11 de septiembre 2009 - 00:00

Un viaje al interior del país a través de sus mitos y leyendas

el Pombero, el Lobizón
el Pombero, el Lobizón
Lo más valioso de viajar por los pueblos del interior del país no son sus paisajes, ni las virtudes turísticas del lugar. No importa si es el Norte, el Sur, Cuyo o cualquier región. Lo que vale es el contacto con la gente. Conocer cómo viven, descubrir cómo piensan, interactuar y compartir experiencias de vida. Si se persigue ese objetivo, la sorpresa es permanente y ya no interesa adónde ir. Sólo es cuestión se seguir descubriendo.

Para quien nunca ha vivido la experiencia, vale aclarar que no hay nada mejor que compartir rondas de mates, palladas, asados, guitarreadas a la luz de un fogón o alguna fiesta popular en el interior. Allí, en un ambiente distendido, la gente oriunda del lugar está receptiva y habla de sus mitos y leyendas. Se escuchan anécdotas increíbles, aparecen en escena personas entrañables, de esas que se recuerdan por el resto de la vida y que vale la pena conocer.

Cuenta la leyenda...

Algunos personajes legendarios de la mitología son conocidos por todos: la Difunta Correa, el Gauchito Gil, la Luz Mala, la Salamanca, los ex cantantes Gilda y Rodrigo, o el menos afamado pero reconocido Pombero, en Corrientes, ese hombre alto y delgado, que lleva un grandísimo sombrero de paja y una caña en la mano, y así recorre los bosques a la siesta cuidando los pájaros. Si a esa hora encuentra chicos cazando, los secuestra. Pero resulta que el mismo Pombero es considerado un compañero invisible en el Chaco. Dicen que con él se puede hacer un trato de amistad para toda la vida.

Pero de Norte a Sur del país hay cientos de mitos y leyendas que no trascienden pequeñas localidades. Entre otras creencias habituales, es común escuchar hablar del Lobizón, persona que se convierte en un perro grande o lobo los días martes y viernes, y que se alimenta de osamentas. Es tan fuerte la creencia de la gente que más de uno ha sido señalado como Lobizón o asegura haberlo visto.

También del Yasy-Yateré, especie de niño rubio que sale a la siesta y roba las criaturas pequeñas; del Negrito Pastorero o Negrito de los Pastoreos, que ayuda a encontrar las cosas perdidas, al que luego como premio se le tira un cigarro, que seguro desaparece. O se le prende una vela en algún lugar medio escondido y alejado de los sitios más transitados de la casa o en el patio.

Si se visita la zona del Litoral, es posible que algún gaucho cuente sobre la existencia del Pitayovai, un genio maligno con aspecto de indiecito sin dedos en los pies que habita arriba de los árboles del Alto Paraná en espera de que alguien pase para tirarse encima y devorarlo.

En Tucumán recomiendan no salir de noche en el campo, porque en cualquier momento puede aparecer la Mulánima, una mujer-caballo que galopa haciendo un ruido metálico como si arrastrara cadenas, echa fuego por la boca y los ojos, y mata a la gente a mordiscones o a patadas. Para defenderse se debe repetir tres veces: «Jesús, María y José».

En el nordeste argentino y en Jujuy, la mala de turno es La Umita. «¡Es un alma en pena!», aseguran. De apariencia horrible (cabeza de hombre con abundante cabellera, ojos desorbitados y tremenda dentadura), flota en el aire por las noches, gimiendo, llorando y provocando el terror entre quienes tienen la triste suerte de encontrarla.

También en la región se habla de un genio protector de los animales, especialmente de las vicuñas y los guanacos: el Yasnoytay. Protege a los cazadores pobres que cazan para alimentarse, y castiga a los que cazan sin necesitarlo. Aparece muchas veces transformado en animal o en persona para hacer tratos con los paisanos.

En Entre Ríos, habitada antiguamente por la nación Minuana, se conserva también una leyenda, sobre la reencarnación del alma de un hombre en un tigre negro. En Misiones está el Curupí, un individuo antropófago representado con grandes bigotes que anda en cuatro pies y con un miembro viril de tamaño exagerado.

También se lo describe como un enano robusto con los pies dirigidos hacia atrás, por lo que le es difícil trepar y andar. En Neuquén, sobre todo en los caminos que parten de San Martín de los Andes a Chile y del lago Lácar hacia Huahum, existen ciertas piedras que los indios llamaban melimilla (cuatro oros) que tienen cavidades naturales aprovechadas por los viajeros para depositar pequeñas ofrendas en bolsitas que contienen azúcar, sal, yerba, pan, y a veces monedas. Se cree que la piedra tiene en su interior el alma de un brujo aprisionada y que como es de naturaleza perversa, el caminante debe brindarle tributos; la ofrenda se completa con un rezo.

Sesgo inalterable

Formosa es una de las tantas provincias que mantiene inalterable el sesgo de sus pueblos originarios hasta el día de hoy. Hay personajes con una visión muy particular del mundo y creen fervientemente en sus mitos y sus leyendas. Encontrarse en esta zona con gente de estas características es moneda corriente. Uno de ellos es Lucio, un anciano descendiente de los tobas, aquellos indios que mantuvieron en la región sangrientas luchas contra los matacos.

Este hombre, de 62 años, cuenta que en la zona Este conviven pueblos que aún mantienen intactas algunas prácticas culturales legendarias. «Para presagiar el futuro hay que ir hasta el santuario de la Payesera, a que le tire las cartas», relata.

«Para conseguir pareja, nada de coqueteos ni regalos ostentosos; la cosa es mucho más simple aquí: los hombres debemos hacer talismanes fabricados artesanalmente que llamamos payé, hechos con agua bendita, pluma del caburé, murciélago o uña de gato onza; todo eso hay que guardarlo en una bolsita de seda roja y esperar»...

Dialogar con Lucio se transforma en una experiencia placentera: «Aquí hay quienes todavía llamamos médicos a los curanderos. Si una persona está empachada, le tienen que tirar el cuerito; si está insolada, tiene un orzuelo, fue picada por una araña venenosa o por una víbora, lo ideal es ponerse grasa de iguana. La grasa del yacaré, en cambio, como la del chivo, sirve para friccionar y sanar heridas; la de gallina hay que frotarla en el pecho y en la espalda de las personas que tienen bronquitis o catarro; la de carpincho se usa derretida contra el asma».

Entre mate y mate, este gaucho curtido por el sol siestero del Norte pregunta: «¿Usted sabía que el sapo cura el dolor de muela? Sí, sí, hay que pasar su panza en forma de cruz sobre la muela o morder la piel con la muela dolorida y se calma el dolor».

En algunos pueblos del interior de la Argentina todavía curan males como la «abichadura» y el «mal de cadera». Las palabras milagrosas con poder de curación se transmiten de padre a hijo. Hay famosos curanderos que jamás cobraron por sus servicios. Se sienten bien pagos compartiendo una conversación, mate o asado mediante, tan simple como eso.



- Creencias y conjuros

Distintas creencias se ponen en juego para saber cómo resolver algo en la vida o a la hora del azar. Por ejemplo, para saber cuál será el caballo ganador en una carrera, se recomienda clavar dos fósforos en un trocito de cera virgen (cada fósforo representa uno de los caballos que corren), encenderlos al mismo tiempo, y el que se apaga primero ganará. O poner en un vaso con agua dos papelitos con el nombre de los caballos. Se arroja hacia adelante con fuerza el agua. El papelito con el nombre que va más lejos será el ganador.

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