29 de agosto 2002 - 00:00
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Tom Hanks y Paul Newman
«Camino a la perdición» se inicia en un pueblo rural de los Estados Unidos de los años de la gran depresión. Allí, el hampón Michael Sullivan ( Tom Hanks), casado y padre de dos niños -uno de los cuales es el relator de los hechos-, sirve devotamente a John Rooney, capo del clan irlandés que domina la zona. Este hombre (interpretado por el gran Paul Newman cuyo regreso al cine ya es un placer) ha criado a Sullivan casi como un padre prefiriéndolo, incluso, a su hijo verdadero, un individuo llamado Connor ( Daniel Craig), a quien basta verlo para comprender el rechazo paterno.
Volviendo al lenguaje elegido para transmitir este mensaje, hay que decir que aunque el director sigue obsesivamente los patrones del cine de gangsters, los amantes del mismo quizás prefieran estar viendo una película de Martin Scorsese o de Francis Coppola. Es que, más allá de cualquier comparación odiosa, la obsesión perfeccionista de Mendes no le conviene al género, porque provoca distanciamiento además de la paradoja de que, pese a las masacres y la sangre derramada, se extrañe un poco de fealdad. Como si por encima de la emoción estuvieran la irreprochable reconstrucción de época, la marcación casi teatral de los actores para que hasta el menor suspiro encaje en el cuadro general y, sobre todo ello, la hiperesteticista fotografía de Conrad Hall (el mismo de «Belleza americana»). Hall construye una impresionante sucesión de imágenes bellas para subrayar la intención de cada línea del guión y al mismo tiempo dar una cátedra sobre el uso de las sombras.
En un elenco que responde sin fisuras al estilo que impone el director, Paul Newman logra desgarrar el velo preciosista en sus escasas pero contundentes apariciones, contagiando su toque de realidad a los actores que tiene enfrente. A él le debe Mendes las escenas de mayor impacto emocional de un film al que, por cierto, muchos ya vienen augurándole un seguro camino al Oscar.
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