El que lleva muchos superclásicos sobre sus espaldas sabe que es difícil que en estos partidos sirvan de mucho los antecedentes. Es cierto lo que decían tanto Bianchi, como Pellegrini en ese sentido. En verdad todos saben que tampoco dejen una alta cuota en lo futbolístico, pero lo que la gente está segura es que sabe de antemano que se irá de la cancha con una altísima dosis de emotividad. Tevez y D'Alessandro decían en la semana que no importaban las estrategias, que lo importante era «ganar como sea». Precisamente lo que le da una sobredosis de adrenalina, porque el resultado está por encima de todo. En otras palabras, será el punto de partida para el análisis, las discusiones, la chanza o la cargada.
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Los periodistas -más técnicos y más prácticos en estas lides-y se supone con manifiesta imparcialidad hablarán que el resultado está siempre centrado en una palabra: actitud. ¿Como saldría River luego del traspié sufrido en la Libertadores? ¿Que plantearía Boca para seguir con este momento especial? De lo que todos estaban seguros -por una razón o la otra-era que este partido (como la mayoría de los superclásicos), no iban a dar espacio para las especulaciones, que el que tuviera la pelota y la administrara mejor podía hacer pesar su mejores argumentos futbolísticos en el marcador.
Esto fue lo que pasó o gran parte de lo que pasó cuando River logró ponerse doscero arriba y cuando Boca alcanzó el em-pate en dos. Porque los resultados hacen que incidan para que -generalmente-se deban cambiar las «actitudes». Un punto donde tienen gran gravitación los técnicos y esta vez habrá que decir que el empate (de acuerdo a cómo se presentó el partido) aunque no lo deja al descubierto, le pega más a Pellegrini que a Bianchi, a pesar de que alguno pueda pensar lo contrario. Aun sin saber el resultado que podía tener Vélez, que cualquiera sea no descalificaba a ninguno de los dos. Simplemente porque uno no acertó en los cambios y el otro sí.
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