El libro de la investigadora Mariana Cerviño, “La revolución rosa light. Arte, sexualidad y clase en el Rojas de la posdictadura”, publicado por la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, es una lectura ideal para este verano. Cerviño vuelve al pasado para recorrer un tiempo y un escenario que, en la misma medida que se ahondan las investigaciones y exhibiciones que recrean una época todavía fresca en la memoria de muchos, se profundiza una investigación todavía inconclusa. Al promediar las más de 300 páginas del libro, se cruzan dos personajes cruciales en esta historia: Jorge Gumier Maier y Liliana Maresca.
El Rojas como refugio en la vida de un grupo de artistas
La autora vuelve al pasado para recorrer una época y una usina de experimentaciones todavía fresca en la memoria de muchos.
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Un dato clave que subraya Cervino para la comprensión de este fenómeno único del arte argentino, es la capacidad de ambos, Maresca y Gumier, para imaginar un destino diferente y encontrarle un sentido brillante a sus vidas. Luego, el lector mínimamente informado descubre la coincidencia en el rumbo que ambos eligieron para insertarse en la sociedad y la similitud de un camino hacia el “despojamiento y el desinterés”, condiciones que les permiten dedicarse plenamente al arte.
La muerte de Gumier Maier en el pasado diciembre, puso en evidencia el aislamiento que desde el año 2003 buscó en la soledad de una isla del Tigre. Y justamente, en 1989, Maresca, protagonizó la primera exhibición del curador Gumier Maier en el Rojas. Había presentado entonces los restos nostálgicos de unas sillas de un recreo del Tigre, y ella misma explicaba el sentido de la instalación: “La fiesta terminó bastante rápido con los límites de la obediencia debida, el FMI, la prepotencia de los militares frente a un Alfonsín flojo [...] Lo que el viento se llevó. Una democracia sin poder. El hombre que avanza y un ejército de cartoneros robándole a Manliba los residuos de los residuos”.
Afecto
Entre las características del Rojas, más allá de la estética, se describe la capacidad de “brindar afecto”. En el capítulo dedicado a Batato Barea, Cerviño descubre un sentimiento compartido en el Rojas: “Se podía volver a nacer. Ser otro. Cambiar el nombre, el cuerpo, el destino y también el pasado. Todo lo disvalioso se convertía en oro. Ofrece además, una tradición ligada a la historia del arte capaz de dar cobijo a los desheredados del mundo, los marginales, los ‘ladrones’”. Al explicar el interés de Batato Barea, “el mejor representante de las rupturas radicales del llamado under”, por conocer “la técnica del payaso”, Cerviño destaca, su atracción por el ilusionismo y la suspensión momentánea de la incredulidad como un modo para bucear en el submundo de la intimidad. La tesis que sostiene el libro es la posibilidad de reinventarse la vida que, en torno de las afinidades y la libertad sexual y artística que los hermana, encontró el grupo del Rojas.
Como socióloga, Cerviño analiza el fenómeno del Rojas desde la perspectiva estética, ética, social y sexual.
La autora cita los trabajos de Fernando Lemus, Jimena Ferreiro y Natalia Pineau, todavía en proceso, pero no menciona el libro publicado en el propio Centro Cultural Rojas, cuando Gumier Maier se había retirado del cargo. “Como el amor. Polarizaciones y aperturas del campo artístico en la Argentina 1989-2009”, es el texto que escriben a dúo Valeria González y Máximo Jacoby, director entonces del área de Artes Visuales del Rojas. Ellos parten de la suposición de que la crisis de 2001 generó condiciones propicias para superar la polarización existente entre el llamado “arte light”, el neoconceptualismo y el arte político, tendencias dominantes en la década de los 90, sobre todo estás últimas. No obstante, se percibe una crítica ostensible y a todas luces injusta hacía quien supo poner el Rojas en el candelero. Gonzalez y Jacoby, afirman que “en nuestro medio la figura misma del curador se ha profesionalizado, simplemente naturalizado, de modo que ciertos argumentos, que pudieron ser válidos para la figura de un pionero, hoy resultarían de de una falsa inocencia inaceptable”. El criterio resulta demasiado duro para juzgar la actuación de Gumier Maier y, desde luego, acentúa la polarización que el libro pretende superar.
Light
En uno de los capítulos finales se analiza el bautismo también despectivo como “arte light” del crítico del diario “La Nación”, Jorge López Anaya. A las elegantes palabras de López Anaya se suma la crítica abierta del teórico Pierre Restany en la revista Lapiz. texto que refuta con sólidos argumentos Marcelo Pacheco, autor junto a Gumier Maier del libro que dedica el Fondo Nacional de las Artes a los Artistas Argentinos de los 90.
El texto de Cerviño comienza con la figura de Antonio Berni como un intelectual no necesariamente académico, pero con capacidad de conducir y defender sus ideas. En los años previos al Rojas, la figura de los 80 es Pablo Suárez, artista que hereda, junto a Marcia Schvartz, el dominio para representar la realidad de Berni y una condición natural para la docencia. La tan mentada pugna entre Schvartz, con sus gestos apasionados del neoexpresionismo y, Gumier, con sus bellos ornamentos, no es el tema de este nuevo libro.
Cerviño dirige su mirada hacia “la línea que atraviesa la sucesión Berni-Suárez- Pombo”, y de este modo concluye que se vuelve inteligible la, trayectoria del arte popular y el papel que juega su sujeto. Pombo aparece como el “líder estético del Rojas y, sin dudas, de la liberación gay de los 90”.
Desaparece así el compromiso político y se asume el valor de la intimidad. El artista cuida de modo epicúreo las flores de su propio jardín.
Allí está el arte de Omar Schiliro y Miguel Harte, entre tantos otros que disfrutaron de la belleza y felicidad y el sentimiento de amparo que significó pertenecer al grupo del Rojas. La conclusión final de Cerviño es la condición lograda para alcanzar la autonomía del arte. Los artistas del Rojas coincidian con Oliverio Girondo, cuando decía que, el arte no debe servir” a nadie, pero puede servirse de todo… hasta de la política.
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