Ni en la década del 70, antes de los militares, se vivieron acontecimientos sindicales con estas características. Antaño, los dirigentes gremiales se peleaban y mataban entre ellos, pero nunca atacaban a los trabajadores. Ayer, una banda de matones arremetió directamente contra la gente que volvía a sus empleos, hirió a cuatro mujeres, ostentó cuchillos y destrozó instalaciones. Nada más que por haber aceptado una orden del gobierno.
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Ocurrió en los dos casinos flotantes de Puerto Madero, los cuales, después de más de 30 días de paro, en apariencia debían recuperar sus funciones lúdicas merced a una conciliación obligatoria dictada por Carlos Tomada, ministro que demoró un mes esa decisión y hoy está de bucólica visita por la OIT acompañando a la esposa del Presidente en su campaña frente al lago Lehman de Ginebra. Lo paradójico del caso es que el atentado de la patota se produjo contra las instalaciones que ahora pertenecen al empresario patagónico Cristóbal López, dilecto amigo de Néstor Kirchner y de habitual concurrencia a la Casa Rosada, mientras que la ordalía fue cometida por secuaces de otros dos seguidores del mandatario: Omar «el Caballo» Suárez, titular del SOMU, quien se postula y pega carteles como el «primer kirchnerista» de la CGT y responde a pie juntillas a otro preferido del santacruceño, Hugo Moyano, el jefe de los camioneros, que religiosamente lo visita todas las semanas.
El atentado de los vándalos se basó en dos causas: contra la medida del Ministerio de Trabajo que el personal obligadamente aceptó y porque éstos se niegan a afiliarse al SOMU. Un pleito por encuadramiento, se diría en la CGT; en verdad, una vulneración a todos los códigos del sindicalismo: jamás se le pega a la gente; las cuestiones se dirimen -aun en violencia-entre los dirigentes. Vista con mínima perspectiva, además del escaso control estatal sobre los gremios cercanos a Moyano (a los cuales les han cedido cuanta demanda dineraria decidieron reclamar, inclusive provocando todo tipo de daños en sus huelgas), esta realidad descubre que el avance patoteril no repara siquiera en los amigos del propio Kirchner.
López, quien virtualmente dispone del juego en la Capital (dueño también del casino de Palermo, lugar donde además explota su vocación de criador y multiplicador de caballos de carrera), no parecía al inicio del conflicto gremial demasiado disgustado con esta situación. Se consideraba que pensaba en el traslado de los dos barcos a Rosario (donde todavía no empezó la construcción de un casino que también ha ganado), concentrando las maquinitas en Palermo y agregándole a ese monumento al juego cartas y otros entretenimientos de paño. Le interesaba, por presuntas amistades, negociar con la dupla Moyano-Suárez, más confiable que el sindicato que agrupa a los trabajadores del juego. Pero las imposiciones de «el Caballo» Suárez aumentaron; bajo la consigna de «todo lo que flota en el río es mío» (una copia de la moyanesca declaración: «Todo lo que anda sobre ruedas es mío»), la crisis laboral se complicó y un negocio de dos millones diarios entró en la enfermería. A Suárez no le interesaba demasiado que el personal perdiera sus salarios, menos la salud de la empresa: siempre dice que ha visto desaparecer «tantas compañías en el negocio del agua».
Un trastorno demasiado caro -al menos en tiempo- para el ascendente López, quien debió retrasarse en ciertos negocios petroleros (su verdadera motivación laboral, además de productor agropecuario y concesionario de camiones, entre otras obligaciones), algunos futuros como la « argentinización» de YPF (en el cual habrá de participar) y otros ya pasados y en emergenciacomo las controvertidasconcesiones de áreas que sine die (casi) en las provincias patagónicas les han entregado a los hermanos Carlos y Alejandro Bulgheroni.
Kirchner debe de estar preocupado por estas derivaciones, ya que afectan emprendimientos de amigos y, curiosamente, son provocadas por hombres que gritan un apoyo constante a su gobierno, como Moyano y Suárez, quien por esa manifiesta adhesión jamás fue observado por su pasado en tiempos en que reinaba la Marina, ni tampoco por el desgraciado episodio en que fue asesinado en el sindicato un adjunto con el cual no se llevaba bien.
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