26 de octubre 2025 - 10:52

Ricardo Delgado: “EEUU viene a rescatar no solo a la Argentina, sino también al propio FMI“

El economista asegura que la dependencia de la deuda se da por la falta de moneda, pero no puede elegirse como un programa económico. Una victoria electoral del Gobierno podría tener buena repercusión en el mercado, pero se necesita un “reseteo económico”.

Ricardo Delgado: “Decime cuántos dólares tenés, y te digo si es necesario o no poner restricciones”

Ricardo Delgado: “Decime cuántos dólares tenés, y te digo si es necesario o no poner restricciones”

Mariano Fuchila

Ricardo Delgado, presidente de la consultora Analytica, mantiene una premisa muy clara: no importa cuál sea el resultado de esta noche, el reseteo económico es inevitable. “El contexto y las señales externas lo están imponiendo”, asegura el economista. Claro que la importancia de las elecciones legislativas llevadas a cabo este domingo no solo radicará en dimensionar el grado de aprobación del Gobierno, sino también en conocer si el número de diputados será el necesario para evitar el rechazo de los vetos presidenciales.

Sin embargo, Delgado va un paso más allá: la intervención directa del Tesoro de EEUU en el mercado de cambios local obliga a la acumulación de reservas, lo cual “derivará en un tipo de cambio más alto”. “Argentina no puede pedir cada seis meses otro rescate”, entiende el presidente de Analytica. A continuación, la entrevista en diálogo con este medio.

P.: ¿Qué escenarios macroeconómicos plantea en base a los resultados posibles?

Ricardo Delgado: Bueno, claramente los resultados -y, sobre todo, su interpretación- van a determinar un poco el sendero y los grados de libertad que va a tener el Gobierno hacia adelante, a partir de este lunes. Con una premisa básica: es necesario un reseteo de la política económica. Podemos después desglosar las razones, algunas son muy obvias, pero el punto de partida es ese: hace falta un reseteo. Vuelvo al tema electoral. Primero, es importante cuál es la lectura que hagan los inversores, en primer lugar, porque son los que reaccionan más rápido, naturalmente, el domingo a la noche.

P.: ¿Y qué es lo que van a mirar con mayor atención?

R.D.: Van a mirar varias cosas. Por un lado, la cantidad absoluta de votos: cuántos votos sacó el Gobierno, cuántos el kirchnerismo, cuántos el peronismo no kirchnerista. Si los van a sumar o no los van a sumar. También van a mirar cuántas provincias ganó el oficialismo con relación al total del país. Y otro punto clave: cuántos diputados obtiene, para ver si logra o no el bloqueo automático de los vetos en Diputados, los famosos “87 héroes”, sumando aliados y demás. Esa me parece que es la primera lectura que se va a hacer. Y probablemente la vamos a ver reflejada, incluso, más allá de lo que digan los propios inversores, en algo muy concreto: la cotización de las cripto, que de alguna manera funcionan como el termómetro inmediato. Después, el segundo elemento importante es la jugada del lunes. Lo que pase ese día es crucial, porque marcará el arranque. Y ahí la gran pregunta es: ¿qué reacción va a tener el gobierno norteamericano?

P.: Debería llegar una señal puntual desde Washington...

R.D.: Sí. Hay que ver si aparece un nuevo tuit de Scott Bessent o no, o si Donald Trump anuncia el domingo a la noche -o el lunes a la mañana- el acuerdo comercial que se supone ya está cerrado con la Argentina. Son señales que el mercado va a tener que ir digiriendo, y que van a influir mucho en la dinámica inicial. En definitiva, como comentario general, te diría que hay una necesidad clara de reseteo de la política económica. Y además, el hecho de que EEUU ya esté interviniendo en forma directa en el mercado de cambios local implica que el Gobierno argentino va a tener que cambiar su estrategia. Ya no podrá hacer lo que hizo hasta ahora -no acumular reservas cuando había dólares en el mercado, como ocurrió en el segundo trimestre de este año- y eso seguramente derivará en un tipo de cambio más alto.

Ricardo Delgado

P.: ¿Y cómo podría instrumentarse ese cambio?

R.D.: Dependerá del resultado electoral. Se puede hacer de manera más ordenada, o con una salida más “de mercado”, si el resultado o la interpretación de los resultados no son favorables al Gobierno.

P.: O sea que, incluso si el Gobierno tuviera un buen resultado, la corrección es inevitable...

