3 de octubre 2001 - 00:00

Diálogos en Wall Street

(El diálogo es con un operador de la Bolsa de Nueva York, a quien se lo denomina Gordon Gekko como el personaje que interpretara Michael Douglas en el film «Wall Street». El tema es la nueva baja de las tasas de interés y el margen que le queda a Alan Greenspan para reactivar la economía norteamericana.)

Diálogos en Wall Street
PERIODISTA: Nadie quiere más sorpresas. No, por cierto, la Reserva Federal. Se esperaba un recorte de medio punto y se entregó medio punto de baja. Con Fed Funds en 2,5% y tasa de descuento en 2% queda en evidencia que la Reserva Federal no retacea el respaldo.

Gordon Gekko: Conocemos la tenacidad de Greenspan cuando se le mete un objetivo entre ceja y ceja. Y ése es el caso actual.

P.: ¿Cuánto más puede bajar las tasas?

G.G.: En principio, tiene toda la diferencia entre los valores actuales y cero.

P.: Sí. Pero ¿qué efectividad conserva la política monetaria?

G.G.: Mayor que lo que sugerirían las actuales tasas de interés real negativas. Hay dos elementos clave: la credibilidad que retiene Alan Greenspan al comando de la Fed y el comportamiento bajista del precio del petróleo. Si no fuese por la presencia combinada de ambos me animaría a sugerir que la política monetaria ya ha llegado a sus límites.

P.: ¿Aún así, cree que la Fed puede volver a bajar las tasas?

G.G.: Sí. Aunque, en rigor, la respuesta descansa en el comportamiento de las tasas de interés de largo plazo.

P.: ¿Cómo es eso?

G.G.:
Hoy por hoy, la Fed no dudaría en recortar las tasas de nuevo en la próxima reunión a menos que mediase una suba significativa en las tasas largas. Es el espíritu que refleja su comunicado.

P.: Desde los atentados, Greenspan ha quemado un punto entero de tasas en procura de estabilizar la situación. ¿No es demasiado arriesgado?

G.G.: Nadie conoce mejor que la Fed la situación del sistema financiero y si la decisión fue bajar medio punto automáticamente para facilitar la reapertura de Wall Street, lo entiendo. Este último medio punto es quizás más discutible. Pudo ser una reducción de sólo un cuarto de punto. Y de esa manera se hubiera transmitido el mensaje de una mejoría de una relativa recuperación desde el punto de vista de la Fed. Pero, en perspectiva, ¿que diferencia hace?

P.: ¿No corre el riesgo Greenspan de quedarse sin munición?

G.G.: La munición que tiene la está empleando a fondo. Apuesta a ganador. Es comprensible. Si hubiera sido más parsimonioso en la baja a lo largo del año, sobre todo después del primer trimestre, ahora quizás contaría con un punto más en la mochila para poder gastar. La historia final no cambiará por eso.

P.: Siempre dijo que cuando se acabara la fe en la política monetaria, comenzarían los verdaderos problemas. Quedan pocos cartuchos...

G.G.: Pero todavía quedan. Y el sistema financiero está muy saludable para lo que es la ocasión. Si entramos en recesión, la cartera en problemas equivale a menos de la mitad de la que acarreaban los bancos cuando se inició la última contracción a mediados de 1990. Y, a diferencia de la política monetaria, a la política fiscal recién se la extrae del estuche. Si Robert Rubin fuera todavía el secretario del Tesoro, sus acciones estarían en alza compensando la declinación relativa de la Reserva Federal.

P.: Pero no lo es. Aunque el Congreso lo consulte sobre las decisiones a tomar. Paul O'Neill no transmite las mismas convicciones.

G.G.: Lamentablemente, no. Tampoco juega el mismo papel. El presidente Bush ha repartido más el juego entre O'Neill y sus asesores de la Casa Blanca. Larry Lindsey es tan influyente como O'Neill (o más).

P.: ¿Cómo continúa la película? ¿Cuáles son los próximos pasos?

G.G.: Resta develar el paquete de estímulo fiscal. Es lo que cierra el círculo, Importa tanto su contenido como su tamaño. Y, sobre todo, su vigencia en el tiempo. El Presidente lo tendría listo para la semana próxima.

P.: Todo el mundo dice que el superávit fiscal desaparecerá tras los atentados. ¿Es tan brusco el giro?

G.G.: Que se preserve el superávit no sólo depende de la magnitud del paquete de estímulo sino del nivel de actividad que la economía pueda mantener los próximos doce meses. Si estamos -como se dice-ante un esquema que involucrará un costo fiscal total de 100.000 millones de dólares en un año, le diría que la mejor estimación, hoy en día, es quizás un presupuesto balanceado. Más o menos 25 mil millones. Si la situación económica se agrava, si no repunta a comienzos de 2002, iremos a un déficit deliberado. Sin chistar.

P.: La promesa de no afectar el superávit de caja de la seguridad social queda hecha a un lado.

G.G.: Ya con el primer anuncio de una inyección de 40 mil millones se echó mano a esos fondos.

P.: ¿Cuánto puede ayudar la política fiscal?

G.G.: A grandes rasgos, si hablamos de 100.000 millones, la iniciativa equivale a un punto del PBI. Si ese estímulo se concentra en el tiempo, el impacto puede ser mayor en un trimestre dado. Y como se teme que EE.UU. esté inmerso ya en una recesión, quizás se le imprima un sesgo frontal a las medidas. Claro que cuando el estímulo consiste en transferencias a una industria -como ser las aerolíneas-no hay un correlato de aumento en el producto. Pero un aspecto no menor, es que el paquete mejorará la calidad crediticia de los consumidores y corpora-ciones que resulten beneficiados.

P.: Un incremento de 1 por ciento en PBI parecería ser un límite. No cabría alentar expectativas mayores.

G.G.: Será más sencillo estimar el efecto bruto de las medidas que su verdadero impacto. De nuevo el comportamiento de las tasas de interés de largo plazo será un barómetro apropiado. ¿Cómo reaccionará el mercado de capitales ante la súbita desaparición del superávit fiscal? Una suba de tasas puede terminar hundiendo el último baluarte de fortaleza que aún permanece en la economía norteamericana...

P.: ¿Cuál?

G.G.:
El mercado inmobiliario. Las ventas de propiedades están en nivel ré-cord. Contra viento y marea. Si Greenspan le pidió al Congreso un paquete fiscal de envergadura, deberá ser un programa de duración acotada de manera de no afectar adversamente las expectativas de largo plazo.

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