A nadie se le puede siquiera pasar por la mente que Manuel-Ginóbili trepó al escalón más alto del basquetbol mundial por méritos propios, como antes le ocurrió al «grandote» Jorge González, Rubén Wolkowiski o «Pepe» Sánchez, con suerte diversa. Sin embargo, tampoco nadie podrá decir que esta posibilidad de llegar a la NBA y este presente es casual.
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Tal vez más que nunca habrá que buscar algunos testimonios que le den sustento a este engranaje de circunstancias que comenzó hace muchos años. Por ello vale un recuerdo al «negro Villita» (Estanislao Villanueva) como inclaudicable sostén periodístico de un juego que por momentos parecía que agonizaba; y fundamentalmente al recordado León Najnudel, que luego de lanzarse a dirigir en Europa retornó con la idea fija de poner en práctica la «Liga Nacional».
Un torneo que permitió que los clubes comenzaran a tomar nombre propio, que jugadores extranjeros (y muchos morenos estadounidenses) pisaran nuestras tierras para transmitir la esencia de este deporte. Más tarde, que en la formación de una nueva camada de jugadores fueran observados y adquiridos por clubes de Europa y pudieran codearse con equipos encumbrados en el básquet de todos los continentes.
Finalmente que la Argentina, luego de 50 años pudiera tener una selección competitiva, que lograra el subcampeonato del Mundo en Indianápolis y como consecuencia de esa actuación que sirvió como vidriera, los jugadores argentinos (con «Manu» Ginóbili hoy a la cabeza) estuvieran brillando a niveles hasta hace poco tiempo insospechados. Como «Villita» y Najnudel vinieron otros, con la misma perseverancia, con la misma potencia en su accionar... como para que a todos ellos decirles gracias, aunque en esta evocación sólo se tomen dos nombres.
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