R.D.: Exacto. Aun así, el reseteo económico es inevitable. El contexto y las señales externas lo están imponiendo.

P.: Más allá del resultado electoral, con el apoyo de EEUU, ¿eso no podría contribuir a pensar en mayores inversiones o una mayor disponibilidad de dólares?

R.D.: El apoyo de EEUU viene -además de cuestiones geopolíticas que, por ahora, son más especulaciones que otra cosa, aunque algo de eso asumen- detrás de un razonamiento muy básico: como acreedor, le vas a pedir a la Argentina que acumule dólares para, eventualmente, un día devolver el swap. Como mínimo, ¿se entiende? Que no entre cada seis meses a pedir otro rescate. Eso es algo que, por ejemplo, el Fondo Monetario no hizo. Vale la pena marcarlo: el Fondo, que supuestamente fue duro con la Argentina, no dijo demasiado respecto a la falta de acumulación de reservas en estos seis meses. Y, de alguna manera, EEUU viene a rescatar no solo a la Argentina, sino también al propio Fondo. Porque si no entraba Washington, el Fondo iba a quedar en una situación muy incómoda, con un problema serio con la Argentina, y hubiéramos vuelto a cuestionar por qué actuó como actuó desde 2018 hasta hoy. En ese sentido, esta asistencia también le salvó las ropas al propio organismo.

Con lo cual, ¿qué quiero decir? Si el Gobierno hace una buena elección, o si esa elección es interpretada como tal, probablemente haya una mejora inmediata: una suba en los precios de los activos -bonos, en particular, y acciones también, una cierta calma en el mercado de cambios, una descompresión inicial-. Pero, teniendo en cuenta que ahora EEUU es, efectivamente, el prestamista de última instancia -el que emite los dólares-, va a ser necesario un reseteo en ese sentido. Y agrego algo más: ese reseteo tiene que ver, también, con la credibilidad que el Gobierno necesita volver a construir, con la reputación que debe recuperar ante los inversores. Eso le daría un escenario más favorable y la posibilidad de acelerar el cierre del eventual préstamo de bancos privados para cancelar la deuda del año que viene. Porque está claro que los u$s20.000 millones del swap no alcanzan para todos los usos. Eso los inversores lo saben; hacen cuentas, y la matemática es simple.

En definitiva, hay tres objetivos centrales en este momento. El primero es estabilizar el mercado de cambios, que es lo que está haciendo el Tesoro, conteniendo la presión de demanda y ofreciendo dólares. El segundo es dar certeza de que la Argentina va a pagar su deuda a partir de enero, especialmente la que tiene con los tenedores privados. Y el tercero -que me parece el más relevante y está directamente ligado al reseteo de la política económica- es que el Gobierno debe empezar a pensar en los próximos dos años con un delivery distinto en términos de actividad económica, empleo, consumo y producción. Hay sectores que hoy están muy golpeados, y aunque todavía no sabemos el resultado electoral final, lo que sí mostró la elección en la provincia de Buenos Aires, más allá de las particularidades locales, es que hay una demanda social clara para que el delivery de la política económica empiece a traducirse en más actividad y más crecimiento.

Ricardo Delgado

P.: O sea que la euforia por la desaceleración de la inflación ya empieza a diluirse. ¿Desde cuándo podría decirse que ese factor, junto con la recuperación del poder adquisitivo, empieza a tener otra ponderación?

R.D.: Si querés poner una fecha arbitraria, te diría julio de este año. Porque creo que el Gobierno hizo una lectura muy precisa de cuál era la demanda económica de la sociedad en 2023. Lo que pedía la gente, y lo entendió muy bien Milei, era: “Bajame la inflación, matame la inflación, porque no aguanto más”. El desastre de la gestión de Alberto Fernández había dejado eso como principal herencia. Llegamos a una inflación del 211% en 2023, una cosa absolutamente insoportable, más allá del plan platita o de cualquier otro factor coyuntural. Dicho esto, el éxito le duró un año y medio, con la baja de la inflación y una devaluación importante al inicio, caída de ingresos reales y todo lo que ya sabemos, pero también con un efecto positivo: la caída de la inflación permitió reactivar el crédito.

P.: Pero, a partir de julio, el enfriamiento económico comenzó a pelear cabeza a cabeza contra el alivio que implica desacelerar la inflación...

