4 de junio 2007 - 00:00
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La actriz Esther
Claire interpretó
a una supuesta
enferma
terminal que
donaba un
riñón. A su lado,
los conductores
de «El gran
show del
donante»:
dijeron que fue
una puesta en
escena para
«concientizar».
Los atacó toda
Europa.
«Sabemos que este programa era muy controvertido y alguna gente pensará que es de mal gusto, pero creemos que la realidad es incluso más chocante y de mal gusto; esperar para un órgano es como jugar a la lotería», dijo por su parte Laurens Drillich, presidente de un canal que, a juzgar por su grilla, nunca se ha interesado por la televisión como servicio público. Lo más parecido a una preocupación social de la BNN fue el experimento, hace año y medio, de drogar con heroína o LSD a un presentador o de emborracharlo y seguir los efectos en su cuerpo y su comportamiento.
Pese a las protestas de los holandeses, de asociaciones para la donación de todo el mundo, de la Comisión Europea y hasta del grupo parlamentario de los democristianos en el Gobierno, el Ejecutivo de coalición de conservadoreslaboristas se negó hasta a recomendarle a la televisión que no emitiera el programa. Cualquier consejo sería «intimidación», según el ministro de Educación, y las críticas desde Bruselas se ven hasta como un aliciente para seguir adelante.
La televisión donde nació Gran Hermano, de la mano de Endemol (comprada por Telefónica en tiempos de Villalonga y vendida en mayo por 2.630 millones de euros), lo ha intentado todo, desde encadenar un grupo de mujeres a un hombre para que haga con ellas lo que quiera, hasta casar a desconocidos o hacer competir por una pareja a retrasados mentales, pasando por concursantes que deben ofrecer su esperma, degollar ratas o prostituirse.
Los únicos límites hasta ahora los han puesto los espectadores y algún incidente aislado, como cuando una concursante de La jaula de oro -una especie de Gran Hermano en una mansión llena de sirvientes y prostitutas- dio una patada en los testículos a una de sus parejas sexuales.
La idea de que una mujer elija entre sementalespara quedarse embarazada surgió en 2005, con el lanzamiento de la nueva televisión de John de Mol, el fundador de Endemol y que ya no está en la compañía. Entonces, Talpa TV pidió al público que votara entre cinco programas piloto y la audiencia vetó el esperma. Aun así, desde entonces, varias productoras han intentado colocar el formato en Reino Unido, EE.UU. y Alemania. En alguna versión, por si aún faltara algún detalle grotesco, el premio para el supermacho es un coche de carreras.
Aunque, a veces, no triunfen en Holanda, los shows más descarnados salen, en buena medida, de este pequeño país de bicicletas, ordenados prostíbulos y lectores de prensa seria (la sensacionalista es inexistente). Este año, la producción de nuevos espacios en Holanda supera a la de EE.UU., que sólo los desarrolla y les da publicidad.
El mercado holandés de la televisión es uno de los más competitivos de Europa, con cadenas que se disputan una población de sólo 16 millones de personas, pero acostumbradas a consumir información y entretenimiento por todas las vías posibles, constantemente. Desde que el año pasado desapareció por completo la televisión analógica -el primer caso en el mundo-, las posibilidades digitales son aún mayores en el segundo país más internauta del mundo (Holanda tiene una tasa de 28,8 usuarios de banda ancha por cada 100 habitantes, sólo superada por Dinamarca).
Tal vez por ello, la televisión se ha dedicado a competir de forma más agresiva y a ofrecer contenidos cada vez más chocantes, que incluso importa de Internet: por ejemplo, el juego Second Life, el mundo virtual donde los participantes interactúan en todo tipo de aventuras. Su programación sigue a contracorriente respecto a la tendencia internacional hacia formatos más simples y con más contenido, como Tengo una pregunta para usted, el espacio con más éxito en Europa esta temporada exportado de Francia.
«Los holandeses quieren sentirse libres. Les dan a todo y nosotros hemos encontrado algo que divierte. ¿Por qué no explotarlo?», dice un productor que prefiere no ser identificado en un momento delicado para la industria, que ha sufrido sus primeros rechazos internacionales por sus excesos en la humillación o la casi tortura de los concursantes (como en The Masterplan, donde los participantes eran sometidos a la tiranía absoluta de un amo). Incluso en Holanda, algún show ha hartado al permisivo Gobierno, que prohibió la temporada pasada la emisión de un parto en directo en la casa utilizada para emitir el Gran Hermano.
John de Mol suele justificar sus programas como una manera de hacer realidad los sueños, sobre todo los más salvajes o recónditos. «En uno de nuestros reality shows encadenamos un hombre a cuatro o cinco mujeres y le damosel control. ¿Es perverso? Es el sueño de todos los hombres. No lo reconocerán, pero, por dentro, saben que es su sueño. Y, sí, es el mío también, un poco», escribió en «The New York Times» en 2001.
Según él, las miles de personas que se presentan a las audiciones de cada programa buscan «una escapatoria de su vida cotidiana» y un salto «a la fama». «Como una gran aventura donde empiezas algo y no tienes ni la más remota idea de donde te llevará», decía entonces.
Lo que comenzó con una casa como experimento antropológico de observación, ideado por los suecos, habituados a vivir hacia el interior por motivos climáticos, ha degenerado en un concurso por un riñón o en una lucha en una isla desierta sin ropa interior. ¿Cómo se ha llegado tan lejos? Sam Brenton y Reuben Cohen, autores de un libro sobre el nacimiento de «la televisiónrealidad», sostienen que el interés deriva de una cultura donde faltan «las narrativas grandes y comprensivas», que den explicación a la vida, y donde sólo quedan «los pequeños hechos de la existencia individual», que se radicalizan para mantener el interés.
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