16 de mayo 2022 - 00:00

Criptomonedas: el crash de las privadas y el crecimiento de las públicas

La caída estrepitosa de las criptomonedas privadas de estos días se da en el marco de la expansión de las criptomonedas emitidas por los Bancos Centrales, proceso que viene avanzando sostenidamente desde unos años.

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La caída estrepitosa de las criptomonedas privadas de estos días se da en el marco de la expansión de las criptomonedas emitidas por los Bancos Centrales, proceso que viene avanzando sostenidamente desde unos años.

El fenómeno de crecimiento de ambos tipos de activos digitales, públicos y privados se enlaza con otros procesos globales, entre los que pueden destacarse la disputa por la hegemonía política y económica de las dos principales potencias mundiales: Estados Unidos y China; la búsqueda por parte de los Estados de retener o ampliar información sobre los activos en poder de sus ciudadanos frente a la radicalización y crecimiento de grupos que rechazan la intervención del sector público en prácticamente todas las esferas.

Las criptomonedas privadas como el bitcoin o ethereum, (las principales entre miles que se han creado en estos años con funcionalidades diversas) deben su nombre a que utilizan una tecnología basada en la criptografía. La facilidad con que pueden ser compradas por el público minorista sin conocimientos financieros y su gran volatilidad conforman un cocktail sumamente riesgoso. Como un subgrupo, dentro del universo cripto se destacan las llamadas monedas estables (stablecoins) que asocian su valor o a una moneda o activo especifico que puede ser el dólar el euro, una canasta de monedas, o materias primas, entre otros. Si bien este grupo debería ser conceptualmente menos volátil que el anterior, al resultar opaco cómo se construye el respaldo de cada activo tampoco están exentas de riesgos, tal como se ha puesto en evidencia en estos días. La ausencia de regulaciones específicas ha facilitado el aumento de los riesgos de mercado, operativos y de fraudes en estos activos privados.

Si bien las criptomonedas privadas aún representan un porcentaje minúsculo del total de monedas y activos financieros que operan a nivel global; debido a su seguridad, descentralización, anonimato y carácter transnacional constituyen una amenaza para la estabilidad monetaria y financiera de los países centrales en el mediano plazo, y una fuente de volatilidad para los países frágiles económicamente en el corto plazo.

En este contexto más de cien estados han acelerado el análisis y en algunos casos han comenzado a instrumentar la emisión de monedas públicas digitales llamadas “CBDC” por sus siglas en inglés (Central Bank Digital Currency).

Estas monedas son conceptualmente iguales a las que actualmente están en poder del público que emiten los bancos centrales, se diferencian en que tienen un formato digital sustentado en tecnologías similares a las de las diversas criptomonedas privadas. Cada país ha encarado estos proyectos con características propias, mientras que algunos bancos centrales apuntan a que estas monedas sólo las puedan usar las personas, otros limitarían su uso a instituciones financieras y un tercer grupo incluye a ambos colectivos.

Clasificando el grado de avance de implementación de las monedas digitales públicas de mayor a menor, debe señalarse que sólo unos pocos bancos centrales, como los de Nigeria o Bahamas ya las han emitido abiertamente en sus países.

Por su parte, naciones como China, Rusia, Singapur, Arabia Saudita o Sudáfrica han puesto en funcionamiento programas piloto, experimentando su uso en forma limitada. Dentro de este grupo sin dudas el caso más relevante es el de China que lanzó su moneda digital (e-CNY). El impacto en el sistema monetario chino de esta iniciativa ha sido significativo, a octubre del año pasado existían cerca de 123 millones de billeteras digitales en manos de individuos y 9,2 millones de billeteras en poder de empresas. Se espera que este año más del 10% de la población china sean usuarios de esta nueva modalidad. Además de utilizar esta moneda digital internamente en distintos distritos del país, el Banco Central de China (PBOC) está trabajando con los bancos centrales de Hong Kong, Tailandia, y Emiratos Árabes Unidos en un proyecto auspiciado por el Banco de Pagos Internacionales (BIS) que apunta a posibilitar transacciones internacionales entre distintas monedas digitales.

Un paso más atrás, están naciones como Canadá, Brasil, India, Australia o Japón; que han anunciado su decisión de lanzar sus propias monedas digitales, pero aún no la han implementado.

Por último, se encuentra el pelotón más numeroso de países que están avanzando en la investigación de como instrumentar los CBDC y sus implicancias. En este conjunto están incluidos los Estados Unidos, los países europeos que tienen al euro como moneda oficial, Inglaterra, Nueva Zelanda, Perú y Chile, entre otros.

El caso más significativo es el de Estados Unidos donde Joe Biden firmó el pasado 9 de marzo una orden presidencial dirigida a un conjunto de organismos públicos intimándolos a elevarle en plazos perentorios informes sobre cómo lidiar con los nuevos desarrollos de los activos digitales. Un punto central de esa orden ha sido el de analizar cómo debería instrumentarse la iniciativa de crear el dólar digital y las múltiples implicancias de poner en marcha la misma. Distintos analistas creen que el apuro de Estados Unidos en encarar este proyecto puntual obedece a la delantera que ha tomado China en crear su propia moneda digital y la amenaza que el dólar pierda fuerza ante la moneda asiática. En este sentido, el Instituto Hoover dirigido por Condoleezza Rice, exsecretaria de Estado del presidente George Bush, publicó este año un informe donde alerta al gobierno norteamericano sobre cómo la nueva criptomoneda oficial china puede potenciar aún más el liderazgo mundial de ese país asiático en el comercio electrónico global.

Un tercer afectado por el crecimiento de la moneda china en el comercio internacional es Europa que también está avanzando en la creación de su moneda digital. La presidenta del Banco Central Europeo Christine Lagarde aclaró, hace un par de meses que “euro digital” no reemplazaría sino que se complementaría con el efectivo en manos del público.

La coexistencia y competencia de criptomonedas públicas y privadas junto al fenomenal desarrollo tecnológico de los sistemas de pago, y la tendencia global a la disminución de las operaciones de efectivo, abre otro abanico de incógnitas sobre el impacto sobre el nivel de evasión impositiva, informalidad o la concreción de operaciones de lavado de dinero.

Dada la complejidad de desarrollar estos productos digitales muchos bancos centrales han debido recurrir a convenios con consultoras, universidades o centros especializados. Tal es el caso del Banco Central de Inglaterra que ha firmado recientemente un acuerdo con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) para explorar los aspectos tecnológicos de instrumentar estas monedas digitales.

La tecnología resulta central para contribuir con otro objetivo central del desarrollo de las monedas digitales públicas, que es el de la inclusión financiera. En todo el planeta sigue habiendo cientos de millones de personas, generalmente las más vulnerables, que carecen de los servicios financieros básicos.

El desafío que enfrentan los Estados nacionales, los reguladores, y fundamentalmente los bancos centrales en particular es enorme. Deben dotarse de recursos para analizar con mucho cuidado la conveniencia, los alcances e implicancias monetarias, financieras y económicas de emitir sus monedas publicas digitales, definir su diseño, la base tecnológica en que se van a montar, y diagramar como se van a relacionar con las otras monedas digitales públicas y privadas.

Expresidente de la Comisión Nacional de Valores

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