R.D.: En julio se desarmaron las LEFIs. Ese fue el punto de inflexión. Ya venías sin acumular dólares, sin aprovechar los ingresos de la soja, y cuando desarmaste estas letras, eso impactó rápidamente en el tipo de cambio. El dólar subió alrededor del 14%, y para contener ese inicio de corrida tuviste que subir muy fuerte la tasa de interés. Eso la llevó a niveles exorbitantes, que mataron el capital de trabajo de las empresas -en particular de las pymes y los comercios-. Y esa situación enfrió muchísimo la economía, sobre todo el consumo, porque al eliminar el crédito abortaste la capacidad que tenía la economía hasta ese momento de seguir creciendo. De hecho, nosotros ya estimamos que estamos en una recesión moderada, pero recesión al fin. Dos trimestres consecutivos de caída de actividad confirman ese escenario.

P.: El Gobierno suele plantear, tanto en público como en privado, la idea de que “si ordenamos la macro, la micro se acomoda sola”. ¿Técnicamente eso es posible?

R.D.: Bueno, efectivamente, el Gobierno tiene ese mindset, esa convicción de que, ordenando la macro, los mercados, si funcionan libremente y en competencia perfecta, van a asignar los recursos de la manera más eficiente. En teoría, eso está muy bien. El problema es que, en la práctica, muchas veces no existe. Hay sectores con regulaciones, con particularidades propias, con estructuras de mercado muy específicas que hacen que la libre competencia, simplemente, no exista. Entonces, está bien buscarla, avanzar en la desregulación y en la eliminación de restricciones -porque, de hecho, hay mucho trabajo realizado en esa línea y es valioso, pero me parece que no alcanza. Creo que hay un diagnóstico que se queda corto.

Como dice una vieja canción de Jorge Drexler, “la vida es más compleja de lo que parece”. Y muchas veces los libros de texto te dicen que haciendo cosas como las que hizo el Gobierno -que, vale la pena remarcar, fueron decisiones muy importantes- se soluciona todo. Yo creo que este va a ser un Gobierno que, cuando se escriba la historia económica, va a quedar marcado por algo: le va a dejar a la política argentina una señal muy clara. Hay que tener inflación baja, y para eso hay que tener equilibrio fiscal. Esas dos cosas, creo, ya son aprendizajes estructurales. En 2027 nadie va a ganar una elección diciendo “no me importa el déficit fiscal”. No, el déficit fiscal importa, y mucho, en una economía que ha repudiado el peso de forma sistemática. Ese es un cambio de época.

Ahora, dicho eso, no es solo eso. Hay que trabajar también en políticas sectoriales que no necesariamente impliquen gasto fiscal, sino orden, coordinación, una hoja de ruta por sectores. No se puede tener hoy a la industria y a la construcción cayendo entre 10% y 14% respecto de 2023, porque son sectores que generan empleo. Eso forma parte del delivery que el Gobierno tiene que ofrecer. Y, como decía, se puede hacer sin comprometer el equilibrio fiscal. Pero además, hay otro activo que la política económica hoy no tiene: un acuerdo político amplio y estable.

No alcanza solo con el reseteo macro-financiero. También hay que sentar a las provincias en la mesa, a los sectores que generan empleo, a los actores productivos. Muchas cosas podrían hacerse con muy poco impacto fiscal. Por ejemplo, permitir que las provincias tomen deuda con organismos multilaterales para financiar obras de infraestructura. Hay provincias que reclaman eso y el gobierno nacional no lo habilita, cuando el costo fiscal es prácticamente nulo, porque son dólares, y, además, esos dólares ingresarían al país. También hay cuestiones de gestión, de trámites, de burocracia. Compensaciones de deuda entre provincias y la Nación que no se efectúan, sin razón aparente. Son medidas que no requieren grandes recursos, pero sí una coordinación política y administrativa que hoy está faltando. Y todo eso ayudaría mucho a destrabar la situación económica y a mejorar la relación entre el Gobierno y los actores productivos.

P.: Entonces, ¿un repunte de la actividad económica podría traer aparejado un rebote inflacionario si no se respeta la regla del déficit fiscal cero? Pero, según sus declaraciones, ¿la sociedad no preferiría optar por unos puntos más de inflación a cambio de recuperar la actividad?

