que pronto se multiplicarán con otras del mismo origen, nacida del maravilloso proceso de transfusión por el cual Barrionuevo de «recontrachupaMenem» se pasó al dormitorio de Duhalde. No es fácil explicar qué gana el gremialista con esta nueva alianza, ya que tanta obediencia no debe provenir de la prolija asistencia a las clases de Duhalde en la facultad de Lomas de Zamora.
Pero lo de Duhalde es a varias puntas: no sólo acecha a De la Rúa, también se propone justiciero con Carlos Ruckauf, anticipando una trifulca partidaria inolvidable, como muestra de que la depresión de hoy les corresponde a todos menos a él. La esposa, Chiche, tan orgullosa como Herminio Iglesias de que ambos, en su momento, sacaron más votos en Buenos Aires que Duhalde -y jamás se les ocurrió que podían ser presidentes-, evita hoy la cuestión nacional pero se interna en la provincial y, todo en un mismo día, se pronunció contra el actual gobernador: «La gestión de Ruckauf es diferente de la de Duhalde, ahora falta gestión política». Dañina saeta en el corazón de Ruckauf, quien nunca esperaba una crítica pública de la mujer con la cual compartió viajes, cenas, mateadas, Miami, algún spa y hasta Disneyworld. Finalmente -discurría entre dientes- porque me opongo a ser su «Camporita» (por aquella pregunta de Juan Perón a Héctor Cámpora: «¿Qué hora es?», y la respuesta: «La que usted quiera, mi general»).
Para posicionarse presidenciable contra el trío Ruckauf-Reutemann-De la Sota, primero Duhalde intenta nuclear ciertas fuerzas justicialistas y liquidar antes a Carlos Menem, ejecución soñada que acaricia desde hace muchos años. De ahí que hasta recurre a sindicalistas que desprecia, que jamás invitaría a su casa -a él y a su esposa les gustan los demo-cratacristianos de Víctor De Gennaro- y se les ofrece como quien puede institucionalizar la unidad que ya gestaron las dos CGT en el Salón Felipe Vallese (nombre que, ciertamente, no debe admirar nadie de los que estaban reunidos ayer). «Eso ya está hecho -le dijeron-, pensá en otra cosa.» Y entonces habló del movimiento, de integrarse, de que De la Rúa cambie de rumbo y que deje de respetar la agenda del FMI (extrañamente, por una vez no se quejó del «modelo»). Por si no alcanzaba lo suyo, Moyano lo apoyó: «De la Rúa no tiene que seguir». El marco vocinglero, bombos, cánticos e insultos, casi ni requiere imaginación.
Ejemplares mensajes ambos, entonces y, si bien ya es inexplicable Moyano, en cambio el tono beligerante de Duhalde obedece a que, hombre de extrema irritabilidad cuando lo critican, se ha molestado con De la Rúa y Ramón Mestre: los dos con insolencia se preguntan qué le pasa al pueblo bonaerense que todavía vota a Duhalde a pesar de que éste fundió la provincia. Nunca, ni Carlos Menem -tampoco Ruckauf, hasta ahora- se atrevió a plantear esa realidad pasada, a mostrar a Duhalde frente al espejo. Hubo réplicas: respuesta inicial y en cadena de periodistas propios y de colaboradores ad hoc (tipo la ahora senadora Mabel Müller), pero el coro no le alcanzó al presunto agredido: él mismo asume su defensa, encabeza la venganza y con tal ira que hasta Hugo Moyano se sonrojaba en la CGT (ni hablar del impacto en la falta de tonicidad de Rodolfo Daer). Aunque el camionero, claro, se ha paseado como se sabe por la hilera de insultos más vulgares contenidos en el diccionario para tratar a De la Rúa. Deben ser todas esas citas de Moyano y Duhalde las que forzaron el viaje del Presidente a España, al congreso de la lengua, para ver si la hace más educada en su país. Tarea imposible.
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