13 de julio 2000 - 00:00

"CORAZON, LAS ALEGRIAS DE PANTRISTE"

Pantriste, un niño debilucho, encuentra algo más que fuerzas en la música, y el rey Neurus, que aumenta los impuestos y las expensas, encuentra su merecido. Tal es la síntesis de este delicioso cuento para grandes y chicos, digno de ser reconocido como cine argentino del bueno, gozoso y lleno de complicidades con el espectador. Y también lleno de riesgos. Su autor, el veterano Manuel García Ferré, pudo haber hecho «Manuelita II», sin ningún problema. En cambio, tomó otros rumbos. Apuntalado, lógicamente, por varios de sus personajes más populares, incluyendo Cachavacha, Serrucho y breves apariciones del comisario y el caballo Ovidio, el hombre decidió recuperar ciertos elementos de larga prosapia en la narrativa infantil, que últimamente parecían olvidados, o desdeñados. Así tomó, por ejemplo, el país lejano del medioevo, con la casita en el bosque, el castillo viejo, los leñadores, el gitano, el oso y la niña encadenada, la bruja obsecuente y dañina, el gnomo, el pan compartido, la música compartida, la injusticia, la rebelión popular... ¿Podría hacer con eso una película nacional? Por cierto que sí.
Es que de esos elementos él hace una recuperación, y una relectura, que es casi una traducción al criollo, muy simpática, con latiguillos ya clásicos, como los que surgen de la entonación gardeliana de
Pucho, o de las versificaciones de Larguirucho, a los que agregan, por ejemplo, ciertos chistes sobre los abusos del poder, que los grandes festejan, y también los chicos, en especial cuando ven que el poderoso no atiende los reclamos del pueblo porque está muy ocupado... leyendo «Anteojito» (al respecto, los villanos de García Ferré son verdaderamente queribles, ya que él mismo parece querer a todo el mundo, sobre todo si, como el tirano Neurus, guardan un muñeco de Hijitus en su cofre del tesoro...).
Como de paso, el autor les acerca a los chicos algo de la cultura universal, y de nuestra cultura popular:
Degas, Molina Campos, Rembrandt, Zurbarán, las czardas de Monti, «La violetera» (versión Larguirucho), «Salud, dinero y amor» (entonado por los ratoncitos Vini, Vidi y Vinci), «Aída», «Carmen» (con letra nueva), dos de Gardel y Lepera junto a dos variantes de viejas canciones de jardín. Guiños continuos, por supuesto, y algo más, que tiene que ver con los riesgos: cierto manejo del «tempo», con apacibles fundidos en negro, un interludio romántico a la manera antigua, con un paseo en barco tirado por cisnes, o una inesperada pero muy bien colocada versión de «El pañuelito», de Juan de Dios Filiberto y Coria Peñaloza, entera, y enteramente emotiva. Pruebas de fuerza que el público acepta, y aplaude.
Sólo caben dos observaciones: quizá sea demasiado que al final los niños de esta historia reciban la corona y el castillo y, es cierto, quizá sobren algunos planos. ¿Pero qué se puede hacer? Cada plano tiene el encanto del dibujo artístico, y artesanal, hecho a puro cariño y respeto por los chicos.

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