R.D.: Yo creo que en la Argentina hay que tener mucho cuidado con ese razonamiento. Ese keynesianismo ingenuo de pensar que con un poco más de gasto público se reactiva la economía puede terminar recreando nuevamente emergencias inflacionarias. Porque en la práctica, cuando el gasto sube, se recalientan los contratos, los precios se ajustan por inflación pasada, y el proceso vuelve a empezar. Por eso, creo que hay que seguir peleando por bajar la inflación, y para eso el equilibrio fiscal es indispensable. Ahora, dicho esto, también hay que discutir en serio el gasto: hay que discutir adentro del gasto. Buena parte de este superávit primario está “atado con alambre”, porque hay una enorme cantidad de cosas que no se pueden mantener en mínimos.

Por ejemplo, no podés tener rutas nacionales sin mantenimiento, sin un fresado básico. Si no lo hacés, vas a tener un accidente, se van a matar 15 chicos en un micro de egresados. Es un ejemplo horrible, pero se entiende lo que quiero decir. Hay límites físicos, materiales, de infraestructura, que no pueden sostenerse en mínimos permanentes. Para crecer, necesitás más infraestructura, y hay que buscar inteligencia para eso. Hay cosas que se pueden hacer más rápido y mucho más eficientemente de lo que lo viene haciendo el Gobierno, incluso sin afectar el equilibrio fiscal. Pero volver al déficit fiscal sería la peor señal para la Argentina. La peor.

Por otra parte, hay que bajar la tasa de interés. En eso, Milei tiene razón: si se logra dar una señal clara de que el riesgo crediticio de la deuda argentina -básicamente, la duda sobre cómo va a conseguir dólares para pagar- se reduce, entonces la tasa de interés interna va a comprimirse. Y eso es clave para volver a dinamizar el crédito, que es el motor indispensable para recuperar la actividad económica sin resignar el ancla fiscal.

P.: En base a lo que plantea: el Gobierno aplicó al principio un ajuste muy fuerte para bajar la inflación rápido, después congeló el tipo de cambio, y ahora se discute si hace falta una modificación en la política cambiaria. Al mismo tiempo, hablamos de la importancia del ordenamiento de las cuentas públicas -coincido en su mirada-, mientras que discutimos cómo financiar rutas, la infraestructura, la inversión pública. El orden de los factores…

R.D.: Terminó alterando el producto.

Ricardo Delgado

P.: ¿Se debería haber esquematizado el programa económico de otra manera?

R.D.: Sí, yo creo que sí. El Gobierno, en su momento, interpretó con mucha precisión la demanda social de 2023: la gente pedía que le “maten la inflación”. Y lo quiso hacer rápido. En buena medida, lo logró. Arrancó con una inflación mensual del 25%, parte de ella autogenerada por la devaluación inicial, pero hoy estamos hablando de una tasa del 2%. Esa es una baja enorme, y hay que reconocerlo. Ahora bien, esa tasa del 2% ya no molesta tanto socialmente. Es decir, no hay una demanda social tan fuerte por seguir bajándola. Por supuesto que hay que continuar el esfuerzo, pero también hay que entender que bajar la inflación del 20% al 2% fue mucho más fácil que bajarla del 2% al 1%. En ese sentido, el Gobierno usó todos los anclajes posibles: el tipo de cambio, los salarios y, por supuesto, el ancla fiscal. Y eso le funcionó. Pero ahora se quedó sin dólares. Y esa apreciación del tipo de cambio generó una demanda privada de divisas que se volvió un problema macroeconómico serio, sobre todo después de la eliminación del cepo para las personas humanas.

Si no hay una corrección, vamos a tener un verano muy complejo en materia cambiaria. Los números del turismo son un buen ejemplo. Es antipático decirlo, pero nuestras decisiones racionales a nivel micro, como viajar al exterior aprovechando un dólar barato, se transforman en un problema macro. Entonces, el Gobierno, después de lograr bajar la inflación, se enfrentó a una disyuntiva: necesitaba mantener un ancla nominal, y eligió mantener el tipo de cambio quieto. Eso sirvió en el corto plazo para consolidar la baja inflacionaria, pero al costo de una fuerte apreciación real que ahora empieza a tensionar el esquema.

Por eso, sí: creo que el orden de los factores importó, y que el programa podría haber sido secuenciado de otro modo. La política de estabilización fue exitosa en el frente nominal, pero al no acompañarse con un esquema más flexible en el frente cambiario y con una estrategia clara de acumulación de reservas, terminó generando nuevos desequilibrios. Hoy, la gran pregunta es cómo corregirlos sin perder lo que se ganó en materia de inflación y credibilidad fiscal. Y ahí es donde el Gobierno tiene que mostrar pericia técnica y política, porque el margen de error se achicó.

P.: Milei se reunió el viernes con el CEO de J.P. Morgan en el Museo Nacional de Arte Decorativo, en medio de las gestiones por un posible canje de “deuda por educación”. ¿Ve factible que un esquema así sirva realmente para aliviar el perfil financiero del país?

R.D.: Primero, despejar el horizonte de vencimientos del año que viene es importante, sin duda. Argentina tiene un problema de liquidez muy claro que, si no se resuelve, puede transformarse en un problema de solvencia. En ese sentido, cualquier operación que logre estirar plazos o mejorar condiciones financieras puede ser útil como puente. Ahora bien, lo de “deuda por educación” me parece, digamos, más un título de marketing político que otra cosa. Si lo querés vender así, está bien, pero no hagamos de la necesidad una virtud. Otros países lo hicieron -Ecuador con las Islas Galápagos, El Salvador con proyectos similares, pero el fondo del asunto es otro: estás buscando financiamiento porque no lo tenés, no porque encontraste un modelo innovador de desarrollo. Puede estar bien como instrumento coyuntural, habrá que ver las condiciones, pero no es -ni debe presentarse como- un programa económico. Es un salvavidas financiero, nada más.

P.: Esta vinculación financiera que busca Milei con EEUU, ¿permitirá abrirnos al mundo desde un lugar de mayor confianza o habría que poner alguna alerta?

R.D.: Estar conectados financieramente con EEUU no es en sí mismo algo malo; depende de cómo y desde qué posición. Cuando estás en dificultades, caés donde podés caer. Y que el que está detrás sea el emisor de la moneda que, en los hechos, funciona como la segunda, o incluso la primera, moneda de la Argentina, es lógico. Pero, claro, eso tiene consecuencias. La dependencia te impone condiciones. Las decisiones de política económica pueden quedar condicionadas, la soberanía puede verse acotada. Pero, como decía Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene remedio”. Y hoy la verdad es que no hay muchas opciones. En un mundo ideal, no deberíamos haber llegado a esto. Deberíamos tener una moneda fuerte, un peso estable y capacidad de financiamiento propia. Pero no estamos ahí. Y mientras tanto, lo que se hace es administrar la escasez tratando de ganar tiempo.

P.: Es decir, ¿por ahora la única alternativa frente a este contexto es seguir recurriendo al endeudamiento? Lo pregunto porque es una de las discusiones que se dan dentro de la oposición al pensar un programa económico. Incluso con el FMI, cuando se plantea el reconocimiento parcial de la deuda.

R.D.: Yo no creo en la idea de que haya que desconocer la deuda, sinceramente. Me parece que sería un error, y creo que este Gobierno tampoco lo va a hacer. Sería un error político incluso plantearlo, más allá de que algunos sectores lo están sugiriendo. No lo veo como una solución, porque no resuelve nada: solo dejaría otra vez a la Argentina fuera del sistema financiero internacional. El punto, para mí, es otro: de qué manera encontrás las fuentes de financiamiento para evitar caer en eso. Y, por supuesto, no es el camino agradable. Pero el Gobierno llega a este punto porque no hizo algunas cosas que debería haber hecho. A mi juicio, la principal fue no acumular reservas cuando tuvo los dólares disponibles. Si lo hubiera hecho, probablemente hoy no estaría en esta situación.

Lo que hablábamos antes de las LEFIs también entra ahí: hubo errores propios, no forzados, que tienen que ver con un mal diagnóstico. El Gobierno creyó que los dólares iban a aparecer, y los dólares no aparecieron. Y cuando eso pasa, terminás con más vulnerabilidad y menos margen de maniobra. Ahora, si hablamos de reestructuración, todos los gobiernos buscan reestructurar, en algún sentido. Pero una cosa es hacerlo de manera voluntaria, renegociar plazos, tasas, condiciones, y otra muy distinta es hacerlo de forma coercitiva. Lo primero es razonable; lo segundo, peligroso. No tiene sentido negarse a pagar ni patear la deuda de manera unilateral, porque eso te genera más problemas que soluciones. Y no olvidemos algo importante: este perfil de vencimientos que hoy estamos discutiendo es el que dejó Martín Guzmán en 2021. Es decir, ya es una reestructuración previa. Volver a discutir sobre esa misma base, o plantear una ruptura, implicaría un retroceso enorme. Nada es gratis. Si vos decís “no te pago” o reestructurás de forma compulsiva, la consecuencia es inmediata: te quedás sin acceso al crédito, sin financiamiento, con una desconfianza generalizada. Y en un país que no tiene ahorro interno, esa es la peor combinación posible.

P.: ¿Le parece que la reestructuración que hizo Martín Guzmán terminó trayendo más problemas que soluciones?

R.D.: Bueno, pateó la deuda para este año y el año que viene. Que, en definitiva, es lo que hacen todas las reestructuraciones: postergan los vencimientos, los sacan de la cancha del período de gestión en el que se reestructura. Pero el verdadero punto no es ese. El punto central no es en cuánto tiempo lográs ganar, sino de dónde vas a sacar los dólares para pagar después. Porque si cada vez que te vencen los compromisos tenés que volver a pedirle prestado a tu tío, a tu primo o a tu abuela, estás en problemas. Tarde o temprano, se te acaba la familia. Argentina tiene que generar sus propios dólares. Ese es el desafío. Y para eso necesitás un tipo de cambio razonable que te permita exportar competitivamente. Por eso el acuerdo con EEUU no solo debería verse en clave financiera, sino también comercial. El Gobierno todavía no dijo demasiado sobre ese aspecto, pero es clave.

P.: Una balanza energética superavitaria debería colaborar bastante en la acumulación de dólares.

R.D.: Ese sector, más allá de los discursos, está efectivamente exportando al mundo y aportando al superávit comercial. Este año, por ejemplo, va a dejar alrededor de u$s8.000 millones netos, que es un dato muy relevante. Las cantidades exportadas están en niveles récord. Y cuando ese proceso madure, en cinco o seis años, vas a tener ahí una nueva “soja energética”: un flujo genuino y sostenido de divisas. El desafío es cómo construir el puente de financiamiento que te permita llegar a ese momento sin romper nada antes. Por eso, lo que hay que discutir de fondo es un acuerdo político amplio, estable en el tiempo, con reglas básicas que no se modifiquen cada cuatro años. Ése es el gran desafío argentino. Porque si no, lo que nos espera es lo de siempre: alguien que nos presta, un veranito financiero, y después otra vez el mismo ciclo de crisis y dependencia.

P.: Mientras tanto, ¿sería soportable volver a aplicar restricciones cambiarias? De ser así, esa medida requeriría de un acuerdo político para que no se vuelva desestabilizadora. ¿No?

R.D.: Sí, bueno… A ver, la posibilidad de comprar dólares libremente cayó muy bien en la sociedad, eso está claro. Pero, como te decía antes, hoy es un problema macroeconómico. Hoy el hecho de que las personas humanas puedan comprar dólares es, objetivamente, un problema macro. Mi respuesta sería: “Decime cuántos dólares tenés, y te digo si es necesario o no poner restricciones”. Porque si no hay reservas suficientes, no hay mucho que discutir. Y si querés ponerlo en términos más económicos -o libertarios, si se quiere-, el valor marginal de un dólar destinado a la producción para exportar es mucho mayor que el valor marginal de un dólar que vos o yo compramos desde la app del banco. Es feo decirlo, pero es así.

Tenemos que sincerar algunas cosas. Y esta es una de ellas. No hay caminos fáciles, ninguno. Yo creo que sería muy sano que este Gobierno empiece a hablarle con claridad a la gente. Que diga: “Esto es así, la restricción existe, los dólares no sobran, y si queremos crecer, hay que priorizar su uso productivo”. Después podemos discutir los cómo: si hubo errores políticos, si se desfinanciaron sectores vulnerables, si hubo medidas mal comunicadas o mal implementadas. Todo eso es cierto. Pero la realidad es una sola: la restricción presupuestaria y la restricción externa existen. Y vos no podés emitir más de lo que la gente quiere tener, porque si lo hacés, vas a tener más inflación y volvés a empezar el ciclo. Entonces, si eventualmente hubiera que aplicar alguna forma de control o administración cambiaria, tendría que hacerse dentro de un marco político amplio, transparente y temporal. No como castigo, sino como una medida de emergencia para cuidar las reservas y priorizar la producción. Pero eso requiere un acuerdo político y un relato compartido, porque si no, el riesgo es que se perciba como un retroceso, y ahí sí se vuelve desestabilizador